Integridad y anticorrupción
A menudo, cuando los no creyentes quieren justificar su rechazo a tomarse en serio la fe cristiana, aluden a casos de hipocresía en la iglesia. Los cristianos sabemos que Dios no decide que los creyentes sean libres de pecado en este lado del cielo, y que las imperfecciones de los creyentes no contradicen la verdad del evangelio. Sin embargo, cuando fallamos en demostrar integridad (o coherencia entre nuestra vida y las enseñanzas de Jesús), hacemos que el evangelio parezca menos creíble, pues sugerimos que entregarle nuestra vida a Cristo no tiene el impacto transformador que declaramos que tiene.
En este artículo, los tres autores —todos miembros del Movimiento de Lausana y de la Red de Integridad Mundial de la Alianza Evangélica Mundial— abordamos aspectos complementarios del llamado a la integridad y a la lucha contra la corrupción. Primero, Efraim Tendero presentará una síntesis del tema y señalará la necesidad de incorporar el mensaje de integridad en nuestras actividades de discipulado. Luego, Lazarus Phiri propondrá hacer de la Gran Comisión un principio de vida esencial y no solo un programa que aplicar, como un medio para promover la integridad. Por último, Manfred Kohl presentará una de las causas clave del problema: los cristianos cuyo centro son ellos mismos y no Cristo.
Integridad como componente del discipulado
A menudo, las estimaciones sobre el futuro del cristianismo me resultan inquietantes. El Centro de Investigaciones Pew predice que en 2050 habrá casi tantos musulmanes como cristianos en todo el mundo. Según el mismo instituto, el 31,4% de la población mundial estaba afiliada al cristianismo en 2010, y las tendencias indican que en 2050 el porcentaje será… del 31,4%. Dicho de otro modo, estamos estancados en un punto muerto a nivel mundial.1
¿A qué se debe esto? Un factor determinante es que varios cristianos profesantes no sirven a Jesús con integridad. De acuerdo con el Centro para el Estudio del Cristianismo Global y la organización Joshua Project,2 aunque casi un tercio de la población mundial es cristiana nominal, solo el 12% son seguidores comprometidos con Cristo.
E incluso ese 12% fracasa con frecuencia de maneras evidentes y públicas. En los últimos años, se han producido graves escándalos de abusos sexuales tanto en el medio católico como en el protestante. Del mismo modo, las declaraciones sobre el famoso apologista Ravi Zacharias luego de su muerte nos han avergonzado a todos. En muchos países, la participación política de los cristianos ha hecho que nos veamos más como personas interesadas que como personas serviciales.
Como embajador mundial de la Alianza Evangélica Mundial, me he topado con el impacto de estos fracasos por muchos años. El mundo no espera que seamos perfectos, pero tampoco espera que seamos tan obviamente contradictorios con lo que sostenemos defender. Se nos critica, y con razón, por el comentario que a menudo se lo atribuye (aunque quizás falsamente) a Mahatma Ghandi: «Me gusta tu Cristo, pero no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes a tu Cristo».
Por esta razón me uní a La Red de Integridad Mundial (GIN, por sus siglas en inglés), coauspiciada por el Movimiento de Lausana y la AEM. La GIN ha establecido este estándar de integridad, que aplica a todos los cristianos: «Una persona íntegra y anticorrupta es moral en carácter, ética en acción, honesta en sus tratos, responsable en todo tiempo, y se involucra en transformar la sociedad».
Nuestra intención es desarrollar cristianos de integridad a través de cuatro estrategias principales:
- Identificar y fomentar la buena gestión, la estructura de la rendición de cuentas, y la lucha contra la corrupción.
- Desarrollar y participar en el fomento del discipulado de la vida ética.
- Educar y enseñar principios y prácticas de integridad.
- Promover modelos, estudios, iniciativas y mejores prácticas de integridad y anticorrupción tanto a nivel individual como institucional.
También soy líder del movimiento Galilean Movement, una iniciativa global de discipulado que busca multiplicar los discipulados en cada región del mundo y cada sector de la sociedad. Espero, pues es una parte importante de mi legado como líder cristiano mundial, hacer del desarrollo de la integridad un compromiso central del proceso de discipulado en todo el mundo.
