Editor's Note
El presente Texto Previo para Ciudad del Cabo 2010 fue escrito por Os Guiness y David Wells, como una reseña del tema a debatirse en la sesión Multiplex sobre “Globalización”. Los comentarios a este texto realizados a través de la Conversación Global de Lausana serán remitidos a los autores y a otras personas para ayudar a dar forma a sus presentaciones finales en el Congreso”.
La “globalización” es un desafío gigantesco que representa sencillamente el rostro más acuciante del “mundo” en nuestro tiempo, así como la mayor oportunidad para la misión, y el mayor desafío para el discipulado que la iglesia de Jesucristo ha enfrentado desde los apóstoles en el primer siglo. Nunca ha sido más cercana y, sin embargo, más cuestionada la visión de “todo el evangelio para todo el mundo a través de toda la iglesia”.
La fortaleza de la iglesia como una espada de dos filos
Como cristianos, y como la iglesia de Jesucristo, somos llamados por nuestro Señor a “estar en el mundo”, pero a “no ser del mundo”. “Ya no” quienes éramos antes de venir a Cristo, “aún no” somos lo que seremos cuando Él vuelva. Este tonificante llamado a la tensión, tanto en el tiempo como en el espacio, se encuentra en el corazón de nuestra fe. Individual y colectivamente, somos llamados a vivir en el mundo en una postura simultánea de Sí y No, afirmación y antítesis, o de estar “contra el mundo/para el mundo”.
Esta tensión es crucial para la fidelidad de la iglesia y para su integridad y eficacia en el mundo. Cuando la iglesia de Cristo permanece fiel a su llamado, vive en una tensión creativa que es el requisito previo de su poder transformador en la cultura y en la historia. Porque la fe cristiana es manifiestamente reafirmadora del mundo, con un historial incomparable en cuanto a su contribución a la educación, la filantropía, las reformas sociales, la medicina, el auge de la ciencia, el surgimiento de la democracia y los derechos humanos, así como en la construcción de escuelas, hospitales, universidades, orfanatos y otras instituciones benéficas. Pero simultáneamente, la fe cristiana también es negadora del mundo, insistiendo en el lugar de los profetas así como de los sacerdotes, en el sacrificio y también en la realización personal, en la importancia de los ayunos así como de las fiestas, y en el lugar para exponer al mundo y oponerse a él cuando sus actitudes y acciones van en contra de los mandamientos de Dios y los intereses de la humanidad.
No es sorprendente que la tentación constante de la iglesia haya sido relajar esta tensión de un lado o del otro, de modo que los cristianos de diferentes épocas a veces estaban tanto en el mundo que eran parte de él, o tan fuera del mundo que “no servían para nada en esta tierra”. De una forma u otra, esta falta de fidelidad significa que la iglesia se debilita, pero la falta de fidelidad en la dirección de la mundanalidad es peor que la debilidad, porque coloca a la iglesia, como Israel en el Antiguo Testamento, bajo la sombra del juicio de Dios.
Este desafío conlleva una implicación ineludible: La fidelidad cristiana en cualquier generación requiere una aguda comprensión del mundo de su tiempo. La visión bíblica del “mundo” tiene varias dimensiones, que van desde el mundo que Dios creó y ama al mundo que está “desmedidamente contra” el reino de Cristo, y nosotros debemos tener a la vez varias respuestas apropiadas. Visto positivamente, entender el mundo es asumido y requerido por nuestro deseo de testificar, porque la comunicación siempre presupone la comprensión del contexto. Visto negativamente, entender el mundo es asumido y requerido por una actitud vigilante ante el peligro de la mundanalidad, porque sólo podemos evitar lo que entendemos con exactitud.
Nos reunimos en Ciudad de Cabo en octubre de 2010, cien años después de la gran conferencia misionera de Edimburgo realizada en junio de 1910. Sería correcto decir que la visión y el proyecto misioneros de Edimburgo han sido reivindicados y cumplidos gloriosamente en el surgimiento de la floreciente iglesia global durante los últimos cien años. Pero debe decirse también que el trágico punto ciego de la Conferencia de Edimburgo fue su falta de autocrítica de su propia posición en el mundo y, en particular, su falta de reconocimiento de su cautividad a las poderosas falsas ilusiones de la “cristiandad” europea justo antes de su titánico colapso en las Grandes Guerras Mundiales, el repudio del imperialismo y su propia secularización autoinducida. Si bien hoy no somos más omniscientes que nuestros hermanos y hermanas que se reunieron en Edimburgo, debemos esforzarnos por ser más autocríticos a través de la comprensión de nuestro mundo y nuestro propio lugar en él.
