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Presentación de la Declaración de Seúl

Evan D. Burns, Michael Oh, David Bennett & Ivor Poobalan

Tenga en cuenta que la traducción de la Declaración de Seúl podría ser actualizada tras una revisión adicional del texto proporcionado.

Preámbulo

El Cuarto Congreso de Lausana, celebrado en Incheon (Corea del Sur), marca el 500 aniversario del nacimiento de un notable movimiento comprometido con la misión mundial. El Primer Congreso de Lausana, celebrado en 1974, reunió a 2.700 líderes eclesiásticos de más de 150 países, que afirmaron su común convicción de que toda la iglesia debe llevar todo el evangelio a todo el mundo.

Tras el primer congreso, la iglesia mundial hizo más por acelerar de forma colaborativa la evangelización mundial, que en ningún otro periodo de la historia, lo que dio lugar a un crecimiento sin precedentes de la iglesia, ya que millones de personas de regiones antes no alcanzadas abrazaron el evangelio y experimentaron su poder transformador.

Nos regocijamos por lo que Dios ha hecho a través del compromiso de la iglesia con la gran prioridad apostólica de proclamar la buena noticia de Jesucristo para llevar salvación a personas perdidas en el pecado. No obstante, la tarea de la evangelización sigue siendo urgente, ya que miles de millones de personas continúan fuera del alcance del mensaje del amor y la gracia de Dios en Cristo. Además, ante este crecimiento expansivo, la iglesia, en muchas partes del mundo, ha tenido dificultades para nutrir eficazmente la fe y el discipulado de millones de cristianos de primera generación.

En su comisión a los apóstoles en Mateo 28:18-20, el Señor Jesús dejó en claro que el mandato dado a la iglesia —»hagan discípulos de todas las naciones»— implicaba dos prioridades igualmente importantes: la tarea evangelística, «bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y la tarea pastoral, «enseñándoles a obedecer todo lo que [Cristo] les ha mandado».

Ambas prioridades son evidentes en la estrategia misionera del apóstol Pablo en el libro de Hechos y en sus muchas cartas. Le apasionaba llegar a los perdidos con el mensaje de salvación, y le apasionaba igualmente fortalecer la fe de los creyentes para que vivieran vidas dignas del evangelio y fueran capaces de oponerse a las falsas enseñanzas que amenazaban con socavar la verdad del evangelio. Como él mismo resume: «A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todas las personas, para presentarlas completamente maduras en su unión con Cristo» (Colosenses 1:28).

Lamentamos que, durante los últimos cincuenta años de cosecha evangelística, la iglesia mundial no haya proporcionado adecuadamente la enseñanza necesaria para ayudar a los nuevos creyentes a desarrollar una visión del mundo verdaderamente bíblica. A menudo, la iglesia no ha nutrido a los nuevos creyentes para que obedezcan el llamado de Cristo a un discipulado radical en el hogar, en la escuela, en la iglesia, en nuestros barrios y en el ámbito comercial. También ha tenido dificultades para equipar a sus líderes para responder a los valores sociales de moda y a las distorsiones del evangelio que han amenazado con erosionar la fe sincera de los cristianos y destruir la unidad y la comunión de la iglesia del Señor Jesús. Por consiguiente, estamos alarmados por el aumento de falsas enseñanzas y estilos de vida seudocristianos, que alejan a numerosos creyentes de los valores esenciales del evangelio. 

Durante cincuenta años, el Movimiento de Lausana se ha guiado por el Pacto de Lausana (1974), el Manifiesto de Manila (1989) y el Compromiso de Ciudad del Cabo (2010). La Declaración de Seúl, del Cuarto Congreso de Lausana, afirma plenamente esos documentos de congresos anteriores y se apoya en sus firmes cimientos al renovar nuestro compromiso con la centralidad del evangelio (Sección I) y con la lectura fiel de las Escrituras (Sección II). Solo así podremos hacer frente a los retos específicos que enfrenta ahora la iglesia mundial (Secciones III-VII), mientras buscamos dar testimonio fiel de nuestro Señor crucificado y resucitado, de todas partes y para todas partes, por el bien de las generaciones venideras.

¡Que la iglesia proclame y exhiba a Cristo juntos!

I. El evangelio: La historia que vivimos y contamos

Al comienzo de su ministerio, Jesús dijo: “Se ha cumplido el tiempo. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Marcos 1:15). El apóstol Pablo escribió: “No me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Romanos 1:16). Este evangelio no es una fórmula ni un conjunto de ideas religiosas, sino una historia que transmite buenas noticias y el poder de transformar vidas. En el libro de Hechos, los apóstoles predicaron el evangelio a públicos diversos, y los oímos contar una historia. Esta es la razón por la que los apóstoles e innumerables cristianos a lo largo de los siglos han adoptado el evangelio como la historia que vivimos y contamos.

“Es esta historia (en el Antiguo y el Nuevo Testamento) la que nos dice quiénes somos, para qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Esta historia de la misión de Dios define nuestra identidad, impulsa nuestra misión y nos asegura que el final se encuentra en las manos de Dios” [Compromiso de Ciudad del Cabo, 2010]

  1. En el principio, Dios creó el universo como una maravillosa interdependencia de realidad espiritual y material, llena de significado y misterio. Todo lo que Dios hizo era ordenado, bello y bueno. Dios bendijo todo lo que hizo, para que cada parte existiera para el florecimiento del todo. Para cada esfera —tierra, cielo y mar—, Dios creó criaturas, dándoles el aliento de vida y la capacidad de reproducirse. Como culminación de la creación, Dios hizo a los seres humanos, varón y mujer, a imagen de Dios, capacitándolos para establecer relaciones con él y entre ellos, y dándoles autoridad para cuidar de su mundo.
  2. El trabajo y el juego de las criaturas humanas de Dios, su matrimonio y la crianza de los hijos, sus artes e industria, y los patrones de vida colectiva, existían para el beneficio de todos y para la gloria de Dios. La bendición recibida debía convertirse en bendición compartida entre pueblos, y la bendición debía volver en forma de adoración.

Dios llevó a cabo este impresionante acto de creación mediante su Palabra a través de su Espíritu.

  1. Cuando Dios bendijo a los seres humanos, les advirtió que el flujo continuo de vida cesaría si alguna vez buscaban independizarse de él. Puesto que solo Dios es vida, esa elección sería la muerte.
  2. Adán y su esposa Eva se unieron a la rebelión liderada por Satanás, y así el pecado y la muerte entraron en el mundo. Comisionados para llenar la tierra de pueblos culturalmente diversos, unidos en la adoración a Dios, los seres humanos llenaron la tierra de violencia, fracturando la unidad para la que fueron hechos. Exiliados de la santa presencia de Dios y aislados de la vida, cayeron bajo la servidumbre de la voluntad propia, sclavizados a una existencia sin sentido.
  3. Pero Dios es rico en misericordia y amor y no quiso abandonar a sus criaturas humanas pecadoras a la esclavitud que ellas mismas habían elegido. Como Dios justo, tampoco podía dejar impune su rebelión. Puso en marcha su plan para rescatar a la humanidad de su estado desvalido mediante un Salvador que vendría, y para restaurarla como un pueblo santo formado por todos los pueblos unidos en adoración.

Dios transformaría su creación por su Palabra a través de su Espíritu.

  1. Para bendecir a todas las naciones de la tierra, Dios hizo un pacto con Abraham, prometiendo restaurar la bendición de su presencia vivificante a un pueblo dentro del cual uniría de nuevo a todos los pueblos en una relación de bendición mutua. Este pueblo se convertiría en el hogar de Dios, la nueva humanidad para la nueva creación de Dios.
  2. De manera preliminar, Dios eligió a los descendientes de Abraham: una nación de doce tribus que llevaban los nombres de los doce hijos de Jacob. Formados para ser un pueblo santo, fueron esclavizados y oprimidos bajo el faraón. Pero Dios no olvidó su pacto. Sacó a su pueblo de la esclavitud para que declarara sus excelencias a todos los pueblos. Los llevó al monte Sinaí y pronunció palabras con poder para dar vida a quienes las guardaran en su corazón; poder para formar un pueblo que amara a Dios con un corazón indiviso y se amaran unos a otros desde corazones vivos con la vida de Dios.
  3. Pero el pueblo de Dios se rebeló contra él. Prefirieron la muerte a la vida. Si Dios no se hubiera mostrado lleno de gracia, el pueblo habría perecido. En su misericordia, él ordenó reyes para que Israel viviera bajo el gobierno de Dios. Envió profetas para que interpretaran las palabras pronunciadas en Sinaí y corrigieran a su pueblo cuando se alejaba de él. Envió sabios y escritores de himnos para sostener a Israel en el camino de la vida. Pero el pueblo de Dios se rebeló igual. Sus reyes y sacerdotes se apartaron de Dios y el pueblo rechazó a los profetas. Así que Dios los expulsó de su tierra, condenando a la nación al exilio.
  4. Sin embargo, Dios no olvidó su pacto. Aunque los profetas advirtieron de la muerte de la nación, también profetizaron que Dios la resucitaría a una nueva vida, como efectivamente hizo cuando Israel regresó del exilio. Pero esta muerte y resurrección de la nación fue solo un anticipo de una dramática escalada aún por venir en los tratos de Dios con una humanidad rebelde: la restauración del legítimo gobierno de Dios.

Aún no era el momento para que Dios renovara la creación mediante su Palabra a través de su Espíritu.

  1. Y entonces llegó. Dios envió al profeta Juan para que preparara la inminente llegada del rey designado por Dios y llamara al pueblo a dejar el pecado para vivir bajo el gobierno de Dios. Juan bautizó a los que se alejaban de su pecado, pero también habló de un bautismo aún por venir: «El que viene después de mi los bautizará con Espíritu ardiente». Ese bautismo del Espíritu por el Señor Jesucristo formaría el prometido pueblo de los pueblos. Tal como había dicho Juan, El Que Viene llegó, pero de la manera más inesperada.

Mediante el Espíritu de Dios, el Hijo de Dios, que es la Palabra eterna, se hizo ser humano en el seno de una virgen, María, como principio de la nueva creación de Dios.

