Desde el jardín del Edén, una sola pregunta recorre toda la experiencia humana: ¿A quién miraré para saciar mi hambre?
“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Mateo 5:6
El 8 de febrero de 2023, Dios visitó la Universidad de Asbury en la pequeña ciudad de Wilmore, Kentucky, de una manera ciertamente única. Como catalizador de oralidad de Lausana que vive en Wilmore, puede imaginarse mi sorpresa y la de mi familia al encontrarnos de repente siendo testigos de una historia mucho más grande de lo que podríamos haber imaginado. Lo que empezó como un típico tiempo de reflexión del miércoles por la mañana en la universidad, con unos diecinueve estudiantes que se quedaban después para orar, se convirtió en un movimiento de Dios hasta tal punto que, en un momento dado, la policía local tuvo que cerrar la carretera principal de entrada a Wilmore debido al enorme tráfico de personas que venían a buscar a Dios. Semejante movimiento de Dios merece una reflexión más profunda, especialmente para aquellos de nosotros que compartimos el corazón de Lausana para que el mundo conozca a Jesucristo.
Características del avivamiento de Asbury
Humildad radical
La primera característica de este avivamiento que me ha impactado ha sido el sincero espíritu de humildad, que he visto reflejado de numerosas maneras estos últimos días. Desde el principio, ha habido un profundo quebrantamiento cuando la gente se ha acercado al altar del auditorio Hughes de Asbury, humillándose ante Dios y ante los demás. Tanto estudiantes universitarios como visitantes de Asbury se han arrodillado ante el viejo altar de madera, confesando sus pecados, declarando su necesidad de Dios, reconociendo sus temores, expresando vergüenza y admitiendo heridas profundas. Mi esposa y yo hemos tenido el privilegio de orar con personas en ese altar, y escuchar su vulnerabilidad ante nosotros, completos extraños, pero también ante Dios, ha sido sobrecogedor y profundamente conmovedor.
Esta humildad también se ha reflejado en los líderes de la Universidad de Asbury. Cuando entré en el auditorio por primera vez, me sentí abrumado por el gran número de personas en la sala que adoraban a Jesús. Uno de mis primeros pensamientos fue que esto podría ser muy ventajoso para Asbury. Podrían beneficiarse de todos estos visitantes y de la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, me sorprendió ver al presidente de la universidad presentándose no con un título o un grado, sino con cierta deferencia: “Me llamo Kevin y tengo el privilegio de trabajar aquí”. Además, numerosos líderes cristianos de alto nivel se ofrecieron para ayudar a dirigir el culto o predicar, pero estas amables propuestas han sido humildemente rechazadas, no porque estos líderes no pudieran ayudar, sino porque la dirección de la Universidad no quería que hubiera confusión. Dios estaba obrando y parecía muy capaz de hacerlo sin la ayuda de ninguna celebridad cristiana. De modo que la actitud en todo momento no ha sido: “¿Cómo podemos torcer esto para los propósitos de Asbury?”, sino más bien: “¿Cómo evitamos tocar la gloria?”.
Hambre de Dios
La segunda característica de este despertar de Dios que he experimentado es un hambre casi insaciable de Dios. He llegado al punto de creer que el avivamiento de Asbury de 2023 es una historia que comenzó con 19 corazones hambrientos pidiendo a Dios que los llenara de él y la extraordinaria realidad de que Dios hizo precisamente eso.
Este tema del hambre es familiar en muchos sentidos, pues forma parte de toda experiencia humana. Si dispusiéramos de más tiempo, podríamos investigar el hambre analizando numerosos pasajes estratégicos de las escrituras, como Mateo 4, Isaías 55, Éxodo 16, Génesis 25 o incluso Génesis 3. Pero lo que es evidente es que, desde el jardín del Edén, una pregunta recorre toda la realidad humana: ¿A quién miraré para saciar mi hambre? La verdad es que todos tenemos hambre de Dios y, como nos recordó Jesús en su experiencia del desierto, el pan sin Dios no sacia. No hay cantidad de pan físico o metafórico, ya sea sexo, reputación, logros, ministerio, familia, dinero, belleza, likes o seguidores que satisfaga el hambre en el corazón humano. La razón es que todas esas hambres, aunque a veces se sientan primarias en nuestro interior más profundo, son en realidad testigos secundarios de un deseo prioritario: el hambre de Dios.
Sostengo que ésta es la única manera en que se puede explicar lo que ha motivado a la gente a hacer lo que ha hecho en estos últimos días. Miles de personas convergieron en un pequeño pueblo remoto en el centro de Kentucky. Una pareja de Chile vendió su vehículo, compró billetes de avión y voló a Lexington, Kentucky, para venir al auditorio de una pequeña universidad. Un célebre jugador de baloncesto con un impresionante anillo en el dedo condujo una hora y media desde Louisville para arrodillarse en el altar ante mil cuatrocientas personas y pedir que Dios purificara su corazón. Un hombre de treinta años condujo diez horas desde Nueva Jersey, ayunando y orando, e incluso mintió sobre su edad para poder colarse en la sesión de “veinticinco y menos” y pedir orientación. Viajaron personas desde lugares tan cercanos como Ohio, Indiana y Tennessee, así como desde otros tan lejanos como Washington, Oregón y Hawái. Esto no es lo que clasificamos como comportamiento normal o típico. Entonces, ¿qué motiva a la gente a buscar a Dios de esta manera? Tienen hambre de Dios.