Aceptar la “globalización”
¿Cuál es, entonces, “el mundo” de nuestro tiempo? Sin duda alguna, la singular y más fuerte expresión del rostro del mundo en nuestro tiempo –el avanzado mundo moderno de principios del siglo XXI– es la globalización, el proceso mediante el cual la capacidad de interconexión humana se ha expandido a un nivel verdaderamente global. Existen muchas personas, como los escritores de la revista The Economist, que atribuyen la globalización a la difusión del capitalismo del mercado en todo el mundo, y usan la palabra sólo como sinónimo de esta expansión. Pero esto es una perspectiva centrada en sus propios intereses, además de algo erróneo. La globalización es un proceso multidimensional, y el impulsor decisivo de su expansión actual no es el capitalismo sino la tecnología de la información, por poderoso e importante que sea el capitalismo. En el centro de la actual ola de globalización están las tres fuerzas de la velocidad (la capacidad de comunicaciones instantáneas), el alcance (la capacidad de comunicarse con todo el mundo) y la simultaneidad (la capacidad de comunicarse a todas partes al mismo tiempo). En conjunto, estas fuerzas han dado forma a nuestro “mundo cableado” y han producido un triple impacto sin precedentes sobre la vida humana: la aceleración, la compresión y la intensificación de la vida humana sobre la tierra en el mundo global.
Denominar “sin precedentes” a los niveles de globalización actuales es correcto, pero debe ser calificado de inmediato. La globalización de hoy es única en la historia hasta ahora, pero hay muchos antecedentes de un movimiento hacia la globalización, incluyendo la expansión misionera de las grandes religiones mundiales, el impacto de los avances en el transporte, las redes cada vez más amplias creadas por el comercio y los efectos expansivos de la conquista militar y el imperialismo. De igual forma, hubo grandes avances en tiempos anteriores que pueden reclamar un impacto revolucionario similar sobre la vida humana, como la invención de la escritura, el alfabeto y la rueda.
Por lo tanto, si se la ve desde una perspectiva histórica más prolongada, la avanzada globalización moderna es sólo la última de una serie de olas de interconexión humana cada vez más amplias. Pero si se la ve desde la perspectiva más corta del mundo moderno, la globalización representa un cambio decisivo, de la Revolución industrial, centrada en la producción y simbolizada por la fábrica, a la Revolución de la información, centrada en la comunicación y simbolizada por la computadora. De una forma u otra, debemos tomar en cuenta tanto las continuidades como las discontinuidades con el pasado, y debemos hacer nuestras afirmaciones acerca del presente con precisión y humildad.
Va de suyo que la globalización plantea un fuerte desafío tanto a la precisión como a la humildad, y debemos comenzar por evitar las dos trampas equivalentes y opuestas en las que caen tantos: las actitudes de admiración excesivas de los entusiastas y los pronósticos nefastos de los gruñones (que en su forma cristiana consideran que la globalización es la precursora de los “tiempos finales”). En cualquier época, hay tres tareas que enfrentan los cristianos que quieren luchar con el mundo de su tiempo y vivir fielmente como seguidores del Camino de Jesús.
La primera tarea es discernir, para hacer una descripción precisa de las realidades del mundo en el cual nos encontramos.
La segunda tarea es evaluar, para aquilatar los pros y los contras, los beneficios y los costos, tanto del mundo como un todo como de los elementos y aspectos individuales de ese mundo; todos evaluados dentro del marco de la cosmovisión bíblica.
La tercera tarea es involucrarse, para ingresar al mundo como discípulos de Jesús, llamados a ser sal y luz, usando con gratitud lo mejor del mundo como dones de Dios y evitando atentamente lo peor del mundo. O, en palabras de la iglesia primitiva, debemos “saquear el oro egipcio”, como dijo el Señor que debía hacer Israel, pero nunca debemos crear un “becerro de oro” como hizo luego Israel y fue juzgado.