  1. El gobierno restaurado de Dios predicho por los profetas comenzó cuando Juan bautizó a Jesús. Cuando Jesús salió del agua, una voz del cielo declaró: «Este es mi Hijo amado». Al igual que Israel, Jesús fue puesto a prueba en el desierto, pero demostró ser fiel y enseñó a sus seguidores a obedecer de corazón las palabras pronunciadas a Israel en Sinaí. Sanó enfermos y limpió a impuros; resucitó muertos y rescató a los que perecían; expulsó demonios. De todas estas maneras, mostró su poder para restaurar la bendición al pueblo: un pueblo limpiado del pecado, salvado de la muerte y liberado del dominio de Satanás. Jesús declaró que había llegado el momento de renovar la bendición de Dios a los pobres y humildes de corazón. La bendición que pronunció no era riqueza ni salud, sino la vida misma de Dios como poder transformador de la nueva creación. Había llegado el momento de que Jesús, el Mesías, edificara su iglesia. Pero esto requeriría su muerte voluntaria y sacrificial. Esto se debía a que la ofensa del pecado que se interponía entre la humanidad y Dios había traído muerte a todos.
  2. Cuando Jesús fue crucificado bajo Poncio Pilato, murió como nuestro sustituto representativo, el Adán de la nueva creación enviado por Dios. En Cristo, Dios estaba cargando sobre sí el castigo de nuestro pecado. El que tiene vida en sí mismo dio su vida por la vida del mundo. Él fue condenado, mientras que su pueblo rescatado fue liberado de la esclavitud del pecado para amar y servir al Señor.
  3. Aunque derramó su vida en la muerte, Cristo no pudo ser vencido por la muerte. Dios lo resucitó y así demostró que era inocente y justo. Después de ser resucitado, Jesús se apareció a sus discípulos con un cuerpo transformado. Este era un cuerpo que sus discípulos podían tocar, pero que la muerte no pudo tocar. El Padre exaltó al Hijo para que reinara con él hasta someter todo y a todos al gobierno de Cristo. Entonces el Espíritu Santo fue enviado a todos los que, mediante el arrepentimiento y la fe, participaron en la renovación y la reconciliación de todos los pueblos en el único pueblo de Dios. Ellos recibieron nueva vida y poder para dar testimonio de la buena noticia de la salvación de Dios entre todos los pueblos.

Por tanto, todo el que está en Cristo pertenece a la nueva creación de Dios formada por su Palabra mediante su Espíritu.

  1. Dios completará su obra de nueva creación cuando Cristo regrese para juzgar a vivos y muertos. Entonces, todos los que están en Cristo participarán en su resurrección corporal, y toda la creación de Dios será transformada. Su pueblo vivirá bajo el gobierno del Mesías como una unidad de pueblos cuyas distintas formas de vivir el don de Dios de la vida eterna son ofrecidas a Dios como adoración. De este modo, el pueblo de Dios cuidará del mundo de Dios en una comunidad de bendición, con Dios en el centro como fuente de todo lo que es bueno.
  2. Por fe, ocupamos nuestro lugar en la iglesia de Cristo, el único pueblo del único Dios, el pueblo de los pueblos del Dios trino. Por fe, somos bautizados en la muerte de Cristo para el perdón de los pecados, resucitados a una vida nueva e incorporados al único cuerpo de Cristo. Por fe, somos declarados justos por la justicia del Resucitado. Por fe, la iglesia se convierte en la morada de Dios en Cristo por medio de su Espíritu, y él, en nuestra fuente inagotable de vida. Por fe, vivimos bajo y para el reino de Dios. Por fe, administramos y cuidamos la creación de Dios, y unos a otros; trabajamos por su justicia en nuestras sociedades; y tratamos de vivir vidas pacíficas de servicio fiel. Por fe, vivimos como personas a quienes la muerte no puede destruir, porque estamos en Cristo y tenemos nuestra vida dentro de la vida de Dios.
  3. Al reunirnos en iglesias locales, vivimos, practicamos y recordamos el evangelio, la historia verdadera de todo; celebramos a su misericordioso Autor y sus obras en nuestro culto; clarificamos y destilamos sus momentos clave en nuestra doctrina; enseñamos al pueblo de Dios a obedecer mediante la conformación de sus vidas a su modelo y sus mandamientos; expresamos sus efectos en nuestra práctica del amor, la justicia, el perdón y la reconciliación; oramos por sus fines; reflejamos sus valores en nuestra vida individual y colectiva. A través de nuestra presencia, nuestra práctica y nuestra proclamación, contamos la historia del evangelio hasta los confines de la tierra. Mientras tanto, con toda la creación, gemimos por la consumación de la nueva creación y clamamos: «¡Ven, Señor Jesús, ven!».

«¡Oh Dios, Padre nuestro, por tu Hijo y mediante tu Espíritu, trae la plenitud de la nueva creación!».

II. La Biblia: Las Sagradas Escrituras que leemos y obedecemos

Un pilar del Movimiento de Lausana desde sus inicios ha sido el compromiso inquebrantable con la Biblia como la palabra autorizada de Dios, la única regla de fe y práctica para la iglesia, su misión y la vida cristiana. Sin embargo, esta elevada visión de las Escrituras no siempre ha producido el tipo de interpretación bíblica fiel que sostiene el evangelio y fortalece la misión de la iglesia, de hacer discípulos semejantes a Cristo. Peor aún, las interpretaciones, a menudo contradictorias, amenazan la eficacia de la iglesia para dar testimonio de la gloria de Dios y la verdad del evangelio. Afirmaciones de una visión elevada de las Escrituras requieren, por tanto, una forma de leer la Biblia atenta a su contexto histórico, literario y canónico, iluminada por el Espíritu Santo y guiada por la tradición interpretativa de la iglesia. Las afirmaciones cruciales sobre la Biblia que la iglesia más necesita hoy se refieren no solo a la naturaleza de la Biblia, sino también a su interpretación: cómo leer la Biblia fielmente con la comunión de los santos de todos los tiempos y lugares.

La Biblia es la palabra de Dios en palabras humanas.

  1. Afirmamos que la Biblia es la palabra escrita de Dios, una colección de escritos divinamente respirados e inspirados por Dios que consta de los sesenta y seis libros del Antiguo y Nuevo Testamento. A través de una diversidad de autores humanos y géneros literarios, la Biblia forma un testimonio unificado y coherente de la historia de la elección por Dios de un pueblo para sí en Jesucristo. La Biblia es la autorrevelación de Dios y, por tanto, las Escrituras de la iglesia: su texto autorizado, inerrante y separado que reúne y gobierna al pueblo que Dios ha apartado. Es totalmente verdadera y digna de confianza, y la norma suprema para la vida de la iglesia. El mismo Espíritu que inspiró la Biblia sigue iluminándola, comunicando luz y vida, verdad y gracia de Dios.

El mensaje central de la Biblia es la buena noticia del reino de Dios.

  1. Afirmamos que el mensaje central de las Escrituras es el evangelio del reino de Dios, la proclamación de la encarnación, muerte, resurrección, ascensión y regreso de Jesús, que es el cumplimiento de la promesa de Dios de bendecir a todos los pueblos por medio de la simiente de Abraham. Por tanto, leemos la totalidad de las Escrituras de acuerdo con este evangelio y guiados por él. En el evangelio, Dios ofrece el perdón de los pecados, el don del Espíritu y la vida eterna a todos los que se arrepienten y creen en Jesucristo. Es la buena noticia de que Jesús está edificando su iglesia para servir a Dios, que está reconciliando y renovando su creación, librándola del pecado y sus efectos, y mostrando así su gloria. Este mismo evangelio exige que nos sometamos a la autoridad de Cristo, de modo que, por la fe en el evangelio, seamos transformados por el Espíritu en nuestra lectura de la Biblia. (Is 52:7; Mr 1:14-15; Gn 12:1-3; 18:18-19; Gá 3:16, 19)

El propósito de la Biblia es la formación de discípulos y la edificación de la iglesia.

  1. Afirmamos que Dios habla en la Biblia con el propósito de generar y gobernar al pueblo de Dios, la iglesia. La Biblia llama a los fieles a conformarse a Cristo, que es la imagen de Dios, y los exhorta a vivir vidas dignas del evangelio. El Espíritu actúa a través de la Biblia para formar el cuerpo de Cristo, y la mente de Cristo en el cuerpo de Cristo. Dios utiliza las Escrituras para formar el pueblo de Dios, un pueblo de pueblos, que participan en su misión como comunidades que hacen su voluntad en la tierra como en el cielo. (Col 1:15; 3:10; Ef 4:24; Mt 6:10)

Leemos la Biblia fielmente al tomar en cuenta sus contextos.

  1. Afirmamos que, para leer e interpretar fielmente las Escrituras, la iglesia debe leerla en su contexto histórico, literario y canónico. Leer en su contexto histórico significa prestar atención al mundo que hay detrás del texto y a la ocasión de su composición. Leer en un contexto literario significa prestar mucha atención al tipo de literatura que es y al flujo de palabras e ideas dentro del texto más amplio. Leer en un contexto canónico significa leer cada parte a la luz del conjunto de las Escrituras, Antiguo y Nuevo Testamento juntos. Situar cualquier texto bíblico en su contexto histórico y literario es un paso necesario para descubrir el sentido original buscado por sus autores. Situarlo en el contexto canónico permite a la iglesia leerlo como la Palabra de Dios y la narración unificada que Dios ha dado a su pueblo a lo largo de la historia, culminando con la venida de Cristo.

Leemos fielmente la Biblia al ser iluminados por el Espíritu Santo.

  1. Afirmamos que el Espíritu Santo, que supervisó la composición de las Escrituras, sigue guiando a la iglesia en su interpretación de las Escrituras, a medida que la iglesia, en dependencia mediante la oración, busca la ayuda del Espíritu. La guía del Espíritu es parte de su presencia activa y continua en la iglesia —la comunidad de oyentes, lectores, intérpretes y hacedores de la Biblia— para empoderar e informar su compromiso de proclamar y exhibir a Cristo en el mundo. El Espíritu da testimonio interno de la autenticidad, fiabilidad, suficiencia y credibilidad de las Escrituras. El Espíritu capacita al creyente para comprender y someterse a la palabra y la voluntad de Dios. (2P 1:21)

Leemos la Biblia con fidelidad al permanecer conectados con la tradición.

  1. Afirmamos que la interpretación evangélica (centrada en el evangelio) de la Biblia no es un acontecimiento reciente; continúa la larga tradición interpretativa que se remonta a la iglesia apostólica. La interpretación fiel de las Escrituras pertenece a la iglesia universal y exige un diálogo entre cristianos de diferentes contextos —regionales, históricos y confesionales— en busca de la unidad del evangelio en medio de la diversidad. Afirmamos el papel necesario y positivo de la tradición, que transmite una continuidad de lectura fiel de generaciones pasadas que fueron guiadas por el mismo Espíritu y creyeron en el mismo evangelio de Jesucristo a través de las mismas Escrituras. Para que un enfoque evangélico de la interpretación sea fiel, debe honrar esta tradición y permitir que sea una guía impulsada por el Espíritu en nuestra lectura de la Biblia.

Leemos la Biblia con fidelidad al ser sensibles a los contextos locales.

