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La verdad importa, defendámosla

Carver T. Yu 19 Jun 2010

Editor's Note

Nota del editor: El presente Texto Previo para Ciudad del Cabo 2010 fue escrito por Carver T. Yu como una reseña del tema a debatirse en la sesión Multiplex sobre “La defensa de la verdad de Cristo en un mundo pluralista y globalizado”. Los comentarios a este texto realizados a través de la Conversación Global de Lausana serán remitidos al autor y a otras personas para ayudar a dar forma a su presentación final en el Congreso.

Quienes vivimos en Asia hemos convivido durante siglos con la realidad de la pluralidad cultural en general y de la pluralidad religiosa en particular. Sí, hemos convivido con la pluralidad, no con el pluralismo. El pluralismo nunca fue una opción. Si usted es confusionista, taoísta, budista, musulmán o hinduista, tiene una convicción inquebrantable en cuanto a que lo que usted cree y por lo cual vive es una verdad que conduce al auténtico humanismo o a la salvación eterna, y que todos los demás caminos conducirían, en el mejor de los casos, a una vida sin propósito, y en el peor, a la perversión y el sufrimiento. La verdad importa porque tiene consecuencias para la vida. Aunque respetando a los demás, uno no deja de sentir su responsabilidad de señalarles el camino correcto.

El pluralismo en boga en la actualidad es completamente diferente. Se trata de una ideología que proclama que la verdad es una construcción cultural válida únicamente para la cultura que la construye y que, por lo tanto, no tiene aplicación a otra cultura o sistema de significados. Dice que no existe una verdad que se pueda afirmar que sea para todos. Todas las verdades son relativas entre sí. El pluralista aplica el concepto no solo a las culturas sino también a las personas. Se considera a cada individuo como la base suprema de la realidad y el fundamento a partir del cual se elaboran los significados y los valores. El pluralista posmoderno cree que todas y cada una de las personas crean su propia lógica y establecen sus propias reglas al construir su propio mundo de realidad y valor. El individuo es “autónomo” en el sentido que él es su propia ley. Al construir cada persona su propio mundo, puede haber tantos mundos como individuos haya, y cada uno es apenas una red de creencias que son ciertas únicamente para la persona que las sostiene. Como cada uno de estos mundos es único para sí mismo, se hace inconmensurable para los otros. Por lo tanto, a pesar de toda la retórica acerca del diálogo, el pluralismo ha hecho que todos los diálogos sean innecesarios y fútiles.

Al mismo tiempo, como la verdad se fabrica, puede ser refabricada a voluntad. De este modo, siempre es provisoria y fluida, y no tiene influencia duradera sobre nada. Al condenar a todas las verdades como radicalmente relativas y provisoria, el pluralismo ha silenciado cualquier proclamación de verdad trascendente que sea verdad para todos los seres humanos y todas las culturas. En su propósito de condenar el dogmatismo, el pluralismo es en realidad la más dogmática de las ideologías, ya que, sin titubeos, calificará de dogmatismo y exclusivismo a cualquier concepto de verdad que sea antipluralista, rechazándolo de plano. El pluralismo como tal es la más virulenta forma de monismo: es monismo indiferente.

Sin embargo, no es necesario demasiado análisis crítico para ver que el pluralismo se contradice a sí mismo. Al proclamar el pluralismo, el pluralista afirma tácitamente que se encuentra en una posición estratégica que se eleva por sobre todas las culturas o individuos, desde la cual observa la relatividad de todo. Sin embargo, milagrosamente, la posición estratégica en la cual se sitúa es absoluta. ¿Cómo lo logra? Por pura fe animal y afirmación dogmática.

Al tiempo que trivializa la verdad y califica a las verdades religiosas de opresivas, el pluralista promueve desvergonzadamente la versión secularista de la verdad, imponiendo el punto de vista secular como cierto para todos. Al ateísmo se le permite convertirse en la nueva religión, promoviéndolo como la encarnación del racionalismo científico, la objetividad, el sentido común y la inclusividad. Ahora el ateísmo se levanta para hacer la guerra a la religión en general y a la fe cristiana en particular, con un celo “evangelístico” y una hostilidad sin precedentes. El “Bus de Campaña Ateísta” en Londres es un ejemplo. En junio de 2008, la escritora de comedias Ariane Sherine propuso hacer publicidad contra de la creencia en Dios en los buses de Londres diciendo: “Probablemente no haya Dios. Deje de preocuparse. Disfrute su vida”. Inmediatamente comenzó a llegar el dinero y en los siguientes cuatro días se recaudaron más de ₤140.000. Ahora la campaña se extendió a Canadá. En un aviso publicitario similar, se observa a dos niños que piden cada uno no ser identificado como un niño católico o ateo respectivamente; quieren crecer neutrales. De manera sutil, la campaña condena a los padres por criar a sus hijos con convicciones respecto de alguna verdad. El monismo indiferente ha intensificado su presión sobre nuestras vidas. Al mismo tiempo, también inundan el mercado libros que proclaman el ateísmo, como el de gran repercusión de Richard Dawkins: El espejismo de Dios. Ya ha sido traducido a 31 idiomas con más de un millón y medio de ejemplares vendidos. Joan Bakewell, una columnista del periódico británico The Guardian, elevó aún más el grito de batalla contra la religión en su elogio del libro de Dawkins: “Las religiones mantienen atemorizado al mundo secular. Este libro es un claro llamado a dejar andar temerosos” (The Guardian, 23 de septiembre de 2006). ¿De qué se trata esta lucha? Es acerca de recuperar el derecho a definir los valores morales por uno mismo por sobre cualquier barrera trascendente. El verdadero problema es cómo vivir nuestra vida.

