Resumen ejecutivo

Una teología de la persona humana

28 Jun 2024

Editor's Note

Este es el resumen ejecutivo del Documento Ocasional de Lausana 77, escrito por Daniel Simango, Nathanael Somanathan, Vuyani Sindo, John Varughese y Vhumani Magezi. Acceda al documento ocasional completoaquí.

Este artículo pretende ofrecer una respuesta teológica y bíblica preliminar a la brecha urgente y apropiada que existe en el pensamiento cristiano evangélico y mundial sobre el tema de la persona humana. Las crecientes preocupaciones antropológicas de nuestro tiempo en relación con la naturaleza de los seres humanos, la sexualidad humana, los conflictos raciales y étnicos, y el liderazgo cristiano y su autoridad han hecho necesaria una nueva atención al campo de la antropología en relación con la teología, el compromiso bíblico y la tradición cristiana.

Aunque este documento no pretende abordar directamente todas las confusiones y retos actuales, intenta exponer una comprensión bíblica de la condición de persona. En particular, la comprensión bíblica de la creación que se ha articulado a lo largo de la historia de la iglesia necesita ser reiterada en beneficio de la iglesia en cada generación. Por lo tanto, en lo que sigue, comenzamos con el relato de la creación como punto de partida para esta discusión.

En nuestra búsqueda por comprender lo que significa ser una humanidad colectiva y una persona humana en particular, es muy importante comenzar con el hecho de que los seres humanos son creados a imagen de Dios (Gn 1:26-27). Esta identidad fundamental de la persona humana, descrita como imagen de Dios en las Escrituras, ha sido la base sobre la que la iglesia, a lo largo de los siglos, ha afirmado y defendido la dignidad inherente y los derechos inalienables de las personas humanas. Allí donde la iglesia fracasó al transigir y conspirar para abusar del poder y convertirse en instrumento de opresión, las voces proféticas se hicieron eco de esta doctrina fundamental de que todos los seres humanos han sido creados a «imagen de Dios».

Génesis 1:27 describe la creación de los humanos como varón y mujer a su imagen. Como criaturas de género, Adán y Eva cumplirían su llamado de multiplicarse y llenar la tierra con su naturaleza distinta y única de varón y mujer (Gn 1:28). Los humanos se caracterizan por una dignidad extraordinaria atribuida por igual al hombre y a la mujer para complementarse mutuamente al reinar como vice regentes bajo Dios sobre su creación. El hecho de que fueran creados con la capacidad espiritual de comulgar con Dios marca su dependencia de él para reinar como vice regentes. Este entendimiento de la creación implica que los humanos no son autónomos y no pueden vivir de forma autorreferente, y mucho menos reinar sobre la tierra. 

Lo que vemos en Génesis 3 es la desobediencia de Adán y Eva al mandato de Dios y el hecho de que se pusieran en el lugar de Dios. Es interesante que aparece en juego aquí una retórica de inversión. Adán y Eva se pusieron en el lugar de Dios y no lo escucharon. En lugar de gobernar a la serpiente, fracasan y siguen la guía de la serpiente. Por lo tanto, la tentación implicaba una oferta de semejanza ilegítima con Dios, en la que los seres humanos decidieron por sí mismos lo que era bueno y malo, rechazando así el aspecto relacional de la imagen de Dios, la relación Dios e hijo en la que el hombre y la mujer fueron creados. En resumen, seducidos por la promesa de autonomía y de alcanzar otro tipo de semejanza a Dios, los seres humanos lo desobedecieron, lo que dio lugar a la alienación de Dios (Gn 3:15-19) y a la corrupción de la imagen de Dios en ellos (Gn 3:6).

Los teólogos describen el estado de la naturaleza caída como depravación humana, que afecta centralmente a la relación con Dios pero también, como consecuencia, a las capacidades afectivas, cognitivas y volitivas de los humanos (Gn 6:5), caracterizadas por un corazón errante, una mente oscurecida y una voluntad rebelde, que los deja incapaces de relacionarse con Dios. En resumen, los humanos están privados no solo de la verdad del evangelio, sino también de la condición para recibir la verdad si la encontraran. La humanidad caída necesita desesperadamente redención.

El carácter moral de Abel se presenta en la Biblia como opuesto al de Caín. Es descripto moralmente como Dios, alguien que hace lo que es bueno o correcto. De hecho, Dios le dice: «Si haces lo que es bueno, ¿no será levantado tu rostro?» (Gn 4:7, traducción literal), dando a entender que las acciones de Abel agradan a Dios (Heb 11:4). Abel es aceptado por Dios porque aporta lo mejor de sí como ofrenda a Dios, como indica la descripción general de su ofrenda de la grosura de su rebaño (Gn 4:4a). Dios aprueba la ofrenda de Abel (Gn 4:4b), pero no acepta la ofrenda de Caín. 