  1. Afirmamos la importancia de los contextos culturales para la lectura fiel de la Biblia. La interpretación de la Biblia nunca ocurre en un vacío. La cultura y el idioma desempeñan un papel importante. Interpretar las Escrituras es un reto, porque nuestras presuposiciones, experiencias personales y cultura ejercen una influencia poderosa y potencialmente distorsionadora. Sin embargo, las comunidades locales proporcionan recursos positivos desde sus respectivos contextos para profundizar en la comprensión global de las Escrituras. Cada iglesia local simultáneamente representa a toda la iglesia en la lectura fiel de las Escrituras en y para su propio contexto, y aporta desde su cultura local perspectivas distintas que benefician a toda la iglesia.

Leemos fielmente la Biblia al formar a iglesias locales en culturas de lectura y escucha.

  1. Hacemos un llamado a las iglesias locales para que se dediquen a la lectura pública de las Escrituras y formen fieles lectores y oyentes de la Biblia, como individuos, grupos y comunidades adoradoras. Al formar tales culturas, debemos permitir que la Palabra de Dios y el evangelio que proclama moldeen nuestra visión del mundo y nuestras vidas. Por tanto, afirmamos la necesidad de la colaboración mundial de todos los miembros del cuerpo de Cristo, y de prestar atención a los antiguos credos, confesiones y tradiciones eclesiales. Leer y escuchar en la comunión de los santos, guiados por el Espíritu, a través del espacio y del tiempo, sirve para mantener a las comunidades locales ancladas en la fe que fue entregada a los santos una vez y para siempre. Para que la iglesia florezca en las próximas décadas, debemos constituirnos en comunidades fieles de lectura y escucha de la Biblia que declaren y muestren fielmente, de muchas maneras y en muchos lugares, el señorío único de Cristo. [1] (Jud 3)

III. La iglesia: El pueblo de Dios que amamos y desarrollamos

El Pacto de Lausana (1974) declaró: «La evangelización del mundo requiere que toda la iglesia lleve todo el evangelio a todo el mundo». El Cuarto Congreso de Lausana (2024) tiene como lema: «Que la iglesia proclame y exhiba a Cristo juntos». Por lo tanto, la forma en que imaginamos la «iglesia» es muy importante. Reconocemos que la doctrina de la iglesia ha recibido poca atención durante estas décadas de extraordinaria expansión cristiana en el mundo, y hay poco consenso sobre lo que es la iglesia, su importancia en la vida del cristiano y su pertinencia para nuestro mundo. La confusión resultante ha abierto el camino a formas aberrantes de iglesia que distorsionan los valores de Cristo y su evangelio. También ha aumentado la desilusión entre creyentes bautizados, llevándolos a distanciarse de la iglesia formal o institucional. Los cristianos hoy, especialmente los creyentes de primera generación, necesitan una comprensión bíblica más amplia de la iglesia, que pueda inspirarles un profundo aprecio y lealtad en su comportamiento “en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad» (1 Timoteo 3:15).

La iglesia es la comunión del pueblo de Dios.

  1. El antiguo Credo de los Apóstoles profesa nuestra fe común en «la comunión de los santos». Mediante la obra salvadora de Jesucristo, el Dios trino reúne y une a su pueblo como una comunión de santos por el Espíritu Santo. Esta fraternidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas en la iglesia no es obra nuestra; es un don de Dios. El día de Pentecostés, Dios reveló esta unidad cuando Jesús derramó desde el Padre el Espíritu Santo prometido sobre su pueblo. Los envió a anunciar la buena noticia y a atraer a otros a su nueva comunidad, a bautizarse como miembros del Cuerpo de Cristo y a ser habitados por el Espíritu como Templo de Dios. Aún hoy, el Señor Jesús sigue derramando el Espíritu Santo sobre la iglesia, y el Espíritu Santo sigue glorificando al Señor Jesús en y a través de la iglesia. (1Co 12:27; 2Co 6:16)
  2. Todos los que están unidos a Cristo —mediante el arrepentimiento personal, la fe y la gracia de Dios— lo tienen como cabeza, y juntos forman su cuerpo. Por tanto, aunque somos salvados como individuos, no somos salvados solos, sino juntos, unos con otros. Como discípulos de Jesús, el Espíritu nos incorpora a Cristo como miembros de su cuerpo, mediante la fe en su sangre derramada. El bautismo cristiano es una señal y un sello de la gracia de Dios, una declaración pública de nuestra nueva lealtad a Cristo y nuestra nueva identificación con su iglesia. (1Co 12:13)

La iglesia es una, santa, católica y apostólica.

  1. Con el pueblo de Cristo a través de los siglos y en todo el mundo, confesamos, en las palabras del Credo Niceno, que la iglesia es «una, santa, católica y apostólica».
  2. En todo el mundo y a lo largo de la historia, la iglesia es un pueblo de Dios, un cuerpo de Cristo y un templo del Espíritu Santo mediante un bautismo por el Espíritu, y la única Esposa de Cristo. A través del tiempo, el espacio, la cultura y el idioma, somos una iglesia, unida por Cristo y su obra consumada, habitada por el Espíritu Santo y unida en el amor de Dios. (Ef 4:4-6; 2Co 11:2)
  3. Como la expresión visible de Cristo en el mundo, la iglesia está llamada a una santidad semejante a la de Cristo, manifestada por nuestra determinación de vivir como quienes han sido apartados para Dios, y demostrada por un carácter y un comportamiento semejantes a los de Cristo. (2Ti 2:21; 1P 1:14-16)
  4. La iglesia de Jesucristo es católica (universal y abarcadora de todo), en el sentido de que todos los que pertenecen a Cristo —independientemente de su etnia, sexo, región, condición o capacidad— pertenecen por igual a su nueva comunidad, la iglesia. Por lo tanto, hay un lugar para cada miembro porque cada parte es necesaria para formar la totalidad de la iglesia. Hay un lugar para niños y niñas, para mujeres y hombres, para ministros y misioneros, para amas de casa, educadores, obreros, profesionales y líderes del ámbito comercial. 
  5. En la iglesia católica, ninguna cultura humana puede reclamar la preeminencia. Todas las culturas humanas deben inclinarse en sumisión ante el Dios de toda sabiduría y, al hacerlo, cada una aporta su contribución a nuestra comprensión de las Escrituras y a la proclamación del evangelio. De este modo, Dios nos une para proclamar y exhibir su gloria en toda nuestra diversidad. La iglesia local es la única manifestación visible de la iglesia católica. Revela la gloria del templo de Dios, en el que todos los que pertenecen a Jesucristo, como piedras vivas, tienen su lugar legítimo. (1Co 3:16-17; 12:12-27; Ef 2:20-21; 1P 2:4-10)
  6. Esta iglesia, una, santa y católica es también apostólica. Comenzó su testimonio público de la buena noticia de Jesucristo con el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, y desde entonces ha proclamado el mismo mensaje a todo el mundo. A lo largo de la historia y en todo lugar, la iglesia es apostólica y permanece en continuidad con los doce apóstoles de Cristo y fiel a la enseñanza de ellos, confiada una vez y para siempre al pueblo de Dios y transmitida de generación en generación. Mediante el don de esta palabra viva y activa, Dios edifica su iglesia dándonos fe y vida nueva, y forma así su iglesia a semejanza de Cristo. (Ro 10:17; 1P 1:23; Jud 3)

La iglesia peregrina enfrenta retos desde afuera y amenazas desde adentro.

  1. La iglesia siempre ha enfrentado crisis. Como dijo nuestro Señor, en este mundo habrá muchas pruebas. Como lo evidencia toda la historia, los fieles santos del Dios han afrontado y siguen afrontando persecución y oposición severa, a menudo arriesgando sus vidas por el Señor al que aman. La iglesia está edificada sobre la sangre de los mártires. No obstante, la lucha de la iglesia no es contra la carne y la sangre, sino contra los poderes de las tinieblas. El maligno conspira contra la iglesia de Cristo, pero, como Jesús ha prometido, él sigue edificando su iglesia y ni siquiera las puertas del Hades pueden prevalecer contra ella. (Jn 16:33; Ef 6:12; Mt 16:18; Ap 1:18)
  2. La iglesia lleva el tesoro del evangelio en «vasijas de barro» con vulnerabilidad y humildad, sin buscar señalarse a sí misma, sino al poder supremo de Dios. Por lo tanto, no resiste a sus oponentes según los poderes o armamentos de este mundo, sino que persevera a través de la adversidad y el sufrimiento por el poder de Dios, plenamente armada con armas espirituales de justicia. Los imperios se levantan y caen, pero la iglesia, sostenida por su Señor, está llamada a permanecer firme y a comportarse como la casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. (2Co 4:7; Jn 18:36; 2Co 6:7; 1Ti 3:14-16)
  3. Sin embargo, nos aflige que la iglesia no siempre se haya mantenido fiel a este llamado.  Las Escrituras dejan en claro que el mayor riesgo para su vitalidad y la integridad de su mensaje proviene de adentro. Con demasiada frecuencia ha sucumbido al encanto del poder político, de la aprobación cultural y de los placeres del mundo, abandonando su mandato de ser el testigo profético de Dios en el mundo. En tales casos, la iglesia se convierte en instrumento de opresión, cómplice de actos de injusticia, y pierde su credibilidad en el mundo. Estas transigencias son, ya sea consecuencia o causa de que la iglesia se aleje de la autoridad bíblica al distorsionar las Escrituras para satisfacer meros deseos mundanos. Los pilares gemelos de la creencia y la práctica fieles (ortodoxia y ortopraxia), se erosionan al apartar la iglesia sus ojos de Cristo y de la cruz. Lamentamos estos fallos y pecados de nuestro pasado y nos arrepentimos de las formas en que seguimos ignorando la convicción del Espíritu y las instrucciones de nuestro Señor. (1Ti 4:16)

La iglesia crece cuando se reúne para la adoración.

