Me he vuelto cada vez más consciente de las preocupaciones sobre la naturaleza y la conveniencia de preparar a los futuros líderes de la iglesia a través de la capacitación teológica “tradicional”.[1] En mi trabajo en el Centro de Estudios de Misión de Oxford (OCMS), he conocido a muchos líderes de iglesias de todo el mundo, y está claro que muchos de ellos están haciendo preguntas similares, especialmente en países donde han estado utilizando un modelo de capacitación teológica básicamente occidental.
Mi propia experiencia profesional ha sido en la educación, que incluye la capacitación de maestros de escuela secundaria en la Universidad de Oxford, donde teníamos preocupaciones similares y reformamos radicalmente nuestra capacitación. Debido a estos paralelismos y mi experiencia en la capacitación de hombres y mujeres maduros y motivados para convertirse en maestros y líderes competentes, tanto a corto como a largo plazo, me atrevo a formular preguntas y hacer sugerencias para la capacitación de futuros líderes de iglesia, en el ministerio y la misión.
Me gustaría estructurar este artículo deliberadamente provocativo[2] en torno a una serie de preguntas fundamentales: ¿para qué? ¿dónde? ¿quienes? ¿qué? ¿cómo? y ¿cuándo?
¿Para qué?
La pregunta «¿para qué?» puede parecer obvia: ¿para qué esperamos que todos los futuros líderes de iglesia reciban un curso de capacitación? ¿Es para prepararlos para el trabajo diario, en los cultos y en el servicio, con la familia de la iglesia y la comunidad local? ¿Es para prepararlos para los problemas prácticos del día a día de la sociedad contemporánea? ¿Es para prepararlos para convertirse en teólogos? ¿Es para ayudarlos a desarrollarse como cristianos creyentes en la Biblia, llenos del Espíritu y maduros? ¿Es para hacerlos aprender muchos hechos o para prepararlos para un aprendizaje continuo y automotivado?
La forma en que respondamos estas preguntas determinará lo que ponemos en nuestros cursos. Mi respuesta sería enfatizar la preparación para los aspectos prácticos de ayudar a las necesidades de personas reales en la sociedad contemporánea.[3]
¿Dónde?
La pregunta “¿dónde?” se centra en el lugar donde debería darse la capacitación: en el seminario teológico o en el “campo”, experimentando situaciones que probablemente encuentren después de la capacitación. Tradicionalmente, gran parte de la capacitación ministerial se ha realizado en “torres de marfil” donde los estudiantes[4] son sacados del mundo real para reflexionar y estudiar en silencio. Cada vez más se reconocen las ventajas de trabajar en el campo desde las primeras etapas.
Mi preferencia sería por ambos, vinculando las reflexiones reflexivas en el ámbito académico con la experiencia práctica en el campo. De esta forma nos aseguramos de que los aspectos académicos, teóricos y teológicos de la capacitación siempre estén trabajando en colaboración con la práctica y estén supeditados a ella. Además, cuando estén involucradas ambos lugares, que sea en forma concurrente, no consecutiva, para que los estudiantes puedan reflexionar continuamente sobre su práctica.
¿Quienes?
La pregunta “¿quiénes?” se refiere principalmente a las personas que proveen la enseñanza o el mentoreo a los estudiantes. Tradicionalmente, gran parte, o incluso la mayor parte, de la enseñanza ha sido realizada por académicos capacitados teológicamente, a menudo con poca experiencia de los ministerios para los cuales los estudiantes se están preparando. Los practicantes en las iglesias y en los campos misioneros son excelentes maestros y mentores para los estudiantes, quienes pueden relacionarse mucho más con ellos a través de sus experiencias y compromisos comunes.
Creo que estos practicantes tienen un papel central, incluso de liderazgo, en la preparación de futuros líderes de la iglesia. De nuevo, es necesario que haya una colaboración entre el académico y el practicante en la planificación, así como en la enseñanza del curso, con objetivos comunes acordados.
¿Qué?
Esto nos lleva a la pregunta “¿qué?”: ¿qué se debe incluir en el plan de estudios del curso? Esa pregunta no debe abordarse hasta que se hayan resuelto las preguntas anteriores sobre el propósito del curso y las colaboraciones involucradas. En el campo de la educación, aclaramos nuestro pensamiento distinguiendo el conocimiento, las habilidades y las actitudes requeridas de un maestro; y esta clasificación también es útil para la capacitación ministerial:
Conocimiento
El conocimiento requerido requeriría algo de teología basada en la Biblia, pero sospecho que no tanto como se incluye en muchos cursos. Sin una teología sólida, un error grave (como el evangelio de la prosperidad) puede extenderse por toda la iglesia. Sin embargo, deben hacerse preguntas serias sobre gran parte del plan de estudios existente en las universidades teológicas.