La muerte de Abel es un presagio de la redención que trae Cristo. La redención de la humanidad se lleva a cabo mediante la obediencia perfecta y la muerte sacrificial de Jesús. La encarnación presenta la naturaleza humana perfecta, el prototipo a imitar por toda la humanidad. La antropología teológica es fundamentalmente cristológica en su sustancia y forma. Jesús, como el verdadero humano, es a la vez objeto y sujeto de la elección, y el resto de la humanidad solo es elegida por estar en Cristo. Mientras que la obra de la justificación se lleva a cabo mediante la muerte de Cristo en favor de la humanidad, la santificación —un proceso por el que el creyente se transforma en semejante a Cristo— es realizada por el Espíritu Santo. Estar en Cristo conlleva una nueva naturaleza, en la que lo viejo es sustituido por lo nuevo (2Co 5:17), a lo que el apóstol Pablo se refiere como la «nueva creación en Cristo». Este nuevo yo es ontológicamente distinto del viejo, que ha sido muerto (Col 3:5).

La tentación que enfrentaron Adán y Eva implicaba una oferta de semejanza ilegítima a Dios o rivalidad con Dios. Fueron tentados a decidir por sí mismos lo que era bueno y malo, rechazando el aspecto relacional de la imagen de Dios en la que fueron creados. Del mismo modo, en Génesis 3 se describe a Caín como moral y relacionalmente semejante al tentador, mientras que Abel es descripto como moralmente semejante a Dios, lo que indica que es a imagen de Dios. Los acontecimientos de Génesis 4 parecen contradecir la interpretación estrictamente funcional de la imagen de Dios. Vemos a la malvada descendencia de Caín ejerciendo dominio sobre la creación y cumpliendo el mandato de creación de Génesis 1:28.

Por otro lado, los justos, como Abel, que están siendo renovados a imagen de Dios, demuestran poco dominio sobre la creación. La decadencia moral del mundo en Génesis 6 contrasta fuertemente con el estado de la creación original de Dios en Génesis 1, lo que implica que la bondad moral era un aspecto esencial de la buena creación general de Dios. Los hijos de Dios repiten el pecado de Eva al decidir por sí mismos lo que es bueno y malo, rechazando así el aspecto relacional de la imagen de Dios en la que fueron creados, lo que en última instancia conduce a la corrupción moral universal.

A la luz de Génesis 2-8, podemos concluir que la imagen de Dios mencionada en Génesis 1:26-27 es tanto moral como relacional por naturaleza. Implica la semejanza moral de los humanos con Dios, así como una relación paternofilial entre Dios y la humanidad basada en la confianza, la fe, el amor, la dependencia y la obediencia. Sin embargo, cuando fueron tentados y cayeron en el pecado, tanto el aspecto moral como el relacional de la imagen de Dios se corrompieron. Moralmente, la humanidad es como la serpiente, como se ve en el caso de Caín. Relacionalmente, la humanidad es considerada descendiente de la serpiente y esclava del pecado, como ejemplifican Caín y los malvados en general. No obstante, la humanidad también se renueva a imagen de Dios mediante un acto creativo de Dios. Abel, por otra parte, representa la nueva creación de Dios, como un hombre justo y regenerado. Es importante señalar que, a pesar de la corrupción causada por la Caída, la imagen de Dios no quedó totalmente desfigurada, y parte de ella permanece aún en la humanidad.

Jesucristo, que es la verdadera imagen de Dios (Heb 1:3), nació a semejanza de la humanidad (encarnación). A través de Cristo, vemos la encarnación perfecta de la humanidad, como dice Juan 1:14: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. Al tomar forma humana, Cristo llevó la carga de la carne pecaminosa, sacrificándose en última instancia para salvar a la humanidad del pecado. En otras palabras, se hizo hombre para morir por la humanidad. “Por eso era preciso que en todo se pareciera a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y compasivo al servicio de Dios, a fin de obtener el perdón de los pecados del pueblo» (Heb 2:17).

Como hemos visto en nuestro estudio de Génesis, ser creado a imagen de Dios implica una relación de filiación. En el Nuevo Testamento, esta relación paternofilial se ejemplifica entre Dios Padre y Jesucristo (Mt 3:17; Mr 1:11; Lc 2:49; 3:22; 8:28; 9:35; 10:22; Jn 1:18, 34; 3:16-18). Como Hijo de Dios, Jesús disfrutaba de una comunión estrecha y personal con el Padre, especialmente a través de la oración. De hecho, en la oración se dirigía casi exclusivamente a Dios como «Padre» (usando el arameo Abba; cf. Mr 14:36; Mt 26:39, 42), un término de intimidad.

A diferencia de Caín, retratado moralmente como la serpiente, Jesús es retratado moralmente como el Padre. Jesús, como Dios el Padre, es bondadoso y compasivo con los desvalidos, indefensos y necesitados. Como Dios el Padre, Cristo está libre de pecado, lo que contrasta fuertemente con la caída de Adán y Eva en el Jardín del Edén. La falta de pecado de Jesús es un testimonio de su verdadera filiación y semejanza moral con el Padre, así como de su completa sumisión a la voluntad del Padre. En contraste, como hemos visto en nuestro estudio de Génesis, Adán, Eva, Caín y los hijos de Dios pecaron y se rebelaron contra el Señor. No demostraron ser verdaderos hijos de Dios, sino caídos. Moral y relacionalmente, fueron modelados según el tentador en Génesis 3.