  1. El Señor Jesús convoca a su iglesia a reunirse regularmente para adorar a Dios Padre por el Hijo y a través del Espíritu Santo. Por medio de estas reuniones, nos invita a crecer en nuestra intimidad y conocimiento de él al ser leídas y proclamadas las Escrituras; y a ver, sentir y gustar su gracia, en el bautismo y la Cena del Señor (Hch 2:42). 
  2. Como el cuerpo único de Cristo y el templo único del Espíritu, la iglesia manifiesta su identidad colectiva principalmente por medio de su adoración. En la adoración colectiva practicamos la iglesia y mostramos lo que significa ser la iglesia. Esto significa que la adoración es esencialmente un evento colectivo. La adoración colectiva, por lo tanto, no consiste principalmente en cultivar una relación personal con Dios; es el «sacerdocio regio» y la «nación santa» que proclama «las obras maravillosas (alabanzas) de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable». (1P 2:5, 9). 
  3. La iglesia se distingue como tal por su adoración al Dios trino en palabra y sacramento. Estos dos componentes básicos de la adoración son marcas que definen a la iglesia. La adoración, por lo tanto, no es solo una de muchas otras prácticas, sino la práctica fundamental de la iglesia. La adoración es el fin último al que se dirigen todos nuestros esfuerzos misioneros. La labor misionera terminará cuando Jesús regrese, pero la adoración continuará para siempre. Por lo tanto, pedimos a todas las iglesias que presten más atención a la adoración como práctica fundamental y que la conviertan en una experiencia más colectiva a través de su predicación, oraciones y cánticos.
  4. La adoración debidamente ordenada tiene lugar bajo la autoridad y la disciplina de la iglesia local. Esto es vital para el bienestar no solo del creyente individual, sino de la iglesia como un todo. Por lo tanto, llamamos a todos los cristianos a someterse a la autoridad de una iglesia local. Así como los individuos crecen porque las iglesias locales crecen en salud y madurez, también las iglesias locales crecen porque los individuos crecen en conocimiento, intimidad y rendición de cuentas. (1Co 5:1- 6:11; Heb 10:25)
  5. Cristo, como la cabeza, ha colocado dones de ministerio y servicio dentro de su iglesia para la maduración de su pueblo y para su edificación. Entre los miembros de la iglesia se distribuyen una gran variedad de dones, empoderados por el Espíritu, para el bien común. El cuerpo de Cristo crece a medida que los creyentes individuales asumen la responsabilidad de realizar la obra del ministerio y ejercen los dones que Dios les ha dado para servir a sus hermanas y hermanos con amor semejante al de Cristo. Este ministerio empodera a todo el pueblo de Dios para honrar a Jesucristo en el ámbito laboral, el ámbito comercial, el hogar, la escuela y la comunidad local, dondequiera que sean llamados a servir. Cumplen sus diversos llamados con la plena seguridad de que el Señor Jesús cuida de su iglesia e intercede constantemente para su protección y bienestar. (Ro 12:6; 1Co 12:4-11; Ef 4:7-16)

La iglesia exhibe a Cristo de maneras diversas, pero fieles.

  1. La iglesia ha sido llamada a expresar su vida común formando comunidades locales y contraculturales en cada sociedad. Las iglesias locales varían en su forma: desde pequeños grupos de creyentes que se reúnen en secreto, pasando por iglesias hogareñas, hasta congregaciones mucho más grandes que se reúnen a la vista de todos. La aparición de los espacios digitales ha proporcionado a los creyentes cristianos otro medio más para reunirse, lo que ha suscitado una reflexión teológica en curso sobre la naturaleza y la forma de la iglesia local.
  2. A lo largo de la historia y en todo el mundo, las iglesias locales exhiben una espectacular diversidad de tradiciones y formas, moldeadas por la influencia de sus culturas distintivas y por los retos contextuales únicos que enfrentan. No obstante, lo que tales comunidades cristianas tienen en común y lo que las convierte en auténticas manifestaciones del cuerpo de Cristo es su adoración al Dios trino en respuesta a su común fe en el evangelio de Jesucristo, la fe que Cristo las llama a compartir con el mundo.

La misión de la iglesia es hacer discípulos de Cristo.

  1. La iglesia, por tanto, está llamada a proclamar y exhibir a Cristo juntos. La Gran Comisión convoca a todos los creyentes del mundo a participar en la voluntad de nuestro Señor, de hacer discípulos de todos los pueblos, bautizando a los que creen en el mensaje del evangelio y enseñándoles la verdadera obediencia a Jesucristo. Con el poder de su Palabra y de su Espíritu, Dios nos envía al mundo un como pueblo santo para dar testimonio del evangelio ante un mundo que nos observa. Lo hacemos mediante nuestra presencia llena de Cristo, nuestra proclamación centrada en Cristo y nuestra práctica semejante a la de Cristo. (Mt 28:18-20)
  2. Jesús instó a sus discípulos a ver la poderosa influencia de su presencia en el mundo describiéndolos como «la sal de la tierra», que debe mantener su integridad y así no perder nunca su potencia. El apóstol Pablo explicó cómo el cristiano inspirado por el evangelio es el propio «aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden». Esto hace que la presencia de un individuo o comunidad cristianos en cualquier sociedad —en familias, barrios, escuelas, el ámbito laboral  o la plaza pública— sea un motivo de esperanza, ya que Dios utiliza a su pueblo redimido para señalar su favor y dar a conocer su cercanía a un mundo alejado de él desde hace mucho tiempo. (Mt 1:23; 5:13; 2Co 2:15-16)
  3. La Biblia dice: «La fe viene como resultado de oír el mensaje y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo». Por lo tanto, la proclamación fiel de la buena noticia de Jesucristo es esencial para el testimonio de la iglesia y, para esta tarea, el Señor ha derramado el Espíritu Santo a fin de empoderar a los miembros de la iglesia para la evangelización. Por su Palabra y a través de su Espíritu, la iglesia muestra el poder salvador del evangelio y envía heraldos a declarar su evangelio allí donde Cristo no es conocido. A través del testimonio diario en el hogar y en el trabajo, Dios continúa reuniendo para s{i a personas de toda tribu y lengua, salvándolas mediante la sangre expiatoria de Jesús y uniéndolas como miembros del cuerpo de Cristo. (Ro 10:17) 
  4. La iglesia también da testimonio a través de su práctica semejante a la de Cristo. Así como el mundo escucha a Cristo en la proclamación del evangelio, también puede ver a Cristo a través de nuestro amor unos por otros y por nuestros prójimos, a través de cómo cuidamos de su creación y hacemos un trabajo excelente en nuestras vocaciones cotidianas. Así como la fe viene por el oír, la fe siempre va acompañada de obras. Estas obras promueven el bien común, priorizan el cuidado de los pobres y los más vulnerables, y promueven la causa de la justicia siguiendo el ejemplo de nuestro Señor. (Mt 5:16; Jn 13:35; Ef 2:8-10; Lc 4:18-19).
  5. Hasta ese día final en que Cristo regresará, la iglesia, como la esposa, se reúne en espera del regreso de su esposo, cuando los santos de las generaciones pasadas también serán resucitados. Por lo tanto, esperamos, anhelando la consumación de la esperanza de la iglesia, cuando Dios mismo morará con nosotros, cuando conoceremos al Señor Dios Todopoderoso —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— y le ofreceremos adoración eterna, dando gloria a Dios «en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén”. (Ap 21:3; Ef 3:21)

IV. La persona humana: La imagen de Dios creada y restaurada

Hoy, el mundo está obsesionado con la pregunta: «¿Qué significa ser humano?». Esto hace que la doctrina cristiana de la persona humana tenga una importancia crítica. La forma en que respondamos a esta pregunta tiene profundas implicaciones para nuestro testimonio en el mundo y nuestra vida en la iglesia. Va al corazón mismo de las grandes convulsiones del mundo con respecto a cuestiones como la identidad, la sexualidad humana y las implicaciones del avance de las tecnologías. Una sana doctrina de la persona humana también es vital para hacer frente al creciente fenómeno de líderes que reclaman poderes suprahumanos y una autoridad semejante a la de Dios dentro de la iglesia.

La imagen de Dios es la esencia de ser humano.

  1. Las Escrituras enseñan que los seres humanos han sido creados de manera única a imagen y semejanza de Dios. Esta condición única incluye funciones y responsabilidades de mayordomía en el mundo. El don de ser portadores de la imagen de Dios otorga a todos los seres humanos dignidad, igualdad y valor inherentes, independientemente del sexo, la etnia, la raza, la casta, la edad, las capacidades físicas y mentales y los contextos socioeconómicos y culturales. El Dios trino creó a los seres humanos para que fueran relacionales, incluidas las relaciones personales con Dios y la formación de comunidades. (Gn 1:26-28; 2:15)
  2. Los seres humanos son una unidad física y espiritual integrada, y poseen una dimensión espiritual que complementa a la física. Por lo tanto, rechazamos todo lo que privilegie al cuerpo o al espíritu en detrimento del otro.
  3. Reconocemos que el pecado afecta el grado en que los seres humanos pueden reflejar plenamente la imagen de Dios. El pecado corrompe nuestra naturaleza y capacidades humanas inherentes, nuestras relaciones con los demás y nuestra vocación humana en el mundo. El pecado influye negativamente en las personas para que traten a otros seres humanos como objetos, no como personas con valor intrínseco. En ocasiones, incluso los cristianos han malinterpretado pecaminosamente la imagen de Dios por interés propio para marginar y deshumanizar a otras personas.

La imagen de Dios es restaurada en Cristo.

  1. Afirmamos que Jesucristo, el Hijo de Dios, es la imagen de Dios. Mediante su encarnación, se hizo plenamente humano como el segundo Adán. A diferencia del primer Adán, vivió una vida sin pecado, con lo cual cumplió con las condiciones para redimir a la humanidad del pecado y de su alienación de Dios. Como la imagen preeminente y perfecta de Dios, Jesucristo es el ideal humano en el que todo creyente está siendo transformado por el Espíritu Santo. Al participar de la naturaleza de Dios, estamos siendo conformados a la semejanza de Cristo por gracia. Esta semejanza a Cristo se revela en la renovación de nuestro carácter, práctica, deseos y aspiraciones y, en su Segunda Venida, en la transformación de nuestros cuerpos a semejanza del cuerpo resucitado de Cristo. (Col 1:15; Heb 1:1-3; Jn 1:1, 14; Fil 2:1-11; Ef 1:10; Ro 5:12-14; 1Co 15:45-49, 50-54)
  2. La iglesia es la nueva humanidad de Dios, creada por Cristo, que reconcilia a los creyentes con Dios y entre sí. Esta nueva humanidad está siendo transformada para portar la imagen de Cristo, aquel que define la verdadera y plena humanidad. (Ef 2:14-16; Ro 8:9; Ro 12:1-2; 2Co 3:18).
  3. Como portadores de la imagen de Dios, los seres humanos redimidos están dotados de dones y ministerios para servir al bien común de la iglesia y dar gloria a Dios en el mundo. A todo cristiano se le ha concedido el privilegio de participar y ser embajador del reino de Dios a través de sus diversos dones y llamados. Sin embargo, todas estas manifestaciones y prácticas deben sopesarse con el testimonio apostólico del evangelio y las Escrituras para que nadie se deje engañar por un falso evangelio ni contribuya a quitar la gloria de Dios. (1Co 12:4-7; Ro 12:4-8; Ef 4:11-16; 1Co 1:4-8; 1P 4:10-11; Mt 7:15-16; Gá 1:6-9; 1Jn 2:19; Jud 3-4)
  4. Lamentamos cualquier noción falsa de la nueva humanidad que contradiga el ideal de semejanza de Cristo y nos afligimos por el liderazgo cristiano que se aleja de la semejanza de Cristo, como es evidente en los ministerios basados en la prosperidad y la fama, donde algunos incluso afirman poseer divinidad. El ejemplo de liderazgo de Cristo cuestiona estas pretensiones y la manipulación de los demás como signo de autoridad espiritual. La vida en el reino de Dios se caracteriza por la humildad, el arrepentimiento y la confianza en la gracia de Dios. (Lc 9:23; Fil 2:8-11; 3:18-19; 1Co 15:9-10; 1Jn 1:8-10).  
  5. Aguardamos la resurrección del cuerpo y la consumación de la nueva creación, cuando la imagen y semejanza de Dios en los seres humanos será plenamente renovada. Entonces, el pueblo de Dios gozará de plenitud de vida y de comunión con Dios, entre sí y con toda la creación (Is 65:17; 66:22; 2P 3:13; Ap 21:1-4).

