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La medida de un siervo

El futuro del movimiento cristiano depende de los miembros “laicos”

Jervis Djokoto 02 Jun 2023

Cuando tenía unos 15 años, extendí mis manos en oración, en una postura de entrega infantil, para servir a Dios de la manera, en el lugar y en el momento que él quisiera. Y aunque apenas comprendía lo que implicaba plenamente ese «servicio a Dios», aquel día, de rodillas, me comprometí a servir activamente a la misión de Dios en la tierra con lo mejor de mis años, mi tiempo, mis fuerzas, mi dinero, mi mente y mi corazón.

Dios escuchó mi oración y respondió a mi petición mucho más allá de mi imaginación. Ahora, después de más de veinte años de servicio continuo a mi Señor, me doy cuenta de algo fascinante sobre nuestro llamado al servicio como cristianos que entonces no comprendía del todo.

En primer lugar, he descubierto que nuestro llamado al ministerio como cristianos, por urgente que sea, nunca es un llamado primario para satisfacer una necesidad específica, ocupar un puesto en un ministerio o llevar adelante una acción concreta. Más bien, nuestro llamado es a ver, conocer, seguir y abrazar la totalidad de las palabras y actos de una persona. Esa persona es Cristo Jesús.

En segundo lugar y como consecuencia, la eficacia de nuestro ministerio no se encuentra en nuestros logros externos o intelectuales ni se mide por ellos. Por el contrario, se encuentra en la fidelidad con la que conocemos y seguimos a Jesús, y en la obra, el poder y la presencia del Espíritu Santo, no en nuestros planes, fortaleza, capacidad, poder o fuerza. Ponerlo en práctica puede implicar una gran lucha, especialmente para quienes somos muy impulsivos.

En tercer lugar, he llegado a la conclusión de que el ministerio cristiano no es exclusivamente para sacerdotes oficiales. Tampoco debe estar restringido al edificio de la iglesia.

Es cierto que el ministerio en círculos predominantemente cristianos es esencial. Esto ha sido una parte integral de mi llamado y trabajo en muchos contextos de África, Asia y Canadá (como miembro de un equipo misionero, pastor de jóvenes adultos, pastor de misiones, músico y conferenciante, entre otras cosas).

Sin embargo, también he experimentado largos períodos en los que la única prueba de mi servicio a Dios era mi corazón dispuesto, una mano abierta y la Biblia. ¿Significó la falta de contexto ministerial el fin de mi ministerio? En absoluto. Cuando Dios elige y envía a sus siervos, los envía a todo tipo de lugares, y solo ocasionalmente al entorno de una iglesia local.

La medida de un siervo

Desde una perspectiva bíblica, nuestros llamados ministeriales a un papel o posición oficial en un determinado entorno ministerial son asuntos secundarios. Permítame mostrarle por qué.

Piense en el gran patriarca Abraham. ¿Era un sacerdote oficial? No en el sentido convencional del clero. Era un agricultor ordinario que escuchó la voz de Dios en su tierra natal de Ur de los Caldeos. No se nos dice exactamente cómo la oyó, pero escuchó cuando Dios habló. Confió en las palabras y promesas de Dios, lo obedeció a toda costa y se convirtió en lo que hoy conocemos como el padre de muchas naciones. En la actualidad, tres religiones mundiales (cristianismo, islamismo y judaísmo) trazan su herencia espiritual a Abraham.

Pero ¿cuál era el secreto de Abraham? Su fe. Estaba tan preocupado por la persona, la presencia y la voz de Dios que su ocupación y ubicación eran cuestiones secundarias. Dios era su principal visión, llamado, líder y amigo. Esa postura hizo toda la diferencia.

Piense también en todo lo registrado de los grandes reyes de Israel y Judá en los libros de Reyes y Crónicas. De los 18 reyes del reino del norte de Israel, el único que era medianamente decente aún tenía una desagradable mezcla de atributos buenos y malos. Y de los 23 reyes (y una reina) de Judá, solo cuatro complacieron plenamente a Dios, y unos cuantos lo hicieron solo parcialmente.[1]  Pasajes como este tienen un eco familiar a lo largo de la historia de Israel: “Azarías hizo lo que agrada al Señor, pues en todo siguió el buen ejemplo de su padre Amasías; pero no se quitaron los altares paganos” (2 Reyes 15:3-4).

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Dios estimaba el compromiso de estas personas con él en adoración y devoción como más importante que todos sus logros combinados. Mientras que sus otros éxitos serían explorados más a fondo en libros históricos aparte de la Biblia, el énfasis principal en la Biblia es si sirvieron o no a Dios de todo corazón. Significa que lo que hacemos por Dios no es tan crucial como nuestro compromiso sincero y de corazón con él.

Del mismo modo, la mayoría de los discípulos de Jesús eran personas ordinarias sin educación. Eran gente común y corriente: pescadores, recaudadores de impuestos y similares. No eran clérigos oficiales ni sacerdotes que sirvieran en el templo de Jerusalén. Sin embargo, estas personas fueron equipadas y empoderadas por el Espíritu de Dios para hacer cosas extraordinarias. Entonces, de nuevo, ¿cuál era su secreto? Su relación con Jesús y el poder del Espíritu convirtieron a esas personas ordinarias en extraordinarias.