Los creyentes son llamados hijos de Dios (Jn 1:12; Ro 8:14; Gá 3:26; Fil 2:15; 1Jn 3:2). Esto es significativo, porque el estudio de Génesis revela que ser creado a imagen de Dios implica la filiación, lo que sugiere que la filiación también puede implicar llevar la imagen de Dios. En esta sección exploraremos cómo la filiación de un creyente se relaciona con los aspectos relacionales y sustantivos de la imagen de Dios.

La imagen de Dios en Génesis 1:26-27 abarca tanto una perspectiva sustantiva como relacional, que implica una semejanza moral con Dios y una relación entre Dios y la humanidad (ver más arriba). Estos dos aspectos de la imagen de Dios también son evidentes en el concepto de semejanza a Cristo. El objetivo último de Dios en el Nuevo Testamento es que los creyentes sean conformados a la imagen de su Hijo, Jesucristo (Ro 8:29-30). Los cristianos están llamados a ser como Cristo y, cuando los creyentes imitan a Cristo, son semejantes a Dios «hasta en los detalles», porque Jesús es Dios y hombre a la vez. En el Nuevo Testamento, la semejanza a Cristo implica la semejanza moral a Dios en los detalles de las acciones humanas. Cristo es nuestro ejemplo en el aspecto relacional de la imagen de Dios, y la semejanza a Cristo consiste en imitar la semejanza moral de Cristo al Padre y su relación de sumisión de filiación al Padre. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Dios no es tentado literalmente a cometer adulterio, asesinar, robar, mentir o codiciar. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Jesucristo (que es a la vez Dios y hombre) es tentado en todo, pero sin pecado (Heb 4:15b).

El plan eterno de Dios es que los creyentes sean conformados a la semejanza de Cristo, la razón por la cual los ha predestinado para este propósito (Ro 8:29). Esta conformidad se produce a través de la santificación, en la que el creyente se va pareciendo cada vez más a Cristo en su carácter y sus acciones, hasta llegar a ser plenamente conformado a su imagen y semejanza.

Relacionalmente, los creyentes están llamados a imitar la relación de sumisión de Cristo al Padre. Aunque Cristo era Dios (Jn 1:14; Col 2:9), se humilló a sí mismo, tomando forma de siervo y haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:6-8). Como seguidores de Cristo, los creyentes son alentados a adoptar la misma actitud o mentalidad de Jesús (Fil 2:5), caracterizada por la humildad y la abnegación hacia Dios y los demás.

Cabe destacar que los principios éticos cristianos han desempeñado un papel notable en la conformación de normas éticas en diversas culturas y sociedades, ya sea a través de incursiones misioneras directas o de procesos indirectos como la secularización de culturas. Las exigencias éticas descritas en las Escrituras no se alcanzan simplemente suprimiendo la propia carne o reforzando la fuerza de voluntad, sino más bien a través del Espíritu Santo, que nos ha sido otorgado (Ro 5:5). El nuevo yo ontológico, según lo trata Pablo, surge de la desaparición del viejo yo y de la entrega a Cristo y a su voluntad divina para nuestras vidas (Gá 2:20). El Espíritu Santo, que está con nosotros y dentro de nosotros (Jn 14:17), nos guía como consejero personal residente en el discernimiento de la voluntad de Dios y nos capacita para seguir las normas que, de otro modo, serían inalcanzables para los humanos. Esto implica que el Espíritu Santo, que reside en nosotros, es capaz de suplantar las inclinaciones pecaminosas y los deseos de la carne con el discernimiento y la ejecución de la voluntad de Dios.

En resumen, empezando por Génesis 1-8, la imagen de Dios tiene una perspectiva tanto sustantiva como relacional: implica una semejanza moral con Dios (ver más arriba) y una relación entre Dios y el hombre como la que existe entre un padre/madre y un hijo (ver más arriba). La función de dominio es una consecuencia y no la esencia de ser a imagen de Dios. Además, la imagen también conlleva una orientación futura, un enfoque teleológico. Como hemos visto antes, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero ser humano y se erige como el perfecto portador de la imagen y el prototipo de la verdadera condición humana. Por mucho que la redención de Cristo consista en recuperar por el Espíritu lo perdido en la Caída, la meta escatológica para la humanidad supera con creces la gloria del Edén (Ef 4:30; Ro 8:18; 2Co 3:18). 

El tema de la imagen de Dios se ve también en el Nuevo Testamento, donde Jesucristo es el Hijo de Dios y la expresión perfecta de la imagen de Dios. Cristo es igual a Dios en esencia. Por su obra en la cruz, los creyentes son adoptados como hijos de Dios y deben ser moralmente como él. Los creyentes están llamados a ser como Cristo. Deben imitar a Cristo en su moralidad y en su sumisión al Padre.