La imagen de Dios y la sexualidad humana

El concepto cristiano de la identidad sexual

  1. El relato bíblico de la creación reconoce que los seres humanos son creados como seres sexuales con características físicas claramente identificables como varón y mujer y características relacionales como hombre y mujer. El «sexo» de un individuo se refiere a las características biológicas que distinguen al varón de la mujer, mientras que el «género» se refiere a las asociaciones psicológicas, sociales y culturales con de ser varón o mujer. La Biblia afirma sin ambigüedad que los seres humanos, tanto varones como mujeres, portan la imagen de Dios, representando al Creador en el cuidado de su tierra creada. (Gn 1:26-28; 2:22-23)
  2. Lamentamos cualquier distorsión de la sexualidad. Rechazamos la noción de que los individuos puedan determinar su género sin tener en cuenta nuestra condición creada. Si bien el sexo biológico y el género puedan distinguirse, son inseparables. La masculinidad y la feminidad son un hecho inherente a la creación humana, un hecho que las culturas expresan distinguiendo entre hombres y mujeres. También rechazamos la noción de la fluidez de género (la afirmación de una identidad o expresión de género fluctuante que depende de la situación y la experiencia).
  3. A lo largo de la historia, sin embargo, las personas cuyo sexo no es observablemente claro al nacer (designadas en forma general hoy como individuos intersexuales) han enfrentado importantes retos psicológicos y sociales. En las Escrituras, Dios expresa su profunda preocupación por los eunucos en su experiencia de alienación y dolor, y ha preparado un futuro mejor para quienes ponen su confianza en Dios, prometiéndoles la restauración de su dignidad. De la misma manera, el pueblo de Dios está llamado a responder con compasión y respeto hacia quienes enfrentan hoy circunstancias similares. (Is 56:4-5)

El concepto cristiano del matrimonio y la soltería

  1. La primera referencia al matrimonio en la Biblia indica que el matrimonio es algo ordenado por Dios y describe el matrimonio como el vínculo exclusivo de un hombre y una mujer. Esto da lugar a una nueva entidad a la que la Biblia se refiere como «una carne». Afirmamos, por tanto, que, según el designio de Dios, el matrimonio es una relación de alianza única y exclusiva entre un hombre y una mujer, que se comprometen a una unión física y emocional para toda la vida, para amarse mutuamente y compartir. (Gn 2:24; Mt 19:4-6)
  2. Además, la enseñanza bíblica es consistente en que el matrimonio como alianza es el único contexto legítimo para las relaciones sexuales. El sexo fuera de los límites del matrimonio es declarado como una violación pecaminosa del diseño y la intención del Creador.
  3. Lamentamos todos los intentos dentro de la iglesia de definir las uniones entre personas del mismo sexo como matrimonios bíblicamente válidos. Lamentamos que algunas denominaciones cristianas y congregaciones locales hayan consentido a las exigencias de la cultura y pretendan consagrar tales relaciones como matrimonios.
  4. Afirmamos que la intención de Dios era que el matrimonio sirviera para el florecimiento humano al proporcionar el contexto necesario para la crianza de las generaciones venideras. Los matrimonios fieles permiten fuertes lazos de vida familiar, delimitando adecuadamente la libertad y creando el entorno delimitado y propicio que permite a los hijos prosperar.
  5. La visión bíblica del matrimonio incluye el cumplimiento del mandato del creador de procrear, y simultáneamente proporciona compañía y placer a la pareja. Nos entristece que la búsqueda de la libertad sexual, percibida como un bien personal y social, haya restado importancia al aspecto procreativo de las relaciones sexuales conyugales, lo que a menudo ha llevado a la desvalorización de los hijos y al drástico aumento de abortos en todo el mundo. (Gn 1:28; 2:18-25)
  6. El matrimonio cristiano sigue el modelo de la relación entre Cristo y la iglesia y, por tanto, constituye un medio único de testimonio del resultado del evangelio al cumplir el esposo y la esposa sus responsabilidades mutuas como discípulos bajo el señorío de Jesucristo. En consecuencia, los cristianos que deciden casarse deben invertir el esfuerzo necesario para cuidar su relación matrimonial y la crianza de los hijos que puedan nacerles o ser adoptados por ellos. (Ef 5:22-31)
  7. Si bien el matrimonio ha sido el ideal asumido para los adultos en todas las sociedades, y en el matrimonio el esposo y la esposa se complementan mutuamente, el matrimonio no es un paso esencial para hacer completa a una persona. Tanto las personas casadas como las solteras son plenamente capaces de cumplir la voluntad del Creador y de dar testimonio de Jesucristo. Cada individuo, creado a imagen de Dios, es una persona completa con el máximo potencial en el contexto de otras relaciones humanas. El Señor Jesús, el ser humano ideal, ejemplificó esta verdad sobre la vida de soltería. El apóstol Pablo argumentó positivamente que la soltería, ya sea circunstancial o vocacional, ofrecía al cristiano oportunidades únicas para servir a la causa del reino de Dios de maneras que no son posibles para las personas que están casadas (1Co 7:32-35)
  8. Hacemos un llamado a todas las iglesias locales para que apoyen tanto a los solteros como a las parejas casadas dentro de la comunidad de creyentes cristianos mediante la enseñanza, el mentoreo y las redes de estímulo mutuo y apoyo práctico. Este tipo de comunidad da testimonio del poder del evangelio al ejemplificar los valores bíblicos de la amistad profunda, el amor y la fidelidad en el matrimonio, el honor a los padres y la crianza dedicada de los hijos en el contexto de la lealtad al señorío de Jesucristo y para la gloria de Dios.

El concepto cristiano de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo

  1. La intimidad sexual entre personas del mismo sexo es un fenómeno tan antiguo como la civilización humana, y la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, muestra ser consciente de tales prácticas. En seis ocasiones encontramos en la Biblia la mención explícita de comportamientos sexuales entre personas del mismo sexo. Debido a la extraordinaria importancia del tema para la sociedad y la iglesia hoy, es vital que los cristianos se familiaricen con todas las referencias a la intimidad sexual entre personas del mismo sexo en la Biblia, y su significado en el contexto: Génesis 19:1-3; Levítico 18:20; 20:13; Romanos 1:24-27; 1 Corintios 6:9-11; 1 Timoteo 1:9-11:
    • El Antiguo Testamento se refiere a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo en el relato de Génesis 19:1-3, donde la vida de Abraham y su familia se cruza con la cultura de Sodoma, que Dios había declarado extremadamente malvada. La notoriedad de Sodoma se debía a múltiples formas de maldad social, incluido el intento de violación masculina de los invitados de Lot por parte de todos los hombres de la ciudad, que se destaca en el relato como prueba de la abismal condición moral de la ciudad. (Ez 16:49-50; Gn 18:20-21; 19:1-13; Jud 7)
    • En el testimonio apostólico del Nuevo Testamento, se hace referencia al comportamiento sexual entre personas del mismo sexo en Romanos 1:18-27, 1 Corintios 6:9-11 y 1 Timoteo 1:9-11 en el contexto de la cultura griega y romana. El registro histórico deja claro que la actividad sexual entre personas del mismo sexo era una práctica muy conocida durante este periodo que se había normalizado, especialmente en los estratos superiores de la sociedad. En este contexto, llama la atención que Pablo sitúe la actividad sexual entre personas del mismo sexo en la misma categoría de pecado sexual que la fornicación y el adulterio, y dentro de una lista más amplia de pecados que incluía el robo, la avaricia, la embriaguez, la calumnia y la estafa. En 1 Timoteo 1:9-11, la lista que proscribe el comportamiento homosexual incluye el parricidio, el asesinato, la fornicación, el comercio de esclavos y el perjurio. A todos los que hacen tales cosas se los llama infractores de la ley, rebeldes, impíos, pecadores, profanos e irreligiosos.
    • En 1 Corintios 6:9, Pablo acuña un término para describir las relaciones sexuales entre hombres a partir de dos referencias en Levítico 18:20 y 20:13. Estos textos declaran que la actividad sexual entre personas del mismo sexo viola las normas de Dios para los israelitas que habían quedado vinculados por su pacto con Dios.
    • Cuando Pablo se refiere a la actividad sexual entre personas del mismo sexo en Romanos 1:24-27, lo hace para expresar cómo la rebelión de la humanidad contra Dios ha llevado al rechazo de su orden creado. Como indicios de la bancarrota moral total de la humanidad, cita la práctica generalizada del adoración a ídolos y la inmoralidad sexual. Con relación a la impureza sexual, Pablo condena específicamente la actividad sexual entre mujeres y la actividad sexual entre hombres, que claramente eran prácticas muy conocidas en lo que se consideraba la cultura sofisticada de la época.
  2. Todas las referencias bíblicas a la actividad sexual entre personas del mismo sexo nos llevan a la conclusión ineludible de que Dios considera tales actos como una violación de su intención para el sexo y una distorsión del buen diseño del Creador y, por lo tanto, pecaminosos. Sin embargo, el evangelio nos asegura que aquellos que, por ignorancia o a sabiendas, han caído en la tentación y han pecado, encontrarán el perdón y el restablecimiento de la comunión con Dios mediante la confesión, el arrepentimiento y la confianza en Cristo.
  3.  Reconocemos que un número de personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, experimentan atracción hacia el mismo sexo, y que para algunos, ésta es la única atracción o la dominante. La insistencia bíblica en que los cristianos deben resistir la tentación y mantener así la santidad sexual, tanto en el deseo como en el comportamiento, se aplica tanto a las personas con atracción heterosexual como a las personas con atracción hacia el mismo sexo. Reconocemos, sin embargo, que los cristianos que se sienten atraídos por personas del mismo sexo se enfrentan a desafíos incluso en las comunidades cristianas. Nos arrepentimos de nuestra falta de amor hacia nuestros hermanos y hermanas en el cuerpo de Cristo.
  4.  Instamos a los líderes cristianos y a las iglesias locales a reconocer dentro de nuestras comunidades la presencia de creyentes que experimentan atracción por personas del mismo sexo, y a apoyarles en su discipulado mediante la atención pastoral y el desarrollo de comunidades sanas de amor y amistad. [2].