Aunque fáciles de decir, estas tareas cristianas básicas son más difíciles de realizar que nunca debido a la globalización. La historia es siempre más compleja de lo que podemos entender, y avanza no por la simple influencia de ciertos factores sino por su complicada interacción y a través de las ironías de sus consecuencias no buscadas. La globalización sólo complica nuestra dificultad para comprender, porque su misma naturaleza significa que nosotros, que somos finitos, ahora tenemos que tratar con todo el mundo; en otras palabras, un mundo que siempre está mucho más allá de nuestra plena comprensión. Y estamos tratando con un mundo que se está comunicando y cambiando a una velocidad sin precedentes; en otras palabras, cuando el mundo puede haber cambiado aun antes de que hayamos terminado de describirlo.
Una salvaguarda es recordar que muchas de nuestras mejores descripciones siempre requieren recordatorios inmediatos. Primero, la globalización casi siempre involucra dos fuerzas contrapuestas, y no simplemente una: Si bien el mundo se está “universalizando” de formas nuevas, también se está “localizando” de formas nuevas (lo cual ha ayudado a acuñar el extraño término “glocal”, usado para describir el impacto de lo global sobre lo local y de lo local sobre lo global). Segundo, en cada nueva tendencia siempre hay tanto ganadores como perdedores, y los cristianos que honran a su Maestro nunca deben perder de vista a los pobres, los oprimidos y los que han quedado rezagados económicamente, especialmente los que han quedado atrapados por las salvajes desigualdades del mundo globalizado. Tercero, hay “múltiples modernidades”, o diferentes formas de ser modernos, así que el viejo refrán “globalización equivale a occidentalización equivale a norteamericanización” no sólo es erróneo sino una peligrosa presunción. Las diferentes culturas, con sus propias historias y valores, pueden adaptarse al mundo moderno a su propia manera, y siempre pueden intentar decir No a lo que se considera “progreso”; no simplemente Sí.
La fe global por excelencia
El punto crucial y supremo de toda la discusión es que la globalización tiene una pertinencia especial para los cristianos, porque la fe cristiana es una fe esencialmente global. Para cualquier observador de la escena global, hay ciertos hechos que son evidentes más allá de toda cuestión: La fe cristiana es la primera religión verdaderamente global del mundo. Los cristianos son los creyentes religiosos más numerosos del mundo. La iglesia cristiana es la comunidad más diversa de la tierra. La Biblia es el libro más traducido de la historia. Y, en muchas partes del mundo, la fe cristiana es la fe que crece más rápidamente, en especial cuando el crecimiento es a través de la conversión más que por la tasa de natalidad. Y la lista sigue.
Estos datos no son casuales, porque la globalización es inherente a la fe cristiana. Por una parte, la fe cristiana fue global antes que existiera el término, comenzando no sólo con la gran comisión a todo el mundo sino con la promesa a Abraham de que él sería el padre de los creyentes y una bendición para todo el mundo. Por otra parte, la iglesia cristiana ha sido una de las grandes “portadoras” de la globalización a lo largo de la historia, como en la expansión misionera de la iglesia del primer siglo, las misiones protestantes del siglo XIX, y la extensión a todo el mundo hoy realizada por las iglesias de todo el mundo, de lo cual lo realizado por las iglesias coreanas es un brillante ejemplo. Por aún otro motivo, ONGs (organizaciones no gubernamentales) cristianas como Visión Mundial, Opportunity International, Compassion, Food for the Hungry e International Justice Mission a menudo son los portadores pioneros de la globalización en el mundo hoy.
Si unimos estos factores queda claro que, si la iglesia cristiana es fiel a su llamado y proclama el evangelio en su totalidad, es la portadora natural de un evangelio global para la era global, “las mejores nuevas en toda la historia” para toda la humanidad. Nada menos que este es nuestro privilegio y responsabilidad en la era global.