En este movimiento, a menudo decimos que la gran comisión de Mateo 28 debe funcionar junto con el gran mandamiento de Marcos 12:29-31 y la gran colaboración de Juan 17. En otras palabras, no podemos llevar a cabo la Gran Comisión si no amamos desinteresadamente a nuestro prójimo como a nosotros mismos y buscamos trabajar con humildad y en unidad con los demás creyentes. No basta con comportarnos así solo cuando estamos en la Iglesia. También debemos ser siervos de buen carácter moral, que se preocupen profundamente por los demás y piensen con claridad en el resto del mundo donde el 95% de los cristianos viven y trabajan: en los negocios, la educación, las artes y la vida comunitaria.
Visualizamos una asociación con la Red GIN y el movimiento Galilean Movement para instaurar principios de integridad y anticorrupción que formen parte del discipulado en todos los países del mundo.
Una de las mejores formas de amar a nuestro prójimo consiste en evitar la corrupción y denunciarla donde la veamos. Veamos, por ejemplo, a mi país natal, Filipinas, donde hay un fuerte movimiento de discipulado que alcanza a funcionarios de gobierno, a integrantes del cuerpo de policía y a miembros del ejército. Además de guiar a las personas a Jesús y a experimentar un crecimiento espiritual, este movimiento llama a los funcionarios públicos a luchar contra la corrupción dentro de su sector y a defender una vida ética. Algunos de los discípulos que se formaron en este movimiento, al ser ascendidos dentro de los departamentos de la policía y de las fuerzas armadas filipinas, han instaurado programas de formación cuyo objetivo es la transformación de valores.
La Gran Comisión, ¿programa o principio?
En busca de cumplir con el mandato divino de Dios de proclamar el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia acude a lo que popularmente se conoce como la Gran Comisión, basada en Mateo 28:18–20:
«Jesús se acercó entonces a ellos y dijo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”».
Sin embargo, este no es el único pasaje en el que se les da una comisión a los cristianos. Hay pasajes en los Evangelios de Marcos, Lucas y Juan y en Hechos que también les dan a los cristianos indicaciones de este estilo. En todos estos pasajes que hacen referencia a la tarea de proclamar y compartir el mensaje de salvación, la pieza central es la transmisión del evangelio mediante la palabra y la vida.
Cuando se les pregunta a cristianos por qué a ese pasaje se lo suele llamar «la Gran Comisión», la mayoría responde que se trata de las últimas palabras de Jesús hacia sus discípulos. Sin duda, estas palabras fueron muy significativas. Sin embargo, no son las únicas que deberían guiar a la iglesia en la tarea de compartir el mensaje de salvación. Resaltar un pasaje de las Escrituras y excluir o desatender otros, como se ha hecho tradicionalmente en este caso, les saca a los cristianos la oportunidad y el ímpetu de vivir a la luz de las enseñanzas de Cristo y de imitar Su ejemplo de amor abnegado. Al llamar a un solo pasaje «la Gran Comisión», tendemos a restringir nuestra atención y a dejar de lado otros mandatos críticos en igual medida, considerándolos periféricos, con lo cual malinterpretamos y desvirtuamos el propósito de Dios para nuestra misión.
Como ya se mencionó, otros pasajes de las Escrituras que comunican el principio de compartir el mensaje de salvación son los siguientes:
«Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones; entonces vendrá el fin». (Mt 24:14, NVI)
«Les dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas noticias a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado”». (Mc 16:15-16, NVI)
«¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes». (Jn 20:21, NVI)
«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra». (Hch 1:8, NVI)
«En su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén». (Lc 24:47, NVI)
La Iglesia necesita con urgencia entender e interpretar con integridad la llamada Gran Comisión. La palabra clave en todos los pasajes anteriores es «testimonio». El mejor ejemplo de personas que describen y demuestran qué es ser testigos del mensaje de salvación se encuentra en Hechos. En este libro encontramos a los discípulos comprendiendo y asumiendo la tarea de ser testigos de lo que Cristo había hecho por ellos y de cómo había cambiado sus vidas.
