Mi adolescencia coincidió con los años 70, memorables por ser una década de recesión económica, por el surgimiento de las políticas y la economía neoliberales y por la acelerada polarización del mundo entre los EE.UU. (con sus aliados de la OTAN) y la Unión Soviética. La década culminó con la elección de Margaret Thatcher como primer ministro del Reino Unido y con la invasión soviética de Afganistán.
A principios de los 80 empecé a interesarme en la política. La política europea parecía estar entonces dominada por el aparentemente inexpugnable muro que separaba al oeste del este y del vasto imperio soviético que cerraba filas tras él. Recibimos en nuestro hogar, como en tantos otros del Reino Unido, un folleto que explicaba qué hacer en caso de ataque nuclear. La percepción del ‘realismo’ de la presentación de esta clase de guerra fría resultaba aumentada para un joven evangélico por el compromiso inquebrantable de los estados socialistas soviéticos con el ateísmo y la impiedad.
Se abre el telón de acero
En 1985 Mijaíl Gorbachov asumió el liderazgo de la Unión Soviética y una sucesión de líderes occidentales se abrieron a sus intentos de rebajar las tensiones con occidente a la vez que emprendía una liberalización política y económica en su país. Los gobiernos comunistas iban cayendo a lo largo de 1989 y la reunificación de Alemania en 1990 se hizo inevitable, junto con la desaparición de las realidades políticas y militares de la guerra fría. El ‘telón de acero’ que había separado a la Europa del este de ‘occidente’ finalmente se descorrió.
Ya he vivido la mitad de mi vida en la estela de los cambios políticos, económicos, sociales y religiosos resultantes de los acontecimientos de finales de los 80 y principios de los 90. Tan sólo 15 años después de estos cambios políticos me trasladé con mi esposa a Hungría para ocupar un cargo misionero, una reubicación que habría sido inconcebible en 1989. Estábamos allá para aprovechar la centralidad de Budapest en la geografía de la nueva Europa.
Otras agencias de misión con un enfoque similarmente pan-europeo también vieron que Budapest era una base útil para tener acceso rápido a la mayor parte de Europa. Budapest, descrita anteriormente como una capital del este de Europa (con la connotación de estar a la otra orilla de la Europa moderna y progresista) se había convertido en una ciudad centroeuropea con facilidad de acceso a todas las partes de Europa.
Este artículo intenta captar, aunque sea de una manera impresionista, algo de los cambios más importantes del último cuarto de siglo en Europa. Una vez hecho eso, intentaré trazar y analizar algunas de las implicaciones que estos cambios siguen teniendo para las agencias de misión evangélicas y las comunidades eclesiales relacionadas con ellas.
Identidad nacional, independencia y etnicidad
A lo largo de la mayor parte del periodo que va desde la posguerra hasta finales de los 80 los conflictos europeos se enmarcaban generalmente en un contexto de oposición entre el ‘este’ y el ‘oeste’. Esto evidentemente enmascaraba las tensiones internas en cada una de estas dos regiones europeas, tensiones que posteriormente habían de emerger con consecuencias letales en los países balcánicos.
Cuando se vino abajo la presentación excesivamente simplista de la identidad europea como este-oeste, surgió un vació que facilitó la aparición de poderosos y letales tribalismos relacionados con las ideas de nuevas naciones emergentes[1]. En la mayor parte de los casos estas formas contemporáneas de tribalismo se construyeron sobre identidades que se consideraban étnicamente homogéneas y frecuentemente formadas en relación a identidades religiosas históricas (Ortodoxa, Católica y Musulmana) que habían sido reprimidas por los regímenes comunistas.
El conflicto armado, en su manifestación más extrema y violenta, asoló la antigua Yugoeslavia en los ocho años de 1991 a 1999, con un resultado de unas 140.000 víctimas mortales y daños masivos a las infraestructuras y la economía de la región. Estas guerras se alimentaron de la confrontación entre aspiraciones nacionalistas y de las tensiones étnicas. Si bien las hostilidades armadas finalmente cesaron en 1999 con el final de la Guerra de Kosovo, las tensiones regionales continúan y siguen dificultando el acceso y las actividades de las agencias de misión que trabajan en estas regiones.
Es evidente que las aspiraciones de identidad nacional y autodeterminación no son siempre malignas y en el caso de Eslovaquia y la Republica Checa la separación de los territorios que anteriormente formaban Checoslovaquia tuvo lugar durante la ‘Revolución de Terciopelo’. Cuando países como por ejemplo Hungría, la República Checa, Eslovaquia y Eslovenia se plantearon como identificarse a sí mismos, en seguida asumieron la terminología de ‘Europa Central’. Esto servía dos propósitos. En primer lugar les permitía a estos y otros países deshacerse de la antigua terminología socialista de ‘el Este’. En segundo lugar les facilitaba la creación de un sentido de identidad y propósito común.
