Para el trabajo misionero de hoy, aún se necesitan personas «de todas partes», siempre que vengan con un profundo deseo de hacer brillar a nuestros hermanos y hermanas locales.
Cuando pienso en el tipo de personas que son más adecuadas para servir en misiones en el extranjero en estos tiempos, no pienso en trabajadores misioneros con un determinado conjunto de habilidades o requisitos. Pienso, en cambio, en personas como Marcelle y Daniel*, una pareja con la que tuve el privilegio de trabajar varios años. Habían trabajado en las Américas y otros lugares del mundo, y luego vinieron a Asia para reforzar nuestro equipo. Contaban con muchísima experiencia, pero nunca alardearon de ella.
Al contrario, adoptaron una actitud de aprendizaje con un gran interés por conocer a la gente, la cultura y el equipo. Cada vez que visitaban nuestra casa, jugaban con nuestros hijos, reparaban un grifo que goteaba y, de paso, compartían algunos recursos y reflexiones relacionados con problemas que estábamos enfrentando. Sin sermones, sin consejos profundos, sin prédicas. Simplemente se pusieron a nuestro lado. El personal y los colaboradores locales lo notaron especialmente. Marcelle y Daniel de alguna forma lograron dejar que los demás brillaran manteniéndose ellos fuera de escena. Si tuviera que intentar resumir cómo eran en una frase, sería algo así como “Amar para que otros tengan éxito”.
La enseñanza y la predicación actuales sobre la misión suelen centrarse en el impacto. Cuando se contrasta con productos y programas, estoy de acuerdo. Sin embargo, particularmente para las culturas individualistas, hay un peligro en esta enseñanza. Puede dar al trabajador misionero la idea de que él o ella es quien tiene que hacer ese impacto, ser la luz brillante que marca la diferencia. Esto crea una actitud que encaja muy bien con el paradigma «de Occidente al resto»: suponer que el forastero es el que tiene que hacer el cambio. Esto fue cuestionado cuando la frase «de todas partes a todos» se convirtió en una forma común de describir el marco de misión deseado. Esta actitud crea un sentido positivo de unión, pero el paradigma «de . . . a . . .» aún corre el peligro potencial de prolongar el típico paternalismo misionero.
Recientemente hemos empezado a hablar de un paradigma de misión alternativo: centrar lo local. Esto supondría que los creyentes locales están asumiendo el liderazgo en el movimiento misionero dentro de su comunidad o región. Queda mucho por explorar sobre este enfoque, en particular sobre lo que significaría para grupos poblacionales no alcanzados y no contactados. Pero una cosa me resulta clara: Marcella y Daniel encajarían muy bien. Para el movimiento misionero del año 2021, todavía se necesitan personas «de todas partes», siempre que vengan con un profundo deseo de hacer brillar a nuestros hermanos y hermanas locales.
*Nombres no reales y descripción ligeramente modificada
Nota del editor: Este artículo está basado en un próximo artículo del Análisis Mundial de Lausana. Suscríbase ahora para ser de los primeros en leer nuestro último número del AML.
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