Una de las mayores tentaciones en las que la Iglesia ha caído es la de convertir un principio en un programa. En general, un principio es un fundamento orientador de creencias o comportamientos, mientras que un programa puede ser una serie de pasos o actividades a seguir. Cuando el mandamiento de Mateo 28:18-20 se entiende como un principio, los creyentes se consideran testigos. En cambio, cuando se entiende como un programa de actividades, la iglesia pierde contacto con la necesidad de practicar un estilo de vida que comparta el mensaje de salvación y el mandamiento, por su parte, pasa a ser una tarea que cumplir. En la historia reciente, algunas partes de la iglesia mundial han tratado de determinar cuándo se completará la tarea de la Gran Comisión. Las predicciones cambiantes de este tiempo han llamado la atención de cristianos de todo el mundo, para disgusto y frustración de otros que buscan fidelidad a la hora de interpretar y entender integralmente la palabra de Dios.
Reevaluación de nuestro paradigma de evangelización
Otra consecuencia de esta idea equivocada de la gran comisión es que muchos cristianos malinterpretaron el concepto y convirtieron un estilo de vida en una profesión. Unos pocos creyentes selectos afirman tener un llamado especial y hacen una carrera de un estilo de vida. Al final, la iglesia termina con una empresa misionera de hombres y mujeres que responden a un llamado especial y conforman un grupo único de colaboradores llamados «misioneros». Esto da como resultado una realidad pendiente e inminente: estos colaboradores escasean en todo el mundo y la Iglesia mundial acaba necesitada de testigos del evangelio.
Esto nos obliga a reevaluar nuestro paradigma de evangelización. Nunca se trató de confiarle la tarea solo a testigos «profesionales», es decir, a «misioneros». ¿Existe un lugar donde los cristianos podamos dedicarnos de por vida a compartir el mensaje de salvación para la gloria de Dios, mientras Él cumple Su misión de redimir el mundo? La Iglesia ha respondido con un rotundo sí. Con el paso del tiempo, los creyentes han dejado el confort de sus países de origen para llevar el evangelio a personas con pocas oportunidades de oírlo, lo cual es digno de honor y un llamado a la causa de compartir el mensaje de salvación. Sin embargo, es necesario que esta tarea forme parte de la vida y la obra de todos y cada uno de los creyentes. Aunque no todos los cristianos son llamados a dejar su país o cultura para compartir el evangelio, todos son llamados a dar testimonio de la obra de salvación que Dios llevó a cabo por medio de Cristo. En ese sentido, todos debemos estar en «misión» como portadores del mensaje de salvación.
Es esencial y urgente que la Iglesia reflexione sobre cómo entendemos la tarea de vivir y compartir el evangelio. Una forma de lograrlo es reeducando a la iglesia, mostrándole su identidad en Cristo y el mandato que recibieron todos sus seguidores: conocerlo y darlo a conocer. Todo creyente es y debe ser testigo de Cristo. Cuando todos los creyentes se consideran testigos, la tarea de compartir el mensaje de salvación se convierte en un estilo de vida y no en un programa.
Rechazo del evangelio de la prosperidad
Otra realidad atroz de la malinterpretación de nuestra comisión ha sido la omisión y el mal uso del evangelio. En los últimos años, algunos han establecido e impuesto un mensaje de prosperidad material relacionado con creer en Cristo. Este enfoque enseña a la gente que si creen en Dios, Él cubrirá todas sus necesidades físicas y les brindará todas comodidades de la vida. Esta enseñanza trae como consecuencia la creencia engañosa de que quien cree tiene garantizadas riquezas y salud en esta vida. A este enfoque de la predicación y la enseñanza a veces se lo conoce como el «evangelio de la prosperidad».
