El fallecimiento del profesor Andrew F. Walls, el 12 de agosto de 2021, generó una avalancha de sinceros homenajes.[1] Walls era casi el santo patrono de una comunidad muy unida de historiadores de las misiones en Yale-Edinburgh Group, un grupo informal de académicos fundado en 1992 por Walls y su colega Lamin Sanneh. En un momento en que el crecimiento del cristianismo en el mundo no occidental no era comprendido ni apreciado por académicos occidentales, Andrew Walls desempeñó un papel decisivo en dar forma al cristianismo mundial como campo de investigación. Sus discursos catalíticos en conferencias, reunidos posteriormente en publicaciones clave, enmarcaron algunos temas centrales de la historia cristiana reciente.
El campo del cristianismo mundial
A pesar de su importante contribución al cristianismo mundial, Walls fue especialmente humilde, pasando casi inadvertido al punto de privilegiar constantemente las ideas de otros. El cristianismo mundial es un campo de investigación relativamente nuevo, junto con los estudios sobre misiones y la historia cristiana. La educación teológica suele organizarse en torno a estudios bíblicos, teología sistemática, teología pastoral (práctica) e historia de la iglesia, cada una con sus subdisciplinas. En la época inmediatamente posterior a la colonización y durante un tiempo todavía, los teólogos e historiadores han dado por supuesto implícitamente que el cristianismo occidental marca la pauta definitiva y han tratado a las demás teologías, según la creencia extendida, como teologías contextuales. La misiología, la disciplina que surgió de las experiencias del movimiento misionero, se convirtió en una lente para observar el cristianismo en el mundo no occidental. Sin embargo, la propia misiología surgió para responder a los retos del contacto entre las culturas de los misioneros y las de los receptores. Antes de la cristalización del cristianismo mundial, la historia de la iglesia trataba el cristianismo no occidental como una extensión de la actividad misionera occidental, una anomalía que desde entonces ha sido tratada en numerosas publicaciones.
El cristianismo mundial surgió para enmarcar el modo en que el cristianismo ha echado raíces y evoluciona en el mundo no occidental, si bien los estudios abarcan ahora todo el mundo. La afirmación principal, que desde entonces ha adquirido importantes matices, es que en el último siglo el cristianismo se ha desplazado numéricamente del Norte global al Sur global. Fue popularizada por Philip Jenkins en The Next Christendom: The Coming of Global Christianity.[2] Jenkins la consideró una transformación revolucionaria equivalente a “una cristiandad” que evocaba a la europea. Para expertos de medios de comunicación y demógrafos, resultó ser una idea pegadiza en el zeitgeist del ataque del 11 de septiembre en el World Trade Center de Estados Unidos. Pero Walls, junto con otros historiadores de las misiones como Lamin Sanneh, Brian Stanley y Dana Robert, entre otros, llevaban varias décadas contando la historia. Lo que distinguió particularmente a Walls fue la prioridad que dio a la fase africana de la expansión cristiana. Para mí, como estudiosa de África, esto constituye la parte principal de este homenaje a él.
El periplo de Walls al mundo cristiano africano
Mi admiración por Andrew Walls comenzó con un encuentro personal. Walls dio una conferencia junto a Mark Shaw sobre temas clave para nuestra cohorte pionera de doctorado en cristianismo mundial en Africa International University, Nairobi. Contó a nuestra clase cómo, siendo un historiador bien formado con un pedigrí de universidades británicas, había estado sirviendo como misionero en Sierra Leona. Con celo misionero, daba conferencias sobre la historia de la iglesia del siglo II a estudiantes africanos, hasta que un día, en una iglesia autóctona, cayó en la cuenta de que estaba viviendo en medio de un milagro.
Dejó de pontificar y empezó a observar. Recogió religiosamente materiales fuera de los canales de publicación y distribución tradicionales, como panfletos, tratados teológicos publicados localmente (y a menudo poco elaborados), grabaciones de casetes de pentecostales, actas de comités eclesiásticos en iglesias principales, testimonios y biografías de africanos comunes y corrientes, folletos con fines litúrgicos, etc. Recorrió el contenido de estos materiales y entabló un diálogo con teólogos africanos emergentes, muchos de los cuales se habían centrado en la cuestión de la identidad planteada por el rechazo poscolonial al cristianismo en África.