Grandes transformaciones
Nuestro centro de atención en el Congreso de Lausana en Ciudad del Cabo serán las implicaciones de la globalización para el discipulado y el evangelismo. Pero es crucial subrayar que la globalización está transformando casi todos los aspectos de la vida humana sobre el planeta, y todas estas transformaciones afectan el discipulado y el evangelismo de una forma u otra. Algunas de las principales transformaciones que requieren un análisis adicional pueden resumirse brevemente de la siguiente forma:
- Nuestro sentido del tiempo, en un mundo de “vida rápida”, de forma que somos la primera generación que vive a una velocidad más allá de nuestra comprensión humana (“negocios a la velocidad de la luz”, etc.).
- Nuestro sentido de lugar, cuando el espacio se encuentra “comprimido” y la geografía “abolida”, y podemos comunicarnos a cualquier parte del mundo instantáneamente, y viajar a cualquier parte en 24 horas.
- Nuestro sentido de la realidad, cuando cada vez más de la vida está influenciada por los medios, lo “virtual” reemplaza lo natural, y las relaciones cara a cara son reemplazadas por la interacción virtual.
- Nuestra noción de identidad, al pasar lo fijo y duradero a lo “interminablemente transformable” y numerosos “movimientos de identidad” ofrecen identidades colectivas para quienes sufren de la dislocación de las identidades tradicionales.
- Nuestra experiencia de las familias, al disolverse los nexos sociales vinculantes, al cuestionarse y reemplazarse los papeles de género tradicionales, y volverse normal lo disfuncional.
- Nuestra experiencia de comunidad, al cambiar los contactos cara a cara por “lo virtual y lo imaginado”.
- Nuestra experiencia del trabajo, al convertir la globalización la seguridad del trabajo en algo frágil y al transformarse las “carreras de cartera” en la norma.
- El lugar de la religión en la vida moderna, cuando la religión tradicional es “demonopolizada” y “desterritorializada”, y la religión se vuelve “religiosidad” o una vaga “espiritualidad”.
- El desafío de otras religiones, y especialmente de “vivir con nuestras más profundas diferencias” en la “plaza pública global” emergente.
- El lugar de la política, al ver que lo “supranacional” reemplaza lo nacional, y los estados-nación sufren la competencia de muchos actores globales.
- El desafío de trabajar a favor de la “gobernabilidad global sin un gobierno mundial”.
- La tarea del liderazgo en una era interconectada, al luchar los líderes con “todo el mundo todo el tiempo”.
- La naturaleza del conocimiento, al explotar la información, al reemplazar el “generalismo” a la especialización y al convertirse la Internet en un “basurero” a la vez que en una “mina de oro”.
- El poder del consumismo, y su transformación del deseo humano, su impulso por “comodificar” (convertir en “commodity” o artículo de consumo) todo, y su gran acumulación de deudas y basura.
- La proliferación de ideologías, y especialmente las nuevas ideologías que son abiertamente proglobalistas, como el capitalismo neoliberal, o abiertamente antiglobalistas, como el “poscolonialismo”.
- Los viajes modernos y la gigantesca industria del turismo, que ha dado a luz males como el “turismo sexual”, y la moderna migración y la “fabricación de personas descartables”, como los millones que han quedado sin hogar, sin identidad, sin trabajo y sin estado en campos de refugiados.
- Nuestras actitudes hacia la tierra, cuando la degradación expone su fragilidad no renovable.
- Nuestro sentido de las generaciones, cuando la vida acelerada alienta la “arrogancia generacional” y la miopía que rechaza la sabiduría de los mayores y el pasado.
- Nuestra actitud hacia la tradición y el cambio, cuando la novedad y la moda son más fuertes que la sabiduría, las costumbres y los “hábitos del corazón”.
- El predominio de las emociones globales, como el temor y el desvergonzado halago y reafirmación de la siembra del temor y el alarmismo.
- La importancia y la escala del mal globalizado, el sufrimiento, el crimen y la opresión, y las múltiples consecuencias para la justicia y la compasión, muy especialmente el tráfico mundial de sexo, de órganos humanos y de personas.
- El crecimiento exponencial de los efectos colaterales globales y, por lo tanto, de las consecuencias no buscadas, secuelas desconocidas y “cisnes negros”.
- Las perspectivas para la raza humana, incluyendo la degradación de la tierra, la destrucción potencial del planeta y la extinción de la especie humana, y la pregunta sobre un “futuro posthumano”.