Este enfoque del evangelio, que no es para nada bíblico, es un oprobio y un escándalo de la misericordiosa promesa de salvación de Dios. Este enfoque de evangelización tiende a centrarse en el hombre y no en Cristo. A veces busca que el hombre pueda satisfacer sus necesidades carnales y no que reciba el perdón por sus pecados y pueda reconciliarse con Dios. Quienes defienden este enfoque tienden a omitir o a minimizar la pecaminosidad del hombre y nuestra extrema necesidad del salvador. El evangelio de la prosperidad se centra, más bien, en prometer alivio y sustento físico y material. Quienes predican este mensaje adulteran el evangelio a fin de obtener resultados para su propia gratificación, y, en lugar de predicar un mensaje caracterizado por la misericordiosa oferta de salvación, proclaman un mensaje que exige pagos a cambio de bendiciones.
La Iglesia necesita con urgencia comprometerse con el principio y no meramente con el programa de nuestra comisión. El objetivo de todo creyente debe ser comprometerse totalmente con la gloria de Dios en su misión de salvar a los pecadores perdidos: obedecer e interpretar con fidelidad a Cristo en su misión de salvar a los pecadores. El mensaje y el mensajero deben ser semejantes a Cristo tanto en su identidad como en su servicio. Para llevar el mensaje de salvación en la llamada Gran Comisión, los creyentes deben ser genuinamente salvos del pecado y apuntar a otros al salvador, Cristo Jesús.
El problema del «yo»
La última instrucción que Jesús dio antes de ascender al cielo fue a sus seguidores.3 Se han predicado millones de sermones sobre la Gran Comisión, así como se ha publicado un sinfín de libros sobre el tema.4 Tal es así que parecería imposible encontrar algo nuevo que decir o escribir al respecto. Es por esto que el desafío para los últimos 2000 años y los próximos 30 en adelante es simplemente practicar «hacer discípulos», y de este modo, pasar del saber al hacer.
Como catalizador de la Red de Integridad,5 me llama la atención la declaración inicial y la frase final de la Gran Comisión. Jesús dijo: «Se me ha dado toda autoridad». No existe discusión alguna al respecto. Las Escrituras son claras cuando afirman que cualquiera que quiera hacerse grande, deberá ser un servidor.6 Estamos bajo su autoridad. Somos siervos, obreros y administradores dentro de su reino. Expresiones como «mi iglesia», «mi ministerio», «mi misión», «mi dirección» o «mi organización» dan la falsa impresión de que estamos al mando y bajo nuestra propia autoridad. Al contrario, todos los lideres deben actuar y servir bajo la autoridad de Jesús siempre. A juzgar por las escandalosas luchas de poder dentro de la Iglesia evangélica y sus organizaciones y misiones paraeclesiásticas, podemos decir que tenemos mucho camino por delante para vivir este principio.7
El llamado a «la humildad, la integridad y la sencillez» fue para mí la idea central de todo el Congreso de Ciudad del Cabo en 2010. En su presentación «Llamar a la iglesia de Cristo a volver a la humildad, la integridad, y la sencillez», Christopher Wright señala:
«Lo que más le duele a Dios no es el pecado, sino el fracaso, la desobediencia y la rebelión de aquellos a quienes Él ha redimido y llamado a ser Su pueblo. Existen tres clases de ídolos que suelen atraer de manera especial al pueblo de Dios: el poder y el orgullo, la popularidad y el éxito y las riquezas y la codicia. Muchos líderes evangélicos se han obsesionado con la posición social y el poder en la iglesia cristiana y han desobedecido a Cristo en el proceso. Adoran la popularidad y, en consecuencia, exageran o presentan estadísticas falsas para aparentar ser más exitosos de lo que son. De manera similar a los falsos profetas de la antigüedad, estos líderes proclaman hablar la palabra de Dios, pero en realidad, actúan por su propio beneficio. No podemos construir el Reino de Dios sobre cimientos deshonestos».8
Incluso el apóstol Pablo (sin duda alguna, uno de los mayores líderes, pastores, misioneros y teólogos de la historia cristiana) se llamaba a sí mismo siervo y esclavo del Señor.9 Lo que las iglesias del presente y del futuro necesitan son mujeres y hombres que demuestren humildad, integridad y sencillez bajo la total autoridad de Cristo. Será solo así que el ministerio del discipulado será autentico y confiable y dará frutos por generaciones.
