En algunos círculos misioneros circula hoy un malentendido común sobre la oralidad. Cuando surge el tema, la gente suele asentir cortésmente con la cabeza sobre su importancia para los grupos que no saben leer ni escribir o que tienen un nivel de alfabetización limitado, recalcan que no es ese no es su público objetivo y cambian de tema.
Sin embargo, una visión tan estrecha de la oralidad no aprecia la línea directa que puede trazarse entre la comunicación interpersonal oral y la naturaleza de Dios y su misión hoy. Tal vez podamos aprender juntos si abordamos esta cuestión desde un ángulo diferente.
¿Cuáles son las cuestiones críticas en la historia de las misiones mundiales hoy?
Sin duda, podemos preparar rápidamente una lista formidable: sexualidad humana y género, matrimonio, familia, contextualización en medio de la “glocalización”, marginación contemporánea, diásporas y refugiados, gigantes tecnológicos, pobreza sistémica, pobreza bíblica, sistemas políticos, cambio climático, etc. La lista podría seguir fácilmente. Pero vale la pena preguntarse: ¿cuál es el tema común que atraviesa todos estos desafíos que enfrenta la iglesia mundial hoy?
Para responder a esa pregunta, me gustaría recordar una observación que Matthew Niermann hizo en las reuniones de líderes de Lausana 2022 en Nueva York. En medio de una bien elaborada presentación y puesta al día sobre el informe Estado del Mundo, Niermann sugirió que la pregunta número uno que dará forma a las realidades mundiales en 2050 es: ¿Qué significa ser humano?
La observación de Niermann nos ayuda a identificar el denominador común en todas las cuestiones críticas que enfrentan hoy las misiones mundiales: las personas humanas. Sin importar el conflicto o el contexto, no podemos hablar del futuro de las misiones sin hablar de la condición de persona.
Irónicamente, este tipo de observación parece casi simplista, y podemos oír la proverbial exclamación: “¡Pero, por supuesto!”. No obstante, si somos sinceros, hay una humildad en la condición de persona, quizá nacida de nuestra aparente familiaridad excesiva con nuestra propia especie, que hace que la mayoría de nosotros pasemos por alto la cuestión misma que Niermann sugiere que podría ser clave para influir en el mundo futuro para Cristo. Si la oralidad tiene algo que ver con la comunicación persona-l, entonces surge naturalmente la pregunta: ¿qué significa ser una persona humana?
En su singular enfoque cristológico de la teología, Dennis Kinlaw sugiere que cualquier debate sobre la condición de persona comienza con Jesús. Si bien el espacio limita la exploración completa, Kinlaw esboza varios aspectos de la condición de persona, todos los cuales comienzan en Cristo Jesús.
Aunque ligeramente técnico, el establecimiento de estas características de la condición de persona tiene una inmensa pertinencia, tanto para la investigación crítica de Niermann como para empezar a reconocer la importancia de la oralidad como comunicación inter-personal. Kinlaw comienza señalando que las personas tienen conciencia de su propia identidad. Jesús era consciente de su identidad: no era el Padre ni el Espíritu.
En segundo lugar, a pesar de estar diferenciado de su Padre y del Espíritu, recibir a Jesús es recibir al Padre, ya que existe una interconectividad entre las personas. Las personas siempre vienen en redes de relaciones.
En tercer lugar, Jesús nos muestra la naturaleza recíproca de la condición de persona, por la que los miembros de la Santísima Trinidad continuamente dan de sí y se reciben unos a otros. Esta cohabitación mutua se denomina pericoresis. Kinlaw resume el concepto así: “La vida interior de la Deidad Trina es, por tanto, una vida de comunión en la que las tres personas divinas viven la una de la otra, para la otra y en la otra” (83).
Lo sorprendente es que Kinlaw argumenta que Jesús no solo ejemplifica relaciones personales divinas, sino que Jesús es un modelo de cómo debían funcionar las relaciones personales humanas: una comunión perpetua de dar y recibir amor.
En cuarto lugar, vemos en Jesús una libertad que es inherente a la condición de persona. Toda la vida de Jesús está sometida al cumplimiento de la voluntad, las palabras y las obras de su Padre; no obstante, hay una alegría en la actitud de Jesús. Él ejemplifica una libertad que no solo recibe (o toma para sí), sino que puede dar voluntariamente.
En quinto lugar, las personas son creadas con la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Kinlaw lo denomina conciencia moral, y señala que las personas tienen el potencial de ser santas al estar en relación con el Santo (89).
En sexto lugar, existe una apertura a la condición de persona de Jesús, tanto una autotrascendencia como una permeabilidad. Esto significa que “la clave para entender a Jesús no estaba en Jesús. Estaba más allá de él. Vivió gozosamente de Otro (sic), a través de Otro y para Otro” (96).
Todo esto lleva a Kinlaw a sugerir una séptima característica de la condición de persona: completitud, que solo puede encontrarse en relación con los demás en el amor abnegado. Como concluye Kinlaw, “si las personas humanas no nos autooriginamos, no nos autosostenemos ni nos autoexplicamos, entonces se deduce naturalmente que no nos autorrealizamos” (101). Por tanto, ser una persona es estar en relación con otras personas, estar en comunión con otros.
Pero ahora surge la inquietante pregunta: ¿qué tiene que ver todo esto con la oralidad?
La respuesta sencilla es: todo. Kinlaw sostiene que ser una persona es estar en relación: en comunión o comunicación con otras personas. Las personas humanas están hechas a imagen de un Dios personal, así que somos como él.