V. Discipulado: Nuestro llamado a la santidad y a la misión

En su misericordia, Dios ha trabajado a través del Movimiento de Lausana durante el último medio siglo para catalizar la evangelización a pueblos y comunidades no alcanzados de todo el mundo e inculcar un sentido de preocupación social frente a la injusticia, la opresión y la discriminación. Estos énfasis dobles se han englobado a menudo en el concepto de «misión integral», pero la misión integral no siempre ha integrado plenamente el mandato de nuestro Señor de ser discípulos y su comisión de hacer discípulos. Como resultado, a pesar de afirmar ser seguidores de nuestro Señor crucificado, a menudo no hemos vivido de acuerdo con el santo modelo de vida que él nos dio ni hemos enseñado a otros a hacer lo mismo. El resultado ha sido una oleada constante de informes de mala administración financiera, de mala conducta y abusos sexuales, de abuso de poder entre líderes, de esfuerzos por encubrir estos fallos mientras se ignora el dolor de los que han sufrido a causa de ellos, y de anemia espiritual e inmadurez en iglesias evangélicas de todo el mundo. Nos duelen estos fallos; lamentamos nuestro pecado; nos arrepentimos humildemente y confesamos nuestra profunda necesidad de que la gracia continua del evangelio produzca en nosotros la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14). Por lo tanto, nos comprometemos con las siguientes afirmaciones.

Un discípulo es un seguidor de Jesús, formado por el evangelio para una vida dedicada a amar a Dios y amar a los demás.

  1. Afirmamos que ser discípulo es ser formado en el modelo de vida que se ajusta a la buena noticia de la encarnación, vida, muerte, resurrección y ascensión de Cristo, por la que Dios, en su amor, ha salvado a su pueblo de sus pecados y, mediante el derramamiento del Espíritu por el Cristo ascendido, le ha concedido, en su gracia, el poder de vivir bajo su santo y justo gobierno. En consecuencia, la misión se orienta adecuadamente hacia la formación de discípulos cuyo amor a Dios y amor a los demás estén unidos en un corazón indiviso. Este resultado se entiende correctamente como la obra de Dios de escribir su ley en corazones humanos, una obra que nos permite vivir como el único y santo pueblo del pacto de Dios, formado por todos los pueblos que continúan la obra de Jesús, el Siervo del Señor, de llevar vida y luz al mundo. Como encarnación de este logro divino, la iglesia local es a la vez el medio y el fin de la misión perseguida de este modo. (Jer 31:31-34; Mt 22:36-40)

Nuestro Señor Jesús nos ordena ser discípulos y nos comisiona para hacer discípulos.

  1. Afirmamos que la misión del pueblo de Dios es cumplir la comisión que el Señor Jesús dio a sus discípulos: hacer discípulos mediante el anuncio de lo que Dios ha logrado al enviar a su Hijo a un mundo rebelde y roto. Los encargados de anunciar la buena noticia de Dios a todos los pueblos deben vivir ellos mismos como discípulos y comprender que el objetivo adecuado de nuestra misión es la transformación de los que escuchan y creen la buena noticia, para que vivan como discípulos que obedecen todo lo que el Señor enseñó. A través de esta transformación de individuos, Dios logra su misión de restaurar a la humanidad mediante el evangelio a la imagen de Cristo y, con ello, renovar y restaurar toda la creación. El cumplimiento del propósito de Dios de renovar a la humanidad es la iglesia local, la manifestación de la reunión celestial del pueblo de Dios de todo tiempo y lugar, de toda nación y pueblo. Como tal, el poder formativo del evangelio tiene como su objeto tanto a individuos como a la iglesia local. La formación de discípulos maduros está inextricablemente ligada al crecimiento y la madurez de las iglesias en la plenitud de la semejanza de Cristo a través del ministerio empoderado por el Espíritu de sus miembros individuales. (Mt 22:37-40; 28:18-20; Ef 4:11-14)

No podemos hacer discípulos sin anunciar la buena noticia, y no podemos ser discípulos sin un compromiso profundo con un mundo roto.

  1. Afirmamos que las personas formadas como discípulos, tanto individual como colectivamente, invariablemente se encontrarán profundamente comprometidas con un mundo roto por la injusticia y el pecado en sus familias, barrios, escuelas, lugares de trabajo y sociedades. Nuestra tarea en la misión, por tanto, no consiste simplemente en anunciar un mensaje para conseguir profesiones de fe cristiana. Más bien, nuestra tarea evangelística consiste en anunciar el mensaje de un Mesías crucificado mientras vivimos vidas acordes con ese mensaje, con el objetivo de ver a otros formados en este mismo modelo de vida. La búsqueda de justicia en nuestra vida personal, en nuestros hogares, en nuestras iglesias y en las sociedades en las que vivimos no puede estar separada del anuncio del evangelio, del mismo modo que ser discípulo no puede estar separado de hacer discípulos.

Como discípulos, experimentamos la transformación como una experiencia inicial y también continua de la gracia del evangelio.

  1. Afirmamos que un discípulo es una persona cuya vida ha sido transformada por el evangelio. Esta transformación comienza cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y creemos en la buena noticia. No obstante, al igual que la semilla plantada en buena tierra, la buena noticia no trae la plenitud de la transformación ni da el fruto de la transformación de manera instantánea. Más bien, esta transformación se produce gradualmente a lo largo de toda una vida en la que el aumento de la santidad y el amor demuestran la realidad del poder transformador del evangelio. Tanto la experiencia inicial de transformación como su realización continua son obra del Espíritu de Dios por gracia, mediante la fe, para unir a los creyentes a la vida de Cristo y entre sí dentro del cuerpo de Cristo.

Las iglesias locales desempeñan un papel vital en nuestra formación como discípulos al ministrar los medios de gracia del evangelio y experimentar su poder transformador en nuestra vida colectiva.

  1. Afirmamos que una iglesia local crece y madura al intentar asegurar que su vida colectiva refleje el modelo de vida que se ajusta al mensaje de Cristo crucificado. Las iglesias lo hacen a través de la proclamación del evangelio; a través de la práctica regular del evangelio en el bautismo y la Mesa del Señor; y respondiendo con gratitud al evangelio en la oración y la alabanza. Dentro de la iglesia, los creyentes individuales aprenden a comportarse como ciudadanos del cielo que viven vidas dignas de esa ciudadanía mediando la gracia transmitida a ellos por el Espíritu a los demás creyentes. Dentro de la iglesia, los matrimonios individuales son conformados a la unión amorosa entre Cristo y su pueblo. Dentro de la iglesia, las familias son fortalecidas en el camino del Señor mediante la vida en la familia de la fe. De este modo, tanto la iglesia como sus miembros son edificados en la santísima fe, conformados a la imagen de Cristo por el Espíritu, y animados a vivir vidas de santidad, fe y la esperanza purificadora del regreso de nuestro Señor. Preparados por el ministerio del evangelio dentro de la iglesia e impulsados por el ejemplo compasivo de Cristo, aprendemos a ver toda la vida como adoración, a buscar el bien de los que están fuera de la iglesia y a trabajar por la restauración de la integridad del mundo en todo lo que hacemos. (Ef 2:19; Fil 3:20; 1Ts 2:12; Jud 20; 1Jn 3:3)

Las iglesias locales también desempeñan un papel vital a la hora de rendir cuentas y ejemplificar modelos saludables de liderazgo y gobernanza para líderes ministeriales, misioneros y socios ministeriales.

  1. Llamamos a los líderes ministeriales y misioneros a permanecer en comunión vital con las iglesias locales y a rendirles cuentas. Si bien esto es válido para todos los discípulos, aquellos llamados a formas de ministerio fuera de sus iglesias locales deben permanecer vitalmente conectados a la vida de Cristo dentro de la iglesia y reflejar la obra continua del Espíritu de Dios dentro de una iglesia local. En su providencia, el Señor ha levantado ministerios y asociaciones misioneras para colaborar con la iglesia local a fin de perfeccionar y equipar a su pueblo para ser y hacer discípulos. Afirmamos la importancia de estos ministerios, pero también la importancia de mantener un claro enfoque y conexión con la iglesia local como encarnación de la nueva humanidad que Dios está formando en Cristo. Estos ministerios honran a Cristo cuando se basan en las instrucciones dadas a las iglesias locales en las Escrituras para sus modelos y principios de rendición de cuentas, transparencia y supervisión. Al hacerlo, adoptarán estructuras de liderazgo y gobernanza plurales que preserven la ubicación de la autoridad espiritual en el evangelio y no en un solo individuo [3] (Hch 6:1-6; 15:1-35; 20:17-38).

VI. La familia de naciones: Los pueblos en conflictos que vemos y servimos para la paz

El pueblo de Cristo debe ser conocido como un pueblo de paz, porque el evangelio que proclamamos trae paz entre Dios y personas, entre personas y entre pueblos. El propósito de Dios es ver florecer pueblos diversos al compartir sus dones y los recursos de la tierra de manera justa y generosa. Damos gracias a Dios por los numerosos ejemplos de comunidades e individuos cristianos que han encarnado el llamado constante de la Biblia a estar en paz y a pacificar en un mundo plagado de conflictos. Los honramos como promotores de la paz de Cristo, aun a riesgo de sus propias reputaciones y vidas. Sin embargo, la iglesia no siempre ha honrado la paz de Cristo como cualidad definitoria de su existencia en el mundo. Hay ejemplos históricos de la participación de la iglesia, de manera explícita o tácita, en actividades y emprendimientos que propugnan la violencia y promueven la guerra. Estas participaciones no hacen más que escandalizar el evangelio que ella proclama. ¿Qué desea Cristo de su iglesia, un pueblo formado por todos los pueblos, llamado a proclamar y exhibir a Cristo en un mundo desgarrado por el conflicto?

Afirmamos el propósito de Dios en Cristo de reconciliar a todos los pueblos mediante el evangelio en un mundo lleno de conflicto.