Conforme la Unión Europea iba extendiendo sus fronteras con la integración de nuevos estados miembros en 2004, 2007 y 2013, los ciudadanos de los 28 estados de la UE obtienen la libertad de vivir y trabajar en cualquier parte de la comunidad de la UE. Con esta nueva libertad de migración las poblaciones de cada uno de los estados comienzan a sentir nuevas formas de diversidad étnica y nacional internas. En algunos casos este factor ha alimentado tensiones étnicas y nacionalistas. Estas por su parte impulsan movimientos y partidos políticos euroescépticos, dan apoyo a formas de extremismo político contra minorías étnicas y consolidan la resistencia frente a grupos concretos de inmigrantes.
Los gobiernos nacionales del antiguo ‘oeste’ también son susceptibles de tensiones internas que pueden ser regionales e históricas. En el caso de Escocia la maquinaria política adquirió suficiente impulso para un referéndum en 2014 sobre su independencia del Reino Unido, que finalmente no tuvo éxito. Similares aspiraciones siguen agitando el deseo de independencia en Cataluña y otras regiones de España, constantemente resistido por el gobierno central español.
Nuevas formas de alianza política
Es evidente que la Unión Europea, con sus 28 estados miembros, no es la única institución que representa los intereses comunes de las naciones europeas. El más antiguo Consejo de Europa (fundado en 1949) representa a 47 estados miembros, incluidos los antiguos estados soviéticos que siguen sin formar parte de la UE (con la notable excepción de Bielorrusia, la única dictadura que queda en Europa); pero en lo relativo a la efectividad como instrumento de elaboración de políticas conjuntas la UE es con mucho la institución más efectiva de las dos.
Con la expansión de la UE en 2004, 2007 y 2013 su membresía ha crecido de 15 a 28 países. Once de esos nuevos estados miembros se encontraban en el bloque soviético antes de 1989. La presidencia de seis meses de la Unión Europea ha sido ejercida por cada uno de los países del antiguo bloque soviético que ahora son miembros de la UE.
Otros cuatro países son ahora estados candidatos formales a entrar en la UE o tienen el estatus de candidatos potenciales (Albania, Macedonia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo) y dos (Montenegro y Serbia) están negociando la hoja de ruta para su acceso.
La caída de la antigua Unión Soviética abrió el camino para la aparición de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). La CEI promueve los intereses comunes de sus miembros y así, hasta cierto punto, también mantiene estrechos vínculos entre las personas de etnia rusa o rusohablantes con pasaporte ruso en lo que Rusia ha venido frecuentemente a denominar como su ‘exterior cercano’:
- La presencia de rusos étnicos en Ucrania y Georgia sirvió a Moscú como justificación de su reivindicación de protección de los habitantes rusos del territorio ucraniano de Crimea y de su control sobre el territorio anteriormente georgiano de Osetia del Sur y Abjasia.
- Moldavia también se encuentra vulnerable en este sentido al tener su propia población étnicamente rusa en la región de Transnistria, al este del río Dniéster y fronteriza con Ucrania.
- Si bien los estados bálticos también tienen población rusa, cuentan con la relativa protección de ser miembros de la OTAN. Sin embargo los casos de invasión de su espacio aéreo por parte de las fuerzas aéreas rusas se han multiplicado a lo largo de 2015 conformando un movimiento que algunos interpretan como provocaciones de estilo soviético a lo largo de las fronteras que anteriormente, total o parcialmente, estuvieron ubicadas dentro de la Unión Soviética.
Creciente diversidad cultural y religiosa
El Acuerdo de Schengen ha garantizado a los ciudadanos de la mayoría de los estados de la UE la libertad de cruzar sin trabas las fronteras nacionales internas de la Zona Schengen. Los ciudadanos de la UE tienen derecho a residir, trabajar y hacer negocios en cualquiera de los estados miembros de la UE. Esto ha facilitado la aparición de patrones saludables de diversidad cultural y religiosa.
Al acelerarse la magnitud de la inmigración a Europa a lo largo de 2014 y 2015 varios estados miembros establecieron medidas unilaterales de control de entrada de emigrantes a su territorio, incluida la erección de vallas en sus fronteras. Esto ha contribuido a la presión sobre los políticos europeos en Bruselas para poner en práctica el artículo 26 del Acuerdo de Schengen que permite la reintroducción de controles fronterizos en caso de ‘seriuas deficiencias persistentes’ en las fronteras externas. A finales de 2015 se decidió permitir la reintroducción temporal de controles fronterizos por un periodo de hasta dos años. Esto además implicará controles más estrictos en las fronteras externas.