Es necesario reconocer que, aunque hemos sido testigos de sanidades físicas y aun liberaciones de distintos tipos y hemos alabado a Dios por esto, estas manifestaciones milagrosas del poder de Dios no han sido el centro del avivamiento. Más bien, la norma ha sido un espíritu de arrepentimiento, confesión de pecado y un deseo de abrirse paso hacia Dios. Por lo tanto, en un ambiente así, los temas que han estado en los corazones de las personas han sido cómo ser salvos, el deseo de orar por una entrega total y de romper adicciones a la pornografía, la confesión del abuso de sustancias, el reconocimiento de la falta de perdón, la búsqueda de sanidad del adulterio, el duelo por la infertilidad, distintas preguntas relacionadas con la enfermedad, nombrar la idolatría deportiva y la admisión de celos. Estos son solo el principio de los temas que la gente ha derramado a los pies de Jesús, reconociendo su dolor, sus preguntas, su pecado, su condición rota, su vulnerabilidad, su miedo y su vergüenza.
En medio de tanta hambre, lo que ha sido notable es la fidelidad de Dios para llenar a la gente de sí mismo a través del poder del Espíritu Santo. Tal como Jesús prometió en Mateo 5:6, podemos dar testimonio de que los hambrientos están siendo saciados y los sedientos están siendo satisfechos, con Dios mismo.
Una mentalidad de “venir para ir”
La tercera característica que hemos observado estos días en Asbury ha sido una carga para el mundo. Las naciones han venido a Wilmore. Hombres y mujeres de Chile, Canadá, Sudáfrica, Reino Unido, Nigeria, Brasil, Corea del Sur, Rusia, Noruega, Haití, Myanmar e Israel han venido, todos buscando a Dios. Pero no solo vienen para que Dios se encuentre con ellos: quieren volver a las naciones y piden a Dios que visite también sus países.
Experimenté esta mentalidad de “venir para ir” mientras oraba con personas en el altar una tarde. Un hombre se acercó con una bandera rodeando sus hombros. Le pregunté qué estaba diciendo Dios y me contó que venía de Ciudad de México. Había recorrido cuatro ciudades en avión antes de conseguir un vehículo para conducir a Wilmore. Había traído una bandera mexicana porque quería que Dios se moviera en México. Luego sacó una camiseta blanca con el logotipo de su grupo juvenil y la colocó sobre el altar, diciendo: “Esto representa a los jóvenes de México. ¿Quisiera orar conmigo por los jóvenes de México?”.
Así que Juan y yo nos arrodillamos en el altar del auditorio Hughes y clamamos para que Dios fuera a la nación de México, específicamente para que Dios salvara a los jóvenes de esa nación y ungiera a Juan de una manera especial a su regreso. Fue un momento sagrado y santo. Fue curioso (y definitorio) que Juan había cumplido18 años hace apenas unos tres meses. ¿Qué motiva a un hombre tan joven a pagar el precio de venir a un lugar tan remoto como Wilmore? Vuelvo a sugerir que es hambre de Dios. Vale la pena reiterar que Juan no estaba allí por sí mismo; estaba allí porque Dios le había dado una carga para su nación.
Y aquí creo que está la profunda conexión entre el avivamiento de Asbury y el Movimiento de Lausana. En última instancia, los miembros de Lausana creen que solo el evangelio del Señor Jesucristo satisfará el hambre de todo hombre, mujer y niño en todo el mundo. ¿Por qué estamos tan comprometidos con los cuatro puntos de la visión de Lausana: nuestro deseo de que todos tengan la oportunidad de responder al evangelio, de que haya iglesias evangélicas en todas las comunidades, de que haya pastores semejantes a Cristo y de que el reino tenga influencia en todos los ámbitos de la sociedad?
La razón es que creemos que solo en relación con Jesucristo (y su novia, la iglesia) podemos estar verdaderamente satisfechos. Lausana se aferra a Salmos 145:16 y 19, que dice que solo Dios puede colmar y satisfacer los deseos y el hambre de todo corazón humano. En última instancia, esa es la razón por la que participamos y hacemos trabajo voluntario en viajes y encuentros como Lausana 4 y Seúl 2024. El Movimiento de Lausana existe porque estamos hambrientos de Dios, y le pedimos que colme de sí mismo a los hambrientos de este mundo.
Durante estos días de avivamiento, el auditorio Hughes de Asbury se ha llenado con una variedad de generaciones y etnias como en Lausana, todos postrándose ante el Señor Jesús. Recuerdo el final de las escrituras, donde vemos a representantes de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas postrándose igualmente en adoración a Dios y al Cordero. Curiosamente, al final de la historia, el apóstol Juan se hace eco del ya familiar tema del hambre y la sed:
El Espíritu y la novia dicen: “¡Ven!”; y el que escuche diga: “¡Ven!”. El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.
Tal vez se pregunte: “¿Y qué puedo hacer yo?” o “¿Cómo conseguimos que Dios haga eso por mi comunidad?”.
A esa buena pregunta, yo solo respondería: “Ore por un hambre”.