Una descripción adecuada de estas profundas transformaciones está mucho más allá del alcance de este breve ensayo introductorio. Pero estas consecuencias nunca deben olvidarse, porque definen el mundo en el cual vivimos y en el que damos testimonio de nuestro Señor. Sin embargo, nuestra atención está centrada aquí en dos áreas centrales: la globalización y el discipulado, y la globalización y la misión.
El discipulado cristiano en la era global
Si la globalización tiene dimensiones tanto locales como globales, y si sus enormes beneficios son seguidos también por sombras extraordinarias, como ocurre en la realidad, entonces plantea desafíos para el discipulado cristiano que son complejos. ¿Cómo pensamos en los beneficios y en los costos como seguidores de Cristo? ¿Y cómo pensamos acerca de este mundo que vive en nuestra conciencia tanto en un nivel macro como micro?
- La iglesia, si es fiel a su llamado, pensará globalmente, porque si no será más pueblerina que sus vecinos no cristianos, y lo que es peor, infiel a su llamado del evangelio.
- La conciencia global tiende a “relativizar” y, por lo tanto, reducir todas las afirmaciones de verdad absoluta, porque la conciencia de otras religiones y cosmovisiones erosiona la posibilidad de que cualquiera de ellas pudiera ser realmente verdadera.
- El capitalismo y la tecnología se están uniendo para producir una abundancia sin paralelos en los países desarrollados y planteando preguntas para la fe cristiana. En estos países, paradójicamente, la gente nunca ha tenido tantas cosas con las cuales vivir y, sin embargo, tan poco por lo cual vivir. Nunca han experimentado tanta abundancia a través de productos producidos en todo el mundo a bajo costo y, sin embargo, nunca han tenido niveles tan elevados de depresión, ansiedad y soledad. Y demasiado frecuentemente los cristianos en estos países no se distinguen de los no cristianos en su forma de pensar y de vivir, primero con relación al bienestar económico y, más allá de esto, con relación al significado de la vida y lo que constituye una “buena vida”. Esta consecuencia de la globalización es ahora más obvia en Occidente, pero se convertirá en un desafío dondequiera el mundo se esté modernizando.
- En un mundo conectado electrónica y virtualmente, la tendencia es reducir las relaciones humanas cara a cara y aumentar las “relaciones virtuales” y las “redes sociales”. Hay personas que se preguntan si todavía uno debería “ir” a la iglesia. Pero, ¿es la “iglesia” meramente una “comunidad imaginada” que existe sólo en el éter? ¿Y cómo afecta este “mundo influenciado por los medios” el discipulado modelado según las realidades de carne y hueso de la Encarnación?
- En un tiempo en que el poder del “mundo” no tiene precedentes en su presión y penetrabilidad, las expresiones de la fe cristiana (y de otras religiones también) tienden a ser tironeadas hacia los extremos de un fundamentalismo que desafía al mundo o un revisionismo liberal que se acomoda con el mundo. Si el primero desarrolla formas de vida que son una contradicción del Camino de Jesús, el segundo lleva a una descarada negación de la histórica adoración cristiana de Jesús –la promoción de lo que la Biblia anatemiza como “otro evangelio”– y al final de la misión cristiana por completo. La fidelidad de la posición contrastante de estar “en” el mundo, pero no ser “del” mundo es más vital que nunca.
La misión cristiana en la era global
Las oportunidades crecientes para la misión y el evangelismo en la era global son obvias y enormes. Los cristianos son, por definición, grandes comunicadores, y la era global es, por definición, la gran era de la comunicación, así que el potencial para llegar a la gente en el mundo global difícilmente pueda exagerarse. Con la destrucción de las tradiciones, el colapso de las certezas tradicionales y el desvanecimiento de los papeles y lealtades tradicionales, hay una mayor libertad política, una mayor fluidez social, una mayor diversidad religiosa y una mayor vulnerabilidad psicológica que en cualquier otro momento de la historia. Como resultado, los seres humanos en la era global han sido descritos como “propensos a la conversión” y más abiertos que nunca a considerar nuevas creencias. Por lo tanto, enfrentamos la perspectiva de extender el evangelio de una manera que es “más libre, más rápida y de más alcance” que nunca antes en la historia de la iglesia, una perspectiva de debe ser aprovechada con fe y valentía.