  1. El Movimiento de Lausana ha desempeñado un papel clave en el fomento de la misión a los «pueblos no alcanzados», reconociendo la necesidad de que los individuos de cada pueblo culturalmente distinto escuchen la buena noticia del gobierno salvador de Dios sobre todos los pueblos y, por tanto, sobre todas las personas. Oramos por el día en que los estados («naciones» en el sentido moderno) que tratan activamente de impedir que sus gobernados escuchen la buena noticia y que persiguen a quienes la escuchan y creen, dejen de hacerlo. Oramos esto, no solo por el bien de los individuos, sino también por el de los pueblos de los que forman parte. Un elemento central de los propósitos de Dios a través del evangelio es la reconciliación de todos los pueblos en Cristo, en una relación marcada por la bendición mutua. Afirmamos que este propósito de Dios solo puede ser logrado en la medida que los corazones de las personas sean transformados y llenados de amor por aquellos cuya identidad cultural difiere de la propia.
  2. Nos alegramos juntos por las numerosas situaciones en el mundo en las que graves conflictos han disminuido y comunidades distanciadas han tenido la oportunidad de reconciliarse y restablecer la armonía. Algunos ejemplos son el conflicto de Irlanda del Norte, el apartheid en Sudáfrica, el genocidio de Ruanda y la guerra civil de Sri Lanka, entre otros conflictos en todo el mundo. Celebramos que, en algunos de estos contextos, Dios haya utilizado iglesias, organizaciones cristianas y cristianos individuales para promover la causa de la paz, ya sea como pacificadores de primera línea entre las partes en conflicto o a través de la negociación, influencia e intercesión en el trasfondo del conflicto.
  3. Nos entristece profundamente constatar que han estallado nuevos conflictos armados y guerras —interétnicos, interreligiosos e internacionales— en todas las regiones del mundo. De los más de cien conflictos armados actuales en el mundo, las regiones de Oriente Próximo y África son las que han registrado la mayor concentración. En este momento, la guerra entre Rusia y Ucrania y la guerra  Genaza son las que han recibido más atención mediática, pero apenas se mencionan conflictos graves como los de Siria, Myanmar, Sudán y Etiopía. También reconocemos las «guerras olvidadas» en todo el mundo, especialmente la de la península de Corea. Si bien permanecen fuera de la vista del público, son vistas por Dios. Lamentamos la trágica pérdida de vidas que estas guerras suponen y la destrucción masiva para sociedades que niegan a generaciones futuras la oportunidad de prosperar.

Nos arrepentimos por no haber condenado y refrenado la violencia permaneciendo en silencio, promoviendo el nacionalismo o apoyando injustamente conflictos mediante una justificación teológica deficiente.

  1. Condenamos a quienes utilizan su influencia en asuntos mundiales para promover conflictos y guerras evitables, simplemente para favorecer sus intereses económicos y políticos. Nos entristece el inmenso sufrimiento que sus acciones han causado. Creemos que tendrán que rendir cuentas ante Dios el día del juicio.
  2. Llamamos a todos los cristianos a servir a los vulnerables en contextos de guerra, aunando nuestros recursos y apoyando los esfuerzos de ayuda de iglesias y organizaciones humanitarias situadas cerca de las zonas de conflicto. También nos comprometemos a servir como pacificadores, apoyando negociaciones encaminadas a poner fin a conflictos y reclamando justicia y reparación para víctimas inocentes de la violencia.
  3. En diversos momentos de la historia, los cristianos no solo han promovido la violencia y la guerra, sino que también han permanecido en silencio ante tales atrocidades, en lugar de hablar con integridad y valentía proféticas. Esto fue reconocido en el Compromiso de Ciudad del Cabo de 2010:

Reconocemos con dolor y vergüenza la complicidad de los cristianos en algunos de los contextos más destructivos de violencia y opresión étnicas, y el lamentable silencio de grandes partes de la iglesia cuando ocurren este tipo de conflictos. Estos contextos incluyen la historia y el legado del racismo y la esclavitud negra, el holocausto contra los judíos, el apartheid, las “limpiezas étnicas”, la violencia sectaria entre cristianos, la aniquilación de poblaciones indígenas, la violencia interreligiosa, política y étnica, el sufrimiento de los palestinos, la opresión de las castas y el genocidio tribal.

  1. Nos hacemos eco del Compromiso de Ciudad del Cabo al hacer un llamamiento «al arrepentimiento por las muchas veces que los cristianos han sido cómplices en estos males con el silencio, con la apatía o la supuesta neutralidad, o brindando una justificación teológica defectuosa para tales actitudes«. Gran parte de esta defectuosa justificación teológica surge de no distinguir entre las «naciones» de las Escrituras y los modernos «estados-nación» y de no pensar bíblicamente sobre la nacionalidad. En las Escrituras, las naciones eran pueblos culturalmente distintos, cuyas identidades eran conformadas por el apego histórico a un territorio vagamente definido y la adoración a un dios (o dioses) cuyo gobierno sobre un pueblo se ejercía a través de un rey. En contraste, los «estados-nación» (o «naciones» en el sentido moderno) son gobiernos que administran una soberanía política reconocida internacionalmente mediante instituciones y leyes ordenadas constitucionalmente sobre territorios con fronteras claramente delimitadas, y los individuos y pueblos que viven en ellos. La mayoría de los estados-nación modernos gobiernan múltiples pueblos, es decir, grupos dentro de sus fronteras que no derivan su identidad colectiva únicamente de la nacionalidad, sino de la etnia, la raza, el país de origen y las muchas otras formas de identidad colectiva que enriquecen el mundo moderno. En términos de identidad, estos grupos culturalmente distintos suelen estar más cerca de los pueblos que formaban las «naciones» de las Escrituras que de los estados modernos. Afirmamos que todo estado moderno debe rendir cuentas ante la exigencia divina de un trato justo y misericordioso tanto de las personas y pueblos sobre los que ejerce su soberanía, como de sus vecinos.
  2. Es de vital importancia que los cristianos piensen con claridad sobre los pueblos bíblicos cuando éstos (por ejemplo, israelitas, egipcios, sirios) se asocian por su nombre, historia, geografía o ascendencia con los estados-nación modernos (por ejemplo, Israel, Egipto, Siria) y los pueblos que viven bajo la soberanía política de estos estados (judíos, palestinos, árabes, coptos, drusos, armenios, kurdos y muchos más). Dios está cumpliendo sus promesas a todos estos pueblos —tanto judíos como gentiles— a través de la buena noticia de Jesús, el Mesías. En Oriente Próximo y en otros lugares los líderes cristianos deben trabajar para corregir los errores teológicos que proporcionan una justificación ideológica a la violencia injusta contra civiles inocentes o intentan legitimar violaciones del derecho humanitario internacional.
  3. Lamentamos que algunos cristianos hayan buscado en el estado, más que en el evangelio, el medio clave para hacer realidad las intenciones de Dios para el mundo. Esto toma una forma especialmente lamentable cuando se une al nacionalismo —aquí definido como la creencia de que cada estado debería tener una única cultura nacional y ninguna otra— o al etnonacionalismo, la creencia de que cada grupo étnico debería tener su propio estado. Este es un gran mal en nuestro mundo. Lamentamos que muchos cristianos hayan sido tristemente cómplices de él, así como de las pretensiones de supremacía étnica y racial que fomenta. Frente a esto, afirmamos que ningún estado moderno puede pretender ni podrá pretender jamás ser el agente especial del gobierno salvador de Dios.

Nos comprometemos a orar y servir a los pueblos en conflicto en el mundo para que el evangelio de Jesucristo traiga la verdadera paz a todos los pueblos.

  1. Al reunirnos para este histórico congreso en Seúl, nos comprometemos a orar para que la paz y la luz de Cristo reinen sobre la península coreana y su pueblo, divididos por la fuerza en los países políticamente separados de Corea del Norte y Corea del Sur. Esta separación indebida, junto con la muerte y el trauma de millones de civiles, se conoce como la Guerra Olvidada. A pesar del alto el fuego de 1953, el conflicto sigue sin resolverse y la inestabilidad continúa hoy en un círculo vicioso de acercamiento seguido de una escalada de tensiones. No obstante, seguimos orando para que un día Corea y el pueblo coreano sean uno. Recordamos el gran Avivamiento de Pyongyang de 1907 que tuvo lugar entre coreanos en el norte y pedimos que cese la persecución de nuestros hermanos y hermanas cristianos por parte del gobierno de Corea del Norte. Llamamos a la iglesia mundial a que ore para que Dios abra una puerta para la restauración de familias, comunidades e iglesias separadas desde hace mucho tiempo, y para que el evangelio de Jesucristo vuelva a ser proclamado y exhibido con valentía, sin obstáculos ni temor, en Corea del Norte, de modo que toda la península pueda conocer al Señor.
  2. Llamamos a todos los cristianos de todas partes a interceder por quienes enfrentan los horrores de la guerra y el conflicto, a orar por la iglesia perseguida y a trabajar por la paz entre los pueblos y las naciones del mundo. Como los pacificadores de Cristo, debemos construir comunidades cristianas que ejemplifiquen la paz de Cristo y promuevan una cultura de paz como el resultado crucial de nuestra fe en el evangelio y de su proclamación. De este modo, proclamamos y exhibimos a Cristo juntos en un mundo profundamente herido por conflictos.

VII. La tecnología: La innovación acelerada que discernimos y administramos

La tecnología siempre ha estado con nosotros. Sin embargo, la velocidad a la que avanzan todas las tecnologías hoy en día no tiene precedentes. Como siempre, estos rápidos cambios en el potencial y el comportamiento humanos plantean problemas morales y éticos por su impacto en la sociedad y el planeta. Varias innovaciones modernas se prestan a la fusión de humanos con la tecnología o a la creación de entornos inmersivos en los que los humanos pueden quedar sometidos al dominio de la tecnología. Estas potencialidades surgen de áreas como la ingeniería genética, la clonación, la biotecnología, la transferencia mental, los medios digitales, la realidad virtual y la inteligencia artificial. La cosmovisión cristiana informa nuestra respuesta y administración de estos avances tecnológicos. La sabiduría bíblica es vital para que la iglesia pueda discernir y decidir sobre las implicaciones morales y éticas de las tecnologías emergentes mientras abraza y administra el fruto de la creatividad y la innovación humanas dadas por Dios, incluso en formas que aceleran la evangelización y el discipulado.

La capacidad tecnológica refleja la creatividad de los seres humanos creados a imagen de Dios.

  1. «Tecnología» se refiere no solo a las herramientas que ayudan a mejorar la capacidad y productividad humanas, sino también a los conocimientos y procesos de invención e innovación, e incluso a las culturas moldeadas por el desarrollo y el uso de la tecnología. Afirmamos que la innovación tecnológica es una expresión de la imagen de Dios, porque la creatividad humana refleja la creatividad de Dios. Dios creó a los seres humanos para ser tecnológicos, es decir, para dar nueva forma al mundo con el fin de promover el florecimiento humano y cuidar de su creación. Como reflejo de la imagen de Dios, la tecnología forma parte integral del trabajo y las vocaciones en los que el Creador ha llamado a todos los seres humanos a involucrarse. En este sentido, la actividad tecnológica no consiste únicamente en resolver problemas concretos o superar limitaciones humanas, sino, lo que es más importante, en obedecer el mandato de Dios de cuidar de los demás y del mundo, y de glorificar al Creador mediante nuestras capacidades creativas.

El pecado influye negativamente en el uso y desarrollo de la tecnología.