La presencia de inmigrantes en Europa ha acelerado su diversificación cultural y religiosa y ha dado lugar a nuevas normas y reacciones políticas. En los años centrales de la pasada década los políticos europeos empezaron a anunciar el fin del multiculturalismo. Junto con esto hubo un nuevo enfoque en un ‘interculturalismo’ que promovía una aproximación más intencional a la integración de los inmigrantes por medio de políticas de apoyo al aprendizaje del idioma, la incorporación al sistema educativo y al mercado laboral y la promoción de valores nacionales europeos (formalmente determinados en algunos países).[2]
Junto con la diversidad cultural llegó también la diversidad religiosa y una creciente susceptibilidad europea ante el Islam, especialmente frente a sus formas más radicales en ciertos grupos musulmanes. La secular década de los 70 no preparó bien a Europa para la eclosión de vitalidad religiosa que se había de hacer patente hacia el final de la década de los 90 y en años sucesivos.
Las convicciones religiosas estaban implícitas en los diversos conflictos de los Balcanes con, por ejemplo, los serbios ortodoxos luchando contra los musulmanes bosnios y los católicos croatas. La utilización de etiquetas religiosas no es convincente para la mayor parte de los teólogos o maestros religiosos, pero su adopción por parte de diversos movimientos ha sido llamativa por su capacidad para crear y mantener su identidad y fines, especialmente cuando estos estaban dirigidos a la acción violenta.
Iglesia y misión en Europa
En los últimos 25 años parece haber habido una seria reevaluación de la inicial euforia evangélica sobre la Europa central y del este que se hizo evidente a principios de los 90. Los cínicos sugirieron entonces que en los años 90 la llamada a la conversión parecía ser ‘arrepentíos, creed, sed bautizados y llevad un camión cargado de biblias y ropa infantil a un orfanato de Rumanía’.
A pesar de estas objeciones, en esos primeros años se vio una actitud abierta al evangelio sin precedentes, nuevas libertades religiosas y una proliferación de ministerios de plantación de iglesias, distribución de biblias y literatura, ministerios sociales e iniciativas evangelísticas. Todo esto se vio impulsado por la llegada de un gran número de misioneros procedentes de EE.UU., Corea y diversas organizaciones misioneras de Europa occidental. La colaboración efectiva dio lugar al establecimiento de muchas más congregaciones locales evangélicas en varias partes de Europa.
La presencia de misioneros, por otra parte, no estuvo exenta de tensiones. Su presencia provocó el resentimiento casi unánime de las iglesias históricas (Ortodoxa y Católica) y no pocas veces también de las iglesias evangélicas ya existentes, que sufrieron la pérdida de miembros anteriormente activos que pasaron a iglesias no autóctonas apoyadas desde occidente en lo económico y con otros recursos.
La actividad misionera se ha hecho más sensible al contexto local en estos últimos años. La plantación de iglesias desde el occidente ha perdido el atractivo de lo novedoso. Se ha entendido que los planteamientos a largo plazo son más apropiados. También se están dando, por ejemplo, modelos innovadores de cooperación evangélica con iglesias tradicionales, especialmente entre sociedades misioneras como la británica CMS o la alemana EMW, o agencias como Visión Mundial.
También hay iglesias e individuos cristianos que tomándose en serio su compromiso misionero con Europa entienden la necesidad de interactuar con los mayormente seculares corredores del poder político, económico, cultural, social y académico[3]. La Unión Europea y sus Comisiones tienen ahora que servir y reflejar los intereses de 28 países. Muchos de estos son mucho menos ‘seculares’ que los del ‘club de los 15’ anterior a 2004. Las relaciones con las instituciones europeas seguirán siendo problemáticas para los evangélicos y para otras personas de fe, pero al menos se abre una nueva posibilidad de volver a presentar a las gentes de Europa, de una manera convincente y persuasiva, la fe cristiana como testimonio del evangelio de Jesús.
Aquellos lectores interesados o especializados en este área quedan invitados a participar en la conversación sobre la importancia estratégica de volver a relacionarse con las instituciones europeas con el evangelio. Pueden hacerlo aquí.
(Adaptado y ampliado a partir de un artículo originalmente publicado en Vista: Quarterly bulletin of research-based information on mission in Europe, núm. 19, octubre 2014.)
Endnotes
- Editor’s Note: See article entitled ‘Nationalism and Evangelical Mission: Issues for evangelical leaders’ by Darrell Jackson in the May 2014 issue of Lausanne Global Analysis.
- Editor’s Note: See article entitled ‘European Immigration Policy: Lessons and challenges for the church’ by Darrell Jackson in the January 2013 issue of Lausanne Global Analysis.
- Editor’s Note: See article entitled ‘Europe: A most strategic mission field’ by Jeff Fountain in the November 2014 issue of Lausanne Global Analysis.