A la vez, sería ingenuo no ver que los mayores desafíos para la misión y el evangelismo son igualmente poderosos, y deben ser enfrentados francamente. Los siguientes nueve asuntos son ejemplos del tipo de desafíos que debemos considerar en la era global:
- La tentación política: Con la crisis de fe general en el moderno mundo avanzado, la tentación política hoy es diferente de la de Edimburgo 1910 o de la iglesia bajo Constantino en 312 d.C. En un extremo, más común en Occidente, la tentación es ver a la fe cristiana como la mejor forma de defender el statu quo y fomentar culturas bajo presión. En el otro extremo, más frecuente fuera de Occidente, la tentación es ver la fe cristiana como una variante de la crítica poscolonial, justificando el prejuicio, canalizando la indignación e incitando el resentimiento en un intento por promover el cambio social.
De una forma u otra, la historia muestra que dichos intentos son casi siempre ineficaces para la cultura y desastrosos para la iglesia. Y, entretanto, la fe cristiana es empujada hacia el servicio de alguna ideología política u otra, perdiendo el carácter distintivo del camino de Jesús, y finalizando como el capellán de la corte de los poderes de la era. Ambos extremos deben cuidarse de la idolatría de la política en el mundo moderno, y considerar el dicho: “Lo primero que hay que decir de la política es que no es lo primero”.
- La crisis de credibilidad: Cada vez que cristianos individuales e iglesias locales se han vuelto mundanos por quedar cautivos de la cultura que los rodea y especialmente del espíritu y los sistemas del mundo moderno, representan una “crisis de credibilidad” para el evangelio en el mejor de los casos, e “hipocresía” en el peor de ellos.
- Los aspectos negativos de la era de la comunicación: Entre las características comunes de la era de la comunicación se encuentran muchos impedimentos severos para la misión. Por ejemplo, el predominio del espíritu de entretenimiento, la preferencia por las frases impactantes, las afirmaciones sensacionalistas, la apelación frecuente a los sentimientos y no a otra cosa, la “desatención” generalizada de un mundo en el que “todos están hablando y nadie está escuchando”, la “inflación” de ideas y fuentes de modo que todo es “palabras, palabras, palabras”, y la confianza general en la comunicación a través de los medios en vez de la comunicación cara a cara que sigue el modelo de la Encarnación. En la medida que los cristianos usen los medios modernos acríticamente, reducirán el evangelio a un mero argumento de ventas entre muchos otros.
- El efecto letal de la secularización: “No sólo del pan vivirá el hombre”, dijo Jesús, pero gracias a la brillantez y el poder de las modernas perspectivas y técnicas, ninguna generación se ha acercado más a la ilusión de poder hacerlo, incluyendo la capacidad para hacer crecer iglesias y realizar trabajos de extensión eficaces basados exclusivamente en la fuerza del ingenio humano y sin ninguna genuina necesidad de Dios.
¿Acaso no es ésta en parte la razón de por qué la diferencia más fuerte entre la iglesia primitiva y la iglesia moderna es la falta de poder sobrenatural, acompañado de la falta de oración, de discernimiento espiritual y de capacidad para la sanación, la liberación y la guerra sobrenatural?
La secularización significa que en el avanzado mundo moderno vivimos en “un mundo sin ventanas”, de modo que para muchos cristianos modernos lo que no se ve tiende a ser también lo que no es real. Así, podemos vivir como “ateos funcionales” y en una proporción cada vez mayor de la vida “no tener necesidad de Dios”, haciendo que la misión sea impulsada por estadísticas, demografías y el “reparto” del evangelio a los “no alcanzados”, en lugar de serlo por la pasión tradicional por Cristo y “los perdidos”.
Al mismo tiempo, el mundo pluralizado amplifica los temores que rodean los desafíos de vivir con profundas diferencias religiosas, de modo que la religión es vista como divisiva y el evangelismo como un “proselitismo” injustificado y políticamente incorrecto.
