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Un nuevo parámetro para el discipulado evangélico

Quiénes somos en Cristo importa más que lo que estamos haciendo por él

Jason Watson 10 Ago 2023

Hace unos meses, estaba hablando en una escuela secundaria cristiana local sobre la integridad en el liderazgo cuando un grupo de chicos mencionó a un conocido influencer de la Generación Z. Este individuo ha ganado muchos seguidores propagando intencionadamente opiniones despectivas sobre las mujeres. Este individuo ha ganado un gran número de seguidores propagando intencionadamente opiniones despectivas sobre las mujeres y, en consecuencia, ha sido prohibido en múltiples plataformas y «cancelado» por varios grupos. Pero esto no ha hecho más que aumentar su atractivo entre ciertos jóvenes varones.

En cuanto el público de la escuela secundaria oyó su nombre, la multitud estalló en un frenesí. Me encanta el caos, sobre todo cuando enseño a adolescentes. Suele ser un buen momento para enseñar, y en este caso tenía preparado un discurso espontáneo sobre la integridad, porque la experiencia de mi vida lo había grabado en mi corazón.

Al ver a los chicos defender con tanta pasión a su héroe, era como si estuviera viendo una versión de mí mismo de una década atrás. Al final de mi adolescencia, empecé a seguir las enseñanzas de un popular líder de una iglesia evangélica. Era un maestro fenomenal y construyó una de las iglesias de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Era estridente, odioso y áspero, ¡y todo eso me encantaba! ¡Era apasionante verlo!

Año tras año, creció en popularidad hasta que, en cuestión de semanas, toda su red de iglesias se vino abajo. ¿Por qué? Porque resulta que era estridente, odioso y áspero tanto sobre como bajo el escenario. Tenía dones asombrosos, pero le faltaba el carácter para cultivarlos y manejarlos correctamente.

Me preguntaba si los chicos que defendían a su héroe tóxico experimentarían algún día lo mismo que yo. Puede ser una experiencia dolorosa darnos cuenta de que un líder religioso al que una vez admiramos, y que influyó en nuestra fe, no era la persona que pensábamos que era. Es una sensación algo personal y puede llevar años reconciliar la decepción con nuestro propio camino de fe.

Este estilo de liderazgo tóxico se extiende más allá de pastores de megaiglesias. Lamentablemente, cada vez es más frecuente que líderes jóvenes se acerquen a mí desilusionados. Luchan por reconciliar la disonancia que sienten al encontrarse con cristianos mayores a los que antes admiraban. Estas personas tenían todos los dones que los evangélicos celebran hoy, pero en realidad resultaron ser narcisistas, vengativos, racistas, divisivos, resentidos y egoístas (Gá 5:19-21).

Si usted es evangélico, probablemente se sienta identificado.

Tenemos que hacer un alto y preguntarnos si no estaremos evaluando la madurez y el crecimiento espiritual de forma equivocada hoy. ¿Cuáles son los parámetros que utilizamos los evangélicos que han permitido a ciertos líderes llegar a una posición de influencia sin tener el carácter que los sostenga? Y ¿son los parámetros mismos parte del problema?

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El parámetro de Jesús para el discipulado

Jesús comprendió la importancia de que sus discípulos utilizaran el parámetro correcto para discernir la madurez espiritual.

Al comienzo de su ministerio, nos advirtió: «Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán» (Mt 7:15-16a).

Note que Jesús nos llama a prestar especial atención a quienes nos guían. Nos anima explicando que es posible distinguir a los lobos de las ovejas. Todo lo que tenemos que hacer es prestar atención a los frutos que producen las personas.

Del mismo modo, Jesús insistió en la importancia de la fecundidad al final de su ministerio. “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos” (Jn 15: 5, 8).

Según Jesús, hay un parámetro que podemos utilizar para ayudarnos a discernir si alguien es un auténtico discípulo de Cristo o un «lobo feroz» interiormente tóxico. Este parámetro es la fecundidad.

Jesús continúa en Mateo 7:16-18: «Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno”.

¿Qué tipo de fruto buscamos? ¿Qué aspecto tiene un discípulo que da buenos frutos? ¿Cómo reconocerlo?

En repetidas ocasiones, personas de la comunidad evangélica (que abarca diversas ramas del evangelicalismo) han expresado su asombro al descubrir que quienes creían que eran ovejas virtuosas resultaron ser lobos engañosos.

¿Somos tan inocentemente ingenuos, y los líderes espirituales tan astutos en su engaño? ¿O será que hemos estado examinando a los líderes basándonos en los frutos equivocados?