La última parte de la Gran Comisión afirma: «Estaré con ustedes siempre». Nada puede ser más reconfortante para los seguidores de Cristo. No estamos solos nunca, jamás. Cristo mismo, el hijo de Dios que resucitó y reina, está siempre con nosotros en toda circunstancia. Sin embargo, tenemos que entender que existe un aspecto importante de esa información emocionante y reconfortante: Cristo es luz, y en su presencia no existe oscuridad. Si él está con nosotros, tal como lo prometió, no hay lugar para los negocios turbios ni la corrupción.10 Los discipuladores, quienes están siempre en la presencia de Cristo, deben abstenerse de toda clase de deshonestidad, soborno y corrupción. Hwa Yung, antiguo obispo metodista de Malasia y parte del equipo de miembros de Lausana, escribió: «No podemos separar la completa sumisión al Señor de nuestro servicio con él y para él».11 La Red de Integridad y Anticorrupción ha tratado este tema en varias conferencias públicas y ha establecido una extensa lista de textos valiosos sobre el tema.
Aunque el texto de la gran comisión es bastante claro, puede resultar útil recordarlo. Jesús dijo: «enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes». La instrucción divina es, sin duda alguna, sorprendente. Como seguidores de Jesús, y, por lo tanto, personas de integridad, debemos ser muy serios y precisos con esta instrucción de nuestro Señor.
Dado que el Movimiento de Lausana está desarrollando una visión para las próximas décadas para cumplir la gran comisión, debemos ver la primera afirmación de Cristo sobre su autoridad y la última sobre su presencia como esenciales y fundamentales y enfocarnos en la instrucción especifica de nuestro Señor de obedecer todo lo que ha mandado. Por último, todo nuestro esfuerzo debe destinarse para «la cosecha» de nuestro Señor.12
Notas finales
- Pew Research Center. (2 de abril de 2015). The Future of World Religions: Population Growth Projections, 2010-2050[«El futuro de las religiones del mundo: Proyecciones de crecimiento demográfico, 2010-2050»]. Recuperado de https://www.pewresearch.org/religion/2015/04/02/religious-projections-2010-2050/.
- Joshua Project. Status of World Evangelization 2022 [«Estado de la evangelización mundial 2022»]. Recuperado de https://joshuaproject.net/assets/media/handouts/status-of-world-evangelization.pdf.
- Mateo 28:18-20
- Loots, S. (previsto para finales de 2023). Disciple Makers [Discipuladores].
- La Red de Integridad y Lucha contra la Corrupción se fundó en 2010 tras el Congreso de Ciudad del Cabo de ese año. La Red está copatrocinada por el Movimiento de Lausana y la Alianza Evangélica Mundial. Cuenta con un equipo ejecutivo de 15 personas y está dirigida por tres cocatalizadores.
- Marcos 10:43-45
- Reuben van Rensburg, de Re-Forma, difundió en junio de 2021 un documento con el título «Los títulos que los pastores se autoatribuyen: una tensión en la iglesia», donde enumeró los títulos con los que se encontró, como: apóstol principal, apóstol superior, apóstol jefe, apóstol líder, profeta superior, profeta jefe, visionario profeta, pastor visionario, visionario líder, apóstol visionario, y la lista continúa. Aparte de que estos términos no son bíblicos, reflejan un mal subyacente, a saber, el deseo de posición y poder.
- Wright, C. (2012). Calling the Church Back to Humility, Integrity, Simplicity [«Llamar a la iglesia a volver a la humildad, la integridad y la sencillez»]. En Julia E.M. Cameron (Ed.), Christ Our Reconciler: Gospel, Church, World: The Third Lausanne Congress on World Evangelization [Cristo, nuestro reconciliador: el evangelio, la iglesia, el mundo: el tercer Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial] (pp. 149-158). Downers Grove, IL: IVP.
- Filipenses 2:5-8; Efesios 3:8a
- Juan 3:19-21; Juan 8:12
- Young, H. (2021). Leadership or Servanthood? Walking in the Steps of Jesus [¿Liderazgo o servicio? Siguiendo los pasos de Jesús]. Cumbria, Reino Unido: Langham Global Library, 47-61.
- Mateo 9:38