  1. Afirmamos que el pecado influye en todos los aspectos de la actividad humana, así que la influencia del pecado empaña no solo el uso de la tecnología sino, en algunos casos, la innovación misma. Por lo tanto, reconocemos que el desarrollo y el uso de la tecnología pueden obstaculizar el florecimiento humano y el cuidado del mundo natural de maneras que no son inmediatamente obvias. Por esta razón, la innovación tecnológica a menudo da lugar a ansiedades profundas e inquietantes, a una dependencia y un enfoque inapropiados, a una manipulación dañina de temores humanos, a una falsa sensación de seguridad o a manifestaciones deshumanizadoras. Debido a la influencia del pecado, la tecnología a menudo se convierte en idolátrica, por adorar lo creado en lugar del Creador. (Ro 1:25)
  2. Muchas innovaciones recientes han hecho que la tecnología se manifieste mucho más en nuestras vidas, en la sociedad y en la iglesia. Dado que la tecnología tiene la capacidad de convertirse en nuestro entorno inmersivo, nos distrae fácilmente del hecho de que «vivimos, nos movemos y existimos» en Dios. El desarrollo y la aplicación de todas las tecnologías están motivados y moldeados por valores, muchos de los cuales van en contra de la admonición bíblica de centrarnos activamente en lo que es verdadero, noble y digno de alabanza. (Hch 17:28; Fil 4:8)

Los cristianos están llamados a criticar proféticamente y a involucrarse con la tecnología.

  1. Reconocemos que las tecnologías de los medios de comunicación han aumentado la facilidad con la que la gente puede ser engañada. Lamentamos que, en su uso de estas tecnologías, los cristianos no siempre hayan «renunciado a las formas secretas y vergonzosas» o resistido a la tentación de engañar a su público o de distorsionar el mensaje del evangelio para beneficio personal. Por el contrario, los cristianos deben priorizar a las personas y compartir con veracidad sus historias, dando testimonio del poder del evangelio en sus vidas. Es esencial que este uso de los medios y las tecnologías de la comunicación esté respaldado por la veracidad que se encuentra en el evangelio mismo que es compartido. (2Co 4:2)
  2. Reconocemos que muchos cristianos, especialmente los jóvenes, son adictos a los medios sociales y digitales y, de hecho, están siendo «discipulados» por ellos, debido a la cantidad desproporcionada de tiempo que pasan utilizando dichas tecnologías. También reconocemos que, mientras que las tecnologías digitales se han adaptado a menudo para el crecimiento de la iglesia y con fines evangelísticos, los esfuerzos para hacer lo mismo para el discipulado se han quedado atrás. Por lo tanto, hacemos un llamado a todas las iglesias y líderes para que utilicen las tecnologías de la era digital para la formación de discípulos. Hacemos un llamado a la presencia fiel en los espacios digitales, la contextualización fiel a través de dispositivos conectados, la enseñanza fiel de la alfabetización digital, y la práctica fiel de la hospitalidad para formar hábitos de uso saludables.

Los cristianos deben discernir las tecnologías que están motivadas por la idea de que no se debe permitir que ni la naturaleza ni la naturaleza humana limiten la libertad humana.

  1. Hacemos un llamado a los cristianos para que disciernan cuidadosamente las tecnologías genéticas, que se basan en el creciente poder humano para dar nueva forma a los elementos constitutivos mismos de la persona humana física y de la vida, y que suscitan interrogantes muy reales sobre su uso ético y sus implicaciones a largo plazo. El potencial de las terapias genéticas para tratar afecciones médicas complejas es inmenso, pero esta aplicación tecnológica lleva aparejados importantes interrogantes: ¿Estamos reducidos a ser el producto de nuestros genes? ¿Cuáles son las implicaciones de las modificaciones genéticas heredables? ¿Qué proporción de nuestra humanidad está ligada a las combinaciones genéticas y cuáles son las consecuencias si nos alejamos de esto? Todo ello plantea cuestiones éticas adicionales sobre nuestra sumisión a la soberanía de Dios y sobre el acceso a tales tecnologías y su potencial para exacerbar las formas de discriminación existentes.
  2. También llamamos a los cristianos a discernir las tecnologías de inteligencia artificial que nos confrontan de maneras diferentes, pero no menos significativas. El desarrollo de sistemas digitales que parecen razonar, comportarse y actuar de formas que consideraríamos claramente humanas plantea cuestiones sobre la singularidad de la creatividad y la racionalidad humanas. La inteligencia artificial plantea otras cuestiones: ¿Se convertirá en una amenaza existencial para la humanidad y el mundo más amplio? ¿Cuáles serán sus efectos en el ámbito laboral y para el trabajo humano? ¿Y cómo la utilizarán los gobiernos y otros agentes en contextos de vigilancia y seguridad? Al acelerarse la innovación en la inteligencia artificial, llamamos a los cristianos, especialmente a los que trabajan en esta industria, a involucrarse tanto en el desarrollo como en el uso de esta tecnología que honra al Creador y a la condición creada humana promoviendo aplicaciones seguras, equitativas y dignificadoras.

Los cristianos están llamados a administrar fielmente la tecnología.

  1. Llamamos a todos los cristianos a buscar la innovación tecnológica y a utilizarla con amor, justicia y fidelidad, tanto ante Dios como hacia los demás. Reconocemos que la tecnología da forma a los entornos en los que los seres humanos viven, juegan, se relacionan y trabajan, así como al modo en que los cristianos tienen comunión entre sí, oran, leen las Escrituras, crecen en la fe y el carácter, adoran a Dios y comparten el evangelio. Por lo tanto, el desarrollo y el uso cristianos de la tecnología deben buscar el bienestar de nuestros prójimos y enemigos, promover el florecimiento y la dignidad humanos, habiendo fijado nuestros ojos más plenamente en el futuro que nos espera en los cielos nuevos y la tierra nueva. (Mi 6:8; Lc 10:25-37; Gn 9:6; Stg 3:9; Gn 1:31; Ap 21:1-8)
  2. A medida que la tecnología digital se negocia y se adapta en las comunidades eclesiásticas de hoy, vemos prácticas de vida eclesiástica existentes moldeadas por ella, junto con nuevas prácticas eclesiásticas que surgen de ella. Reconociendo que la tecnología digital no es monolítica, la iglesia debe usar su discernimiento para juzgar cuándo, cómo y dónde deben adoptarse las diferentes tecnologías, centrándose siempre en cómo se proclama y honra el evangelio de Jesucristo en su uso. Por lo tanto, hacemos un llamado a los cristianos y a las iglesias para que exploren y adapten las tecnologías digitales para la adoración a Dios, la superación de divisiones, la conformación de una cultura que honre a Cristo y la labor del discipulado cristiano.
  3. Por último, aplaudimos el impulso evangelístico de la iglesia que ha llevado a una creciente adaptación tecnológica y a oportunidades sin precedentes para compartir el evangelio. Nos alegramos de que la tecnología haya extendido el alcance del evangelio a muchas regiones del mundo que antes eran inaccesibles, haya acelerado la labor de traducción de la Biblia y haya facilitado el movimiento y el ministerio del pueblo de Dios en todo el mundo. Oramos para que la fiel administración de la tecnología, motivada por el evangelio, ayude a una nueva generación a seguir a Cristo y dar testimonio de él en nuestro mundo cada vez más tecnológico.[4]

Conclusión

Nos reunimos en Incheon, Corea del Sur, para el Cuarto Congreso de Lausana con un propósito elevado y santo: la misión que nos confió Jesús, el Señor de todos, crucificado y resucitado. En el evangelio, Dios llama a todas las personas de todas partes a apartarse de sus pecados y a recibir el don de una vida nueva mediante el perdón de los pecados. Por medio del evangelio, Dios edifica su iglesia, cumpliendo su propósito de formar un único pueblo santo, compuesto por todos los pueblos, reconciliados con él y entre sí en Cristo. Por el evangelio, nos convertimos en discípulos del Señor Jesús y nos deleitamos en la libertad de vivir bajo su gobierno salvador. Por el evangelio, hacemos discípulos y les enseñamos a obedecer los mandamientos de Cristo. Este es nuestro llamado y nuestra causa. En esta búsqueda, devolvemos gustosamente a Dios lo que él nos ha confiado: nuestros dones, nuestros recursos, nuestra energía, nuestras vidas. Profesamos humildemente que cualquier fruto de nuestro trabajo será un logro de su gracia.

Escuchamos al Señor, que nos habla a través de las Escrituras y nos llama a seguirlo en el camino de la cruz por el poder del Espíritu. Lo oímos llamarnos a vivir nuestras vidas dentro de la historia que culmina en la buena noticia de la muerte y resurrección de Cristo y a dar nuestras vidas para que todos sepan que él es Señor de todos. Con ese fin, lo oímos llamarnos a ser fieles intérpretes de su palabra autorizada. Lo oímos llamarnos a un compromiso renovado con la iglesia local como única manifestación visible de la iglesia de Cristo, el pueblo de los pueblos formado por la fe en Cristo de todos los lugares y tiempos. Lo oímos llamarnos a la fidelidad frente a cuestionamientos nuevos y antiguos a la fe de los apóstoles, transmitida de generación en generación por hombres y mujeres cuyas vidas dieron testimonio de su verdad. Para seguir a Cristo, los seguimos a ellos.

Volvemos a nuestros lugares de servicio en cada rincón del mundo con un compromiso renovado de amar como él nos ha amado, de dejar a un lado la ambición egoísta, de trabajar juntos en la obra del evangelio y de crecer cada día en dependencia de su Espíritu en oración, y en el conocimiento de su voluntad, sus caminos y su palabra. Para que podamos proclamar a una sola voz las excelencias de Aquel que es la única esperanza y luz del mundo. Para que manifestemos con un solo corazón la santidad y el amor de Aquel que se entregó por los pecadores. ¡Para que proclamemos y exhibamos a Cristo juntos!

«Ayúdanos, oh Dios, oramos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Notas finales

  1. Ver el Documento Ocasional de Lausana 74, “‘Do You Understand What You Are Reading?’ Toward a Faithful Evangelical Hermeneutic of Scripture,” https://lausanne.org/occasional-paper/do-you-understand-what-you-are-reading-toward-a-faithful-evangelical-hermeneutic-of-scripture.
  2. Ver el Documento Ocasional de Lausana 77, “A Theology of the Human Person,” https://lausanne.org/occasional-paper/a-theology-of-the-human-person.
  3. Ver el Documento Ocasional de Lausana 75, “The Formation of Disciples for Mission and the Formation of Disciples as Mission,” https://lausanne.org/occasional-paper/the-formation-of-disciples-for-mission-and-the-formation-of-disciples-as-mission.
  4. Ver el Documento Ocasional de Lausana 76, “Christian Faith and Technology,” https://lausanne.org/occasional-paper/christian-faith-and-technology.
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