Para Walls, la integridad de la teología africana y de la identidad cristiana africana iba más allá de las lecturas cosmológicas entonces predominantes; exigía un reconocimiento histórico cristiano junto a una inmersión fenomenológica en los dinámicos mundos vitales de los cristianos africanos. Una vez que uno lo veía, como hizo él, no podía “desverlo”. Se le cayeron las escamas de los ojos y consideró lo que vio como un milagro viviente: la iglesia del siglo II resucitada en un nuevo mundo de África tropical, más dinámica que nunca entre culturas que entraban en un encuentro por primera vez con la religión cristiana con el trasfondo de la religión tradicional, confrontada simultáneamente por realidades “progresistas” introducidas por el colonialismo y la modernidad.
Descentrar el relato cristiano occidental, recentrar la historia cristiana africana[3]
Para Walls, fue este encuentro con el mundo religioso africano cotidiano, en paralelo comparativo con el cristianismo primitivo, lo que descentró el relato cristiano occidental como la narración central del movimiento cristiano mundial. En su lugar, exploró la totalidad de la historia cristiana, en todas las regiones del mundo a lo largo de la historia. Desde un punto de vista orgánico, el encuentro entre la fe cristiana, el canon cristiano traducido y la herencia religiosa africana deja de ser un encuentro entre la cultura occidental y los valores africanos. En su lugar, Cristo aparece conversando con el alma de África.
Los cristianos de los siglos XIX y XX comprendieron esta idea y reivindicaron las Escrituras como un texto fundamental para cultivar la conciencia negra, lo que dio aliento a diversas formas de autoemancipación, entre las que destaca el crecimiento de las iglesias autóctonas africanas (AIC) y, posteriormente, de los carismáticos y pentecostales. Para Walls, las AIC desempeñaron un papel misionero de inculturación del canon bíblico en el alma de las realidades cosmológicas africanas, preparando así el terreno para que generaciones posteriores de cristianos recibieran expresiones más completas del evangelio. Walls llegaría a recentrar la fase africana de la historia cristiana contemporánea como el suceso más significativo de nuestro tiempo. Esto —el enaltecimiento de una región anteriormente pasada por alto, pero muy dinámica— es el corazón y el impulso inicial de los estudios del cristianismo mundial, un punto que algunas de las últimas escuelas del cristianismo mundial parecen haber pasado por alto.
Una de sus historias ilustrativas es el encuentro del eunuco etíope con el apóstol Felipe, en Hechos 8. África solo se menciona de pasada en Hechos, pero Walls lee con imaginación el plan de Dios de incluir a todo el continente en la historia cristiana. El eunuco llega al texto como un participante en las redes del mundo grecorromano, un importante funcionario de un reino africano internacionalmente conocido pero localmente independiente, gobernado por una mujer, la Kandake. Esta es una anécdota que Walls consideró indicativa. Aunque África parece ser un hermano menor en los asuntos mundiales actuales, aparece inserta en las redes internacionales y en la historia redentora desde el principio del evangelio, y sigue formando parte del flujo histórico posterior de los dos mil años de cristianismo, como demuestran las investigaciones.
Para el siglo II, las iglesias norteafricanas se habían convertido en pioneras del conocimiento cristiano. En el siglo VI, el cristianismo tenía un hogar envidiable a lo largo del Nilo, en el reino de Nubia. Las iglesias ortodoxas coptas y etíopes se han mantenido por sí solas incluso cuando sus regiones han sido eclipsadas por el islam. Esta línea de continuidad ininterrumpida establece que el cristianismo africano es una historia cristiana por derecho propio, no un apéndice del relato misionero. No significa que los misioneros de los siglos XIX y XX no tuvieran importancia. El propio Walls, un misionero, dedicó partes importantes de sus escritos a demostrar que fueron catalizadores improbables del crecimiento contemporáneo, pero sostuvo que en su mayoría fueron solo eso: catalizadores. No obstante, la intervención de los africanos en su propia historia no podía apreciarse a la sombra de la narrativa occidental predominante.
La transmisión y expansión de la fe cristiana a largo plazo
El punto de vista de Walls sobre la transmisión, difusión y expansión de la fe cristiana a lo largo de la historia es una perspectiva muy necesaria para nuestra generación, que a menudo se preocupa por los resultados que se pueden obtener a corto plazo. Por ejemplo, uno de los primeros movimientos controvertidos, el donatismo del norte de África en los siglos III y IV, aceptaba el corpus de las Escrituras, pero se oponía a la interferencia del estado en los asuntos de la iglesia, siendo pionero en una revolución social de la que se harían eco los teólogos de la liberación latinoamericanos del siglo XX. Las cuestiones prácticas que plantearon acabaron por obligar a los Padres de la Iglesia a articular respuestas teológicas que produjeron doctrinas y credos que se transmitirían a los territorios semianalfabetos de Europa en los siglos siguientes.