El parámetro de Pablo para el discipulado

Afortunadamente, el apóstol Pablo nos señala la respuesta. Describe las cualidades de una persona que produce el fruto del Espíritu como alguien que muestra «amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gá 5:22-23).

El fruto del Espíritu en la vida de un discípulo tiene más que ver con la calidad interior de una persona que con su capacidad exterior.

No hay nada en los parámetros de Pablo para la fecundidad espiritual que tenga que ver con la asistencia, los dones o talentos, el éxito, la eficacia o cualquier acción externa. No dice que el fruto del Espíritu sea una iglesia grande, una habilidad asombrosa para predicar o un liderazgo visionario.

El fruto del Espíritu tiene que ver con la persona interior, no la exterior. Tiene que ver con la persona en la que nos estamos convirtiendo en Cristo, no con lo que estamos haciendo por él. No tiene nada que ver con dones, capacidad o competencia y todo que ver con el carácter.

Aquí es donde cometemos el mayor error en nuestra evaluación del liderazgo espiritual y la madurez personal. En la mayoría de los casos, excusamos la falta de carácter (es decir, el parámetro para la fecundidad espiritual) por lo que consideramos el éxito misional.

Mientras alguien esté «haciendo», excusamos su «ser».

Por ejemplo, excusaremos rápidamente el vicio de alguien de chismorrear (sembrar desunión) si es un predicador dotado. Excusamos su pecado debido a su don. Si alguien está dotado para el liderazgo organizativo y ayuda a poner en marcha nuevas iniciativas, pero se enoja fácilmente y es demasiado ambicioso, rápidamente hacemos la vista gorda porque debe ser (según la lógica evangélica) «un hombre de Dios». Sin embargo, podríamos cuestionar el éxito de alguien con un estilo de vida humilde y una iglesia poco impresionante, aunque posea el fruto del Espíritu.

El fruto al que Jesús nos animó a prestar atención tenía que ver con el carácter interior y la madurez emocional, no con la competencia exterior. Los parámetros a los que debemos prestar atención describen a alguien que está creciendo en salud interior y encarnándola.

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Amigarnos con el dolor en el liderazgo

El dolor y la crisis son ineludibles y, a menudo, perjudiciales para el liderazgo. ¿Cómo podemos empezar a ver el dolor no como el enemigo, sino como un amigo?

Me encanta cómo Peter Scazzero, en Espiritualidad emocionalmente sana, fundamenta la enseñanza de Pablo en la realidad cuando escribe: «La salud emocional y la madurez espiritual no pueden separarse. Es imposible ser maduro espiritualmente y seguir siendo inmaduro emocionalmente» (138-139).

Deberíamos utilizar intencionadamente las antiguas listas que Pablo nos proporciona como los parámetros de discernimiento para el discipulado evangélico. Quienes producen el fruto del Espíritu deben animar nuestro corazón, ya que emulan a Cristo.

Por el contrario, los que producen los actos de la carne deberían hacer saltar las alarmas en nuestras almas. De lo contrario, dejaremos de ser víctimas para convertirnos más bien en perpetradores del sistema que tan fácilmente criticamos.

Traer los parámetros a casa

Como cristianos, debemos dedicar tiempo a reflexionar detenidamente. Todos formamos parte del sistema que produce cristianos tóxicos. De alguna manera, todos hemos elevado la competencia por encima del carácter y el hacer por encima del ser. Antes de que podamos reformar el sistema, tenemos que empezar a buscar la renovación dentro de nosotros mismos.

Si leyera la lista que Pablo da en Gálatas 5:19-21, en la que detalla los parámetros para el buen fruto (el fruto del Espíritu) y el mal fruto (los actos de la carne), ¿dónde se ve usted en realidad? Tal vez un ejercicio mejor sería leer las listas a las personas más cercanas a usted y pedirles que señalen lo bueno y lo malo que ven en usted en los descriptores.

Es hora de que todos nosotros, como iglesia mundial, nos presentemos humildemente ante Dios y pidamos al Espíritu Santo que comience una obra de renovación en nosotros para que podamos producir el fruto que Pablo menciona. Deseemos de todo corazón llegar a ser las personas que se conforman a la imagen de Jesús en nuestro propio tiempo.

Biografía del autor

Jason Watson

Jason Watson es estratega de contenidos del Movimiento Lausana. Con más de una década de experiencia ministrando a millennials y la generación Z en Sudáfrica, tiene pasión por alcanzar y levantar a la próxima generación para Cristo.