Esta clase de ideología secular tiene consecuencias. Eclipsar la verdad trascendente tiene consecuencias para la vida.

Hace veintiún años, apenas unos meses antes de los acontecimientos del 4 de junio en la plaza Tienanmen de Beijing, Liu Xiao Bo escribió un artículo acerca de la tragedia del pueblo chino, en el cual dijo: “La tragedia del pueblo chino es la tragedia de un pueblo sin Dios. Cuando la luz del Otro Lado trascendente queda opacada, las tinieblas de este lado pasan fácilmente a ser consideradas como la luz infinita” (1). Una sociedad carente de la luz trascendente casi con seguridad se absolutizaría a sí misma y acabaría haciendo, aún de su oscuridad, una luz infinita por no tener acceso a otros recursos más de ella misma para su autocrítica. Una sociedad sin la iluminación de la verdad trascendente está destinada a naufragar en la oscuridad de su propia corrupción.

La verdad también tiene consecuencias en la dimensión individual. En Amsterdam 2000, el Dr. Ravi Zacharias relató una experiencia en la que defendió la objetividad de la verdad moral frente a un grupo de estudiantes de Oxford. Al finalizar su argumentación, un estudiante lo desafió diciendo: “Dr. Ravi, la moralidad es puramente emotiva. Lo ‘bueno’ y lo ‘malo’ no son más que expresiones de preferencias personales efectuadas de manera emocional”. Ravi respondió: “Veamos si es cierto su argumento poniéndolo a prueba. Coloquemos a un inocente e indefenso bebé sobre esta mesa y cortémoslo en tres pedazos con un gran cuchillo. ¿No estaríamos de acuerdo en que lo que acabo de hacer es malo?” Con gran calma, el estudiante respondió: “No. Simplemente diría que no me gusta lo que acaba de hacer”. Ravi confesó que quedó sorprendido ante la respuesta. Es una lástima que yo no estuviera allí, pues habría preguntado al estudiante: “¿Qué ocurriría si fueras tú a quien colocáramos sobre esta mesa dispuestos a cortarte en tres pedazos? ¿No dirías que lo que estoy a punto de hacer es malo y debo ser detenido inmediatamente?” Y si el estudiante respondiera: “Simplemente diría que no me gusta lo que está a punto de hacer”, le respondería: “Pues a mí sí me gusta, y mucho, y sucede que tengo el poder para hacerlo”. Conocemos muy bien las consecuencias.

Sin verdad moral, el poder se convierte en derecho y la guerra tribal se hace inevitable. Sin el decreto divino que establece que la persona humana es creada a imagen de Dios, afirmada por el Creador para tener un valor absoluto y ser absolutamente inviolable, ¿por qué motivo alguien tomaría en serio la aseveración que “todos nacemos iguales”? ¿Cuál es el asidero para esta creencia, la cual se supone que es nada menos que el fundamento de la democracia? ¿Creemos esto porque nos simpatiza emocionalmente? ¿O lo creemos quizá por un cálculo racional basado en intereses particulares o en el temor? ¿Qué ocurriría si Nietzsche estuviera en lo correcto en cuanto que hemos inventado estas afirmaciones vacías porque somos débiles; porque tenemos temor de permitir que la voluntad de poder tome el control, por el temor a enfrentar el hecho que solo los fuertes y poderosos sobrevivirán? ¿Qué argumento tenemos para refutar a Nietzsche? La afirmación resulta vacía si solo se trata de una invención humana. ¿Por qué debería creer yo que nací igual a usted si observara a las claras que he sido dotado genéticamente con mayor inteligencia y fuerza que usted? La metáfora del gen del egoísmo asumiría el control, describiendo a la persona humana como un ser autónomo, liberado de cualquier obligación respecto toda otra persona más que de sí mismo, dirigido únicamente por la lógica del interés particular y la autoinmortalización. Debido a que las personas no son “nacidas iguales”, los más inteligentes, los más fuertes y los más ricos deberían tener más votos en el proceso político.

Si los valores morales son separados de su fuente trascendente, la mayor de las virtudes no tendrá ningún valor y no será más que una función pragmática. El valor de una persona yace enteramente en la función que cumple dentro de un proceso, cuyo valor se mide por su función dentro de un proceso mayor. La realidad en nuestro contexto es que el mercado global es controlado por corporaciones globales. El valor de la persona humana yace en su “comerciabilidad” o funcionalidad en el mercado. La persona es, básicamente, una herramienta o un bien (commodity) para otros. Personas como Richard Posner estarían totalmente en lo cierto al decirnos en su libro Sexo y Razón, que no existe una diferencia fundamental entre prostitución y matrimonio. Para él, el matrimonio es prostitución a largo plazo. En el matrimonio existiría un acuerdo a largo plazo por el cual los cónyuges intercambian servicios, mientras que el caso de la prostitución es una relación de mercado inmediato donde el intercambio se produce al dar a la prostituta un pago que ella puede utilizar para adquirir servicios de otros.

Ante nuestros ojos, la trama moral de nuestra vida social se está desintegrando y podemos ver cómo la persona humana está siendo despersonalizada, convirtiéndola en un bien o una serie de funciones. El exilio de la verdad trascendente tendrá un alto costo para nosotros llevándonos al caos sociocultural y, como consecuencia, a un inmenso sufrimiento. No queda más que ponernos de pie y hacer retroceder la marea. Debemos predicar la verdad del evangelio cristiano a cualquier costo.

© The Lausanne Movement 2010

  1. Liu Xiao Bo, Tragedy, Aesthetics and Freedom. Taipei: Feng Yun Xidai, 1989. Pág.74. [publicado en chino]