Orígenes, al que Walls llama un “teólogo sistemático”, era africano. Tanto Tertuliano, un abogado que Walls equipara a los modernos pentecostales, como Agustín, que sentó las bases de la teología occidental utilizando el derecho romano como cemento, se criaron en el norte de África. San Antonio fue el pionero del monacato en el norte de África. Él y sus seguidores rechazaron la autocomplacencia y huyeron al desierto, desafiando de hecho la creciente complacencia del cristianismo con la comodidad material a costa de la fidelidad teológica. Cuando el cristianismo pasó a las tribus beligerantes de Europa, el espíritu del monacato sostuvo la vida cristiana radical y la preservación escolástica.
Walls también observó desarrollos similares en otras regiones previamente ignoradas (al menos para la historia de las misiones), como China, Corea y las regiones del Pacífico, y los puso en perspectiva comparativa entre sí. Tenía la capacidad de cubrir vastas regiones, con la ayuda de un viejo mapa andrajoso que siempre traía a clase y una fértil imaginación que mantenía a los alumnos embelesados.
También hizo lo que muchos occidentales que llegan a tener conocimientos importantes sobre el mundo no occidental han sido reticentes a hacer. La mayoría aprovecha las perspectivas para escribir libros destinados a un público mayoritariamente occidental. Aunque su propia pluma también fue prolífica, Walls allanó el camino para que africanos estudiaran y pudieran contar su propia historia.[4] El difunto Ogbu Kalu y Kwame Bediako son dos de las principales figuras del cristianismo africano que tuvieron como mentor a Walls. Muchos otros han continuado con el legado de sus ideas. Walls desempeñó un papel decisivo en la fundación o el encuadramiento de programas de enseñanza y tutoría y de centros de investigación misionera en Edimburgo, Aberdeen, Liverpool, Princeton, Akrofi-Christaller y otros lugares.
Escucha multipolar para replantear cuestiones difíciles en la misión
Muchos lectores del Análisis Mundial de Lausana involucrados con el trabajo misionero y plenamente ocupados con asuntos prácticos urgentes, podrían olvidar hacer una pausa y participar en el tipo de escucha multipolar que Andrew Walls realizó en sus primeros años en África. Para un continente descartado constantemente cuando no se ajusta a marcos epistemológicos inspirados en la Ilustración, los posibles benefactores que traen soluciones preenvasadas a menudo se pierden el milagro vivo de algo nuevo que Dios está haciendo. Se requiere un alma experimentada como Walls, el predicador ordenado metodista y aparente poeta, para verlo.
El momento contemporáneo enfrenta al cristianismo en todas partes con preguntas complejas que no pueden ser respondidas con clichés trillados. Siguiendo los pasos de Walls, hay razones para que los que tienen conciencia de las misiones, que pueden ver desde múltiples mundos, reformulen estas cuestiones intrincadas mediante una escucha doble, incluso multipolar. La mayoría de los que se encuentran con cuestiones complejas tienen acceso a redes institucionales y de recursos. En lugar de conformarse con un antiintelectualismo autocrítico, Walls da el ejemplo. Como educador misionero de toda la vida, aprovechó los recursos occidentales que pudo para guiar a una generación de eruditos cristianos autoconscientes y orgullosos de sus identidades regionales, pero que buscaban las más altas virtudes intelectuales en su país y en el extranjero, a reformular la historia general.
Los protegidos de Walls han contribuido a adosar el estudio de la historia cristiana africana a una corriente de pensamiento cristiano más amplia (mejor aún, ecuménica), que no se encuentra en los márgenes donde se perdía en la traducción. Se necesitan más benefactores de este tipo en el creciente movimiento cristiano mundial por el bien de un mundo que busca desesperadamente respuestas.
Endnotes
- https://www.christianitytoday.com/news/2021/august/andrew-walls-world-christianity-edinburgh-yale-tributes.html
- Philip Jenkins, The Next Christendom: The Coming of Global Christianity (Oxford: Oxford University Press, 2011).
- Nota del editor: Ver el artículo de Mons Gunnar Selstø y Frank-Ole Thoresen “Lecciones de la historia de la iglesia norteafricana: abrazar una teología de la ‘unidad en la diversidad’”, en el número de septiembre 2018 del Análisis Mundial de Lausanahttps://lausanne.org/es/contenido/aml/2018-09-es/lecciones-de-la-historia-de-la-iglesia-norteafricana
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