No existe tal cosa como una persona solitaria. Nunca tenemos una sola persona. Estamos hechos para las relaciones porque Dios mismo es relacional en su propio ser. Lo que hay que subrayar para nuestro propósito aquí es que no hay relación sin comunicación. Toda relación inter-persona-l implica comunicación personal. Esto significa que, cuando hablamos de oralidad o comunicación oral entre personas, no estamos hablando de una cuestión de segundo nivel. Estamos hablando de algo que está en el corazón mismo de toda realidad, porque Dios, que es la realidad, vive en perpetua comunicación inter- personal.
Esto modifica el juego en cuanto al significado de la comunicación oral y su importancia para lo que Lausana intenta hacer en y a través de las misiones mundiales.
Pero hay una cuestión pertinente que exige una mayor exploración para ayudarnos a comprender la relación entre oralidad y la condición de persona. ¿Cómo ha comunicado el Trino su amor abnegado a personas como usted y como yo?
«Dios elige comunicar su amor abnegado a través de su Palabra. Jesús no viene como un texto en sí mismo, sino como el logos, la Palabra de Dios.»
Esto es de vital importancia, porque Dios podría haber optado por guardarse su amor para sí mismo, dentro de sus relaciones trinitarias; pero no lo hace. Dios elige comunicar su amor abnegado a través de su Palabra. Jesús no viene como un texto en sí mismo, sino como el logos, la Palabra de Dios.
Note en Juan 1 la preeminencia de la Palabra que estaba desde el principio con Dios y era Dios. Además, todas las cosas creadas fueron creadas por medio de la Palabra. Hebreos 11:3 lo afirma: toda la creación llegó a existir por la Palabra. Esto confiere a la palabra hablada, oral, un potencial creativo sagrado que quizá muchos de nosotros hemos infravalorado. Alabado sea Dios porque ahora tenemos el texto escrito para preservar la historia de Dios de generación en generación. Pero tenemos que reconocer que el texto escrito es una forma secundaria de comunicación después de la Palabra hablada (oral) de Dios: Jesucristo.
Aquí hay otro elemento que debemos reconocer. La oralidad implica no solo la palabra hablada, sino también la palabra encarnada. Si no hay cuerpos implicados, podemos tener medios impresos o digitales, pero no podemos tener comunicación oral.
Esta es una de las limitaciones, pero también una de las bellezas de la comunicación oral: la encarnación. La participación del cuerpo en la comunicación oral hace toda la diferencia, ya que permite comunicar significados multisensoriales (o multimodales) de diversas maneras, además del discurso verbal.
Porque leemos naturalmente el lenguaje corporal de las personas, sus gestos, el tono de voz, los rasgos faciales e incluso la proximidad de la distancia para maximizar el significado completo de lo que se está comunicando. Pero no somos originales en esto, porque el Dios Creador, a cuya imagen comunicadora fuimos creados, nos ofrece no solo la Palabra hablada, sino que Juan 1:14 nos dice que vino como la Palabra encarnada, personificada.
Qué apropiado es que, durante el tiempo de Navidad, recordemos que, en Jesús, tenemos la imagen más clara de la comunicación encarnada de Dios hacia nosotros: sus movimientos corporales (por ejemplo, Juan 8:6b), sus gestos (Marcos 1:41), su tono de voz (Juan 7:28) e incluso sus respuestas faciales (Marcos 3:5; Juan 11:35). Además, no hay imagen más clara de la comunicación encarnada del amor abnegado de Dios que los brazos extendidos de Jesús en la cruz.
Como personas humanas, estamos hechos a imagen de ese Dios: el Dios oral, encarnado y comunicador que se desvive por comunicar su amor. La oralidad implica tanto la palabra encarnada como la palabra hablada, y Jesús es la Palabra de Dios encarnada y hablada.
«La oralidad implica tanto la palabra encarnada como la palabra hablada, y Jesús es la Palabra de Dios encarnada y hablada.»
Esto dista mucho del estereotipo genérico que interpreta la oralidad como una mera herramienta pragmática para relacionarnos con personas que carecen de la capacidad de leer y escribir; por el contrario, la oralidad encuentra sus orígenes en la propia naturaleza de Dios: un Dios Trino relacional que se ha comunicado a sí mismo al mundo como la Palabra encarnada y hablada.
Lo que es aún más sorprendente es que la comunicación interpersonal del Dios Trino —la comunión que se produce entre las tres personas divinas— se ha abierto ahora a las personas humanas a través de Jesucristo. A través de la Palabra de Dios, los hombres son invitados a comunicarse con Dios mismo. De esto trata Juan 15: “Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer (comunicado) todo lo que mi Padre me ha dicho (comunicado)”.
Como discípulos de la Palabra, estamos hechos a su imagen para la comunicación interpersonal con él y, desde nuestra intimidad conversacional con la Palabra, él nos invita a ir y comunicarlo a él —la Palabra— con personas que nunca han tenido la oportunidad de participar en esa sagrada conversación.
Lausana 4 (o L4) y el congreso de Seúl 2024 serán una asamblea sagrada de hombres y mujeres de todo el mundo que se han encontrado con la Palabra y han sido transformados por su amor abnegado. A partir de esa transformación, su carga es compartir la Palabra, tanto de forma oral como encarnada, para que otros puedan conocer también ese amor abnegado.
¿Qué tiene que ver la oralidad con las misiones y L4? Sugerimos que tiene todo que ver.