Ciudad del Cabo, octubre de 2010
Hermanas y Hermanos de América Latina:
Les escribimos profundamente emocionados por estar siendo testigos de la acción de Dios y por
comprobar una vez más la veracidad, esperanza y belleza de la fe. La gratitud que ello nos
suscita es difícil de expresar con palabras y, siendo que todos nosotros hemos recibido apoyo
para estar en esta reunión histórica, no queremos finalizar la estadía en Ciudad del Cabo sin
manifestar nuestra más sentida gratitud. Sepan que estar aquí ha sido una experiencia
transformadora que nos ha “avivado el fuego del don de Dios”, cuyo calor anhelamos difundir en
nuestro país.
Como colombianos hemos sido especialmente desafiados por el llamado a la reconciliación.
Testimonios como el de nuestro hermano Antoine Rutayisire de Ruanda, nos transmiten un
mensaje urgente que ilumina el sentido de la misión en medio del conflicto. También nos ha
conmovido ver la intercesión de la iglesia por hermanos en persecución, o por naciones que han
permanecido oficialmente cerradas al Evangelio. En ello percibimos un inmenso poder, a veces
olvidado en la cotidianidad del ministerio.
Movidos por todas esas impresiones, queremos pedir se considere incluir la dramática situación
humanitaria en nuestro país como una prioridad en la agenda de oración mundial. Con ello no
pretendemos acaparar la atención, sino simplemente contar con el apoyo espiritual del pueblo de
Dios en todo el mundo. Algunas situaciones -entre muchas otras- que nos mueven a hacer esta
petición son las siguientes:
1) La violencia ha escalado hasta cifras inusitadas en el continente. Según estimaciones oficiales
en la segunda ciudad del país se produce un homicidio cada 3 horas. Se calcula que hasta
julio de este año unas 1250 personas habían sido asesinadas sólo en esa ciudad, que tiene un
poco más de 4 millones de habitantes.
2) Los desplazados en el país pasan de 3 millones (en un país de 45 millones de habitantes).
Esta es una de las peores tragedias humanitarias del mundo en la actualidad.
3) Amplias regiones del país se encuentran bajo el dominio de grupos armados (guerrilla,
paramilitares, delincuencia organizada, etc.), que actúan con brutalidad indescriptible. El 95%
de sus crímenes quedan impunes.
De concordar con nuestra petición, les rogamos orar así:
1) Por fidelidad de la iglesia colombiana al Reino de Dios y su justicia. Que el Espíritu Santo nos
mueva a la santidad y la unidad necesarias para que en nuestra proclamación y testimonio
seamos agentes de reconciliación.
2) Por la sanidad en los millones de seres heridos por el conflicto: huérfanos, viudas y todos los
que han sentido de cerca el horror de la guerra.
3) Por los niños, niñas y jóvenes de Colombia; que Dios nos mueva a acogerlos en su
desesperanza y a anunciarles la vida abundante de Jesús.
4) Por el desmonte de las estructuras y esquemas de maldad, que han alimentado el conflicto por
más de 60 años.
Esta carta la escribimos con sinceridad. No nos mueve ninguna cosa aparte de la confianza en la
respuesta de Dios a las oraciones de la iglesia. Que Dios los bendiga, y prontamente nos
conceda ver respuestas al clamor en favor de nuestra nación herida.
En Cristo
Delegación Colombiana