- El toque de Midas del consumismo: En un mundo en el cual el consumismo es el rostro conocido de la economía capitalista dominante, el marketing y el afianzamiento de las marcas son esenciales para el crecimiento económico, y todo puede comprarse y venderse como un artículo de consumo [un commodity], el evangelio puede ser distorsionado fácilmente cuando se lo presenta o se lo percibe como un “producto”, y el énfasis en la “venta” puede terminar convirtiendo al “público” en el soberano por encima del mensaje. En el mejor de los casos, el resultado es un evangelismo superficial y un discipulado deficiente. En el peor de los casos, representa falta de fidelidad al evangelio y confusión y escándalo para las personas que intentamos alcanzar.
Deben subrayarse dos peligros específicos aquí. Por un lado, las sutiles distorsiones del evangelio en las distintas formas del “pensamiento positivo” moderno y, por otro lado, las vulgares y viles distorsiones del evangelio en las diferentes formas del evangelio “de la prosperidad” o “de salud y riqueza” que se exportan ahora de Estados Unidos a partes del sur global, donde sus efectos son perniciosos tanto para el evangelio como para los pobres.
- El ídolo de la puntualidad cronológica: En un mundo de “vida rápida”, donde nos importa menos el pasado, más el presente que nos llega por la “información instantánea y total”, y especialmente el futuro, es fatal dejarnos atraer por las ilusiones y la idolatría generadas por el avanzado tiempo moderno: como las seducciones de la “pertinencia”, el canto de sirena del ideal de la “innovación” constante (“Hay dos clases de iglesias: las que están cambiando y las que están cerrando”), y el atractivo de la novedad incesante (“Lo más nuevo es más verdadero” y “Lo último es lo máximo”). Sigue siendo cierta la máxima: “El que se casa con el espíritu de la época enviuda pronto”.
- La presión del “movimiento de movimientos”: La enorme mayoría de los grandes movimientos de reforma social de la historia –como la abolición de la esclavitud– han sido inspirados por la fe cristiana y liderados por personas de fe. Sin embargo, esto ha cambiado en la era global, donde los problemas globales de todo tipo han inspirado movimientos globales de todo tipo con participantes de todas las creencias: el denominado “movimiento de movimientos”. En un mundo así, ha habido un bienvenido retorno a la temprana pasión evangélica por la justicia social, ejemplificada por grandes evangélicos como William Wilberforce, reconocido ampliamente como el mayor reformador social de la historia. Pero, así como fue una vez una negación del evangelio enfatizar el “evangelio sencillo” a costas del “evangelio social” –una negación tan bien corregida en Lausana I–, hoy es igualmente una negación del evangelio enfatizar lo segundo a costas de lo primero, y expresarse acerca de la justicia pero titubear acerca del escándalo de la cruz y el poder salvador de Cristo.
- Crear y contribuir más que criticar y quejarse: En un mundo en el que los descontentos de la globalización se están volviendo cada vez más evidentes y el temor se ha convertido en la emoción predominante en todo el mundo, es más fácil criticar y quejarse que contribuir y crear. Pero no sólo el mundo clama pidiendo esperanza y soluciones prácticas, sino también el imperativo del mandato cultural a lo largo de toda la Biblia.
Entre los muchos temas en los que los evangélicos tienen tanto recursos bíblicos como experiencia histórica para pronunciarse constructivamente está la cuestión de forjar la civilidad en la emergente “plaza pública global”. En tanto algunos cristianos de Occidente son atacados extensamente ahora como parte del problema de la religión y la vida pública, la promoción adecuada de la libertad de conciencia y la libertad religiosa para personas de todas las creencias nos convertiría en parte de la respuesta, no sólo para nuestro propio bien sino para el bien más amplio y el shalom de la humanidad. Lausana III en Ciudad del Cabo podría asumir un fuerte liderazgo en este momento.
En resumen, mientras el mundo global ofrece oportunidades sin precedentes para alcanzar a pueblos y partes del mundo que nunca antes han sido alcanzados, resalta el contraste entre la sabiduría del mundo y la locura del evangelio en un grado intimidante e incómodo. El evangelismo en la era global parece más fácil, y en muchos sentidos es así, pero el discipulado es indudablemente más difícil, así como también lo es el costoso evangelismo encarnacional que tiene como modelo la vida y la muerte de Jesús y no el esplendor de modernas perspectivas y técnicas.