La mayoría de los compañeros misioneros de Pablo eran laicos devotos. Sin embargo, viajando por las principales ciudades del mundo, fueron pioneros en un nuevo tipo de involucramiento misional que envió el evangelio por toda Europa. Nuevamente, fue el poder del Espíritu Santo en ellos lo que dio vida a sus esfuerzos.

¿O qué decir de la joven María, cubierta con la sombra del Espíritu de Dios para ser la madre terrenal de Jesús? Piense en lo ordinaria y a la vez extraordinaria que fue su llamado. Mientras cambiaba pañales sucios o limpiaba una boca babeante, la presencia de Dios saturó su vida hogareña. Ese era su ministerio, su llamado superior. No era del clero oficial, pero su casa era su parroquia. 

Pensemos también que el ángel Gabriel visitó al esposo de Isabel, Zacarías, un sacerdote que servía en el altar del templo. Mientras María responde: “Aquí tienes a la sierva del Señor. Que él haga conmigo como me has dicho”, Zacarías pregunta al ángel: «¿Cómo podré estar seguro de esto? Ya soy anciano y mi esposa también es de edad avanzada” (Lucas 1: 18, 38). De ahí que Gabriel enmudece a Zacarías por falta de confianza en la capacidad de Dios para cumplir su promesa de darles un hijo.

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Ambos relatos, uno al lado del otro en el libro de Lucas, demuestran sutilmente que el ministerio en el templo rara vez es señal de fidelidad ministerial. Por tanto, María parecía tener más fe en que Dios cumpliría sus promesas que Zacarías, un sacerdote oficial y clérigo que servía en el templo.

En última instancia, estos ejemplos bíblicos demuestran una sencilla verdad sobre nuestro servicio a Dios: su poder y su presencia marcan la diferencia en nuestras vidas. Por eso nuestra salvación no puede venir por nuestras propias obras sino por nuestra fe en lo que Dios ha hecho en nuestro favor. La oración, la humildad, la fe y la dependencia de Dios deben ser siempre los objetos y el foco centrales de nuestro trabajo ministerial.

Por lo tanto, nuestro compromiso con el ministerio debe ser siempre simultáneamente un compromiso de seguir a Jesús con perseverancia (sin importar qué y dónde) y de ser llenados, empoderados y guiados por el Espíritu Santo (sin importar lo que estemos haciendo o adónde vayamos).

Revivir el ministerio de toda la vida

Esta verdad fundamental sobre nuestro llamado al ministerio abre el campo de juego del servicio a muchos otros. Significa que tanto si soy sacerdote como empresario, portero o contador, mujer soltera u hombre casado, lo más importante es que sea un devoto seguidor de Jesús, llevando su nombre en todos esos espacios, viviendo con integridad, haciendo brillar su luz, siendo empoderado y guiado por el Espíritu mientras amo a mi prójimo como a mí mismo. Dios desea que la abnegación, el discernimiento, el amor, el empoderamiento del Espíritu, la entrega, la humildad, la valentía y las Escrituras guíen el camino en nuestro servicio a él, y no el cargo, la necesidad o el éxito en nuestros esfuerzos.

Para movilizar a toda la iglesia para la misión que Jesús nos ha dejado, también necesitamos honrar y reconocer el auténtico servicio ministerial en al menos cuatro áreas principales: clan (familia), carrera (ocupación), comunidad (vecindario) y congregación (iglesia y ministerio locales). Una parte crucial del avivamiento misional implica que los cristianos se vuelvan más hábiles en el ministerio en todos estos lugares donde interactúan y sirven a personas de diversos trasfondos religiosos y no religiosos, en el nombre de Jesús.

Pablo dijo en Hechos 20:24 que todo cristiano tiene una carrera establecida para correr y completar. Esta carrera nos la dio el propio Señor Jesús. Como los atletas olímpicos, debemos entrenarnos eficazmente para correr esa carrera. El futuro del movimiento cristiano dependerá de cómo valoremos, formemos y empoderemos a los miembros «laicos» de nuestras iglesias, porque son la mayoría. Que así sea antes de que vuelva nuestro Señor.

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Notas de fin

  1. From the chart ‘Evaluating Kings of Israel and Judah in 1–2 Kings’ in the ESV Study Bible, https://www.esv.org/resources/esv-global-study-bible/chart-11-02/.

Author's Bio

Jervis Djokoto

Jervis Djokoto (MDiv de Tyndale Seminary; candidato a DMin de Fuller Theological Seminary) es un pastor y músico ghanés que reside en Canadá. Es el director ejecutivo de The Re:New Movement, una iniciativa mundial que facilita el mentoreo, formación, recursos estratégicos y consultoría sobre renovación personal, eclesial y mundial. Como pastor, autor y músico, ha servido a miles de personas a través de programas musicales, enseñanza, conferencias y retiros para grupos de todos los tamaños. Jervis vive en el área de Toronto con su esposa Robin y sus dos hijos, Evangeline y Joseph.