Servir a Dios en nuestra propia generación
Cada generación está tan cerca de Dios como cualquier otra, y somos responsables sólo de nuestra propia generación. Sin embargo, hoy se afirma que la generación de jóvenes que están ingresando en la adultez ahora es la “generación crítica”, en el sentido de que muchas de las tendencias globales de nuestro día están convergiendo para crear desafíos sin precedentes para la humanidad. Independientemente de que se cumpla esto, no es una exageración decir que la globalización representa la mayor oportunidad para el evangelio desde los apóstoles, así como el mayor desafío al evangelio desde los apóstoles, y que debemos responder a ambos aspectos con fe y con valentía.
Sobre todo, debemos enfrentar tanto las oportunidades como los desafíos de la globalización como el pueblo unido de Dios. En particular, y recordando el trágico punto ciego de la Conferencia de Edimburgo de 1910, debemos evitar el peligro de dos formas equivalentes y opuestas de la mundanalidad del poder. Por un lado, no debemos confundir la extensión del evangelio con la extensión del poder de Occidente, y por otro, no debemos confundir una postura profética contra el poder de Occidente con las premisas y prejuicios del “poscolonialismo” antioccidental.
Con el poder de Occidente en visible declinación, hay menos excusas para la primera confusión que en Edimburgo, si bien el poder económico y cultural de Occidente bien podría sobrevivir a su dominación política y militar. En muchas partes del mundo, la tentación actual es enamorarse de la confusión opuesta introducida por el poscolonialismo, pero esto podría dividir a cristianos contra cristianos en nombre de la suspicacia, la envidia y el resentimiento. Y dividiría también a la iglesia con líneas como “Occidente” contra “el resto”, el “Norte global” contra el “Sur global”, o las iglesias del mundo “más desarrollado” contra las iglesias del mundo “menos desarrollado”. Estas definiciones y límites “accidentales” y extrabíblicos fueron justamente el error que cometió Edimburgo a la luz de la noción artificial y territorial de la “cristiandad”. Temas misioneros más recientes, como “toda la iglesia a todo el mundo” o “todos a todos, y de todas partes a todas partes”, no sólo están más en consonancia con la era global sino son más fieles a la gran comisión.
Todos agradecemos a Dios conjuntamente por la abundante evidencia del crecimiento espectacular de las iglesias del Sur global, con toda su valentía, pasión y poder espiritual. Exponen la vergüenza del contraste demasiado obvio con la marcada pobreza espiritual de las iglesias de Occidente. Pero, a la vez, todos debemos ser humildemente conscientes de que gran parte del Sur global aún no está totalmente modernizado y, por lo tanto, no ha sido totalmente probado por los próximos desafíos y seducciones de la modernidad (de los cuales ha caído presa la iglesia de Occidente). Esa prueba está aún por delante.
De igual forma, todos reconocemos abiertamente y nos lamentamos por la triste debilidad y mundanalidad de gran parte de la iglesia de Occidente, y su profunda necesidad de avivamiento y reforma. Pero su lamentable condición puede servir como una advertencia útil para todas las iglesias de otras partes del mundo: No hagan lo que las iglesias de Occidente han hecho durante los últimos doscientos años: quedar presos del espíritu y los sistemas del mundo moderno. Por lo tanto, todas las iglesias globales pueden unir sus manos en oración con las iglesias de Occidente en ésta, su hora de mayor desafío.
Entonces, las iglesias globales de todo el mundo podrán ser verdaderos socios y unir fuerzas para enfrentar la tarea de recuperar la fe con tal integridad y eficacia que pueda prevalecer por sobre los desafíos del avanzado mundo moderno, y así honrar a nuestro Señor y llevar sus buenas nuevas al mundo.
Nada menos que eso es el desafío supremo planteado por la globalización a los seguidores de Jesucristo, y no menos que eso es la urgencia del tema que analizaremos juntos en esta sesión Multiplex en Ciudad del Cabo, en octubre de 2010. Es claro que el tema de la globalización es demasiado grande y la sesión demasiado corta como para hacer justicia a su inmensidad. Pero, ya sea entonces o después, al avanzar este extraordinario siglo, podemos confiar que Dios es más grande que todo –incluyendo la globalización–, así que podemos confiar en Él en todas las situaciones, y podemos tener fe en Dios, sin tener temor.
© The Lausanne Movement 2010