¿Es realmente necesario saber tanta teología, historia de la iglesia o hebreo del Antiguo Testamento, etc. para ser un buen ministro de la iglesia o misionero? ¿Sería más apropiado saber más sobre los problemas de la sociedad contemporánea, como cuestiones de género, justicia, explotación, etc.? ¿Sería útil contar con alguna teoría básica sobre sociología y psicología para ayudar a comprender las relaciones humanas involucradas en las iglesias?
Habilidades
Las habilidades involucradas en el ministerio también deben detallarse: habilidades de predicación, habilidades para trabajar con jóvenes y ancianos, habilidades para administrar los asuntos de la iglesia, habilidades para ayudar a las personas necesitadas y dolientes, para manejar relaciones difíciles, habilidades de aliento e inspiración, etc.
Actitudes
También es necesario, en el ministerio y la misión, sobre todo, garantizar que los futuros ministros tengan las actitudes apropiadas hacia Dios, hacia ellos mismos y hacia los demás. Estos aspectos tan importantes del liderazgo cristiano no se pueden enseñar fácilmente, sino que se desarrollarán mediante el plan de estudios oculto de la institución y el mentoreo uno a uno a través del personal de la institución.
Relacionado con lo que se enseña está la cuestión de cómo se evaluará lo que se enseña (y los estudiantes) al final del curso. Si la única evaluación es por examen escrito de fin de curso, inevitablemente predominarán los aspectos de conocimiento del plan de estudios. Ambas partes de la colaboración entre académicos y practicantes deben estar de acuerdo en cuanto al conocimiento, las habilidades y las actitudes requeridas y, a su vez, quiénes evaluarán qué cosas, y cómo lo harán.
¿Cómo?
La pregunta «¿cómo?» se relaciona con la forma en que los estudiantes aprenden en la realidad y, por lo tanto, la mejor forma de realizar la enseñanza. La mayoría de los estudiantes que se capacitan para el ministerio son cristianos maduros, automotivados y comprometidos, que ya han aprendido mucho a través de la experiencia y son capaces de aprender más a través de la evaluación de su propia práctica, con un mentor empático. El modelo del practicante reflexivo es apropiado para un aprendizaje profundo.
Pocos estudiantes —y sospecho que pocos de nosotros— aprenden mucho de asistir a una conferencia “experta” durante una hora y de hacer, aprender y regurgitar fielmente las notas. Sin embargo, esta práctica de “enseñanza” no es desconocida en muchas universidades teológicas. Construyamos sobre el principio de “aprender haciendo, con reflexión”.
¿Cuándo?
Al hacer la pregunta «¿cuándo?», solo quiero enfatizar que el ministro no ha aprendido todo lo que se necesita cuando completa la capacitación inicial formal. El proceso de aprendizaje será, o ciertamente debería ser, un proceso continuo durante todo el período de ministerio o misión. En gran medida, esto será un proceso autodirigido, pero el papel de un mentor a lo largo de la vida laboral es invaluable. Si dichos mentores también han participado en la capacitación inicial, el desarrollo será aún más útil y puede ser un proceso de dos vías. Los estudiantes y los practicantes a menudo aprenden más unos de otros que de sus “maestros”; y las sesiones de seguimiento estructuradas después de la capacitación pueden continuar este proceso.
Recomendaciones
¿Cuáles son, entonces, los principios rectores que recomendaría a partir de mi experiencia en la capacitación de maestros?
La capacitación debe ser una colaboración genuina entre los académicos en las instituciones de capacitación y los practicantes, los ministros en las iglesias o los misioneros en el campo. La planificación, la enseñanza, el mentoreo y la evaluación deben compartirse.
La capacitación debe estar basada en la práctica, realizada en gran parte en las iglesias o en el campo misionero, siempre que sea posible, con el trabajo basado en el seminario y el trabajo basado en el campo funcionando de manera concurrente y no consecutiva. De esta manera, la práctica puede estar continuamente respaldada por la teoría y la reflexión.
La teoría y la teología deben estar integradas a la práctica: los criterios para seleccionar los aspectos teóricos del curso deben tener en cuenta si realmente se relacionan con la práctica del ministerio y la benefician.
Se debe hacer un análisis claro, que debe ser explicitado, en cuanto a qué conocimiento, qué habilidades y qué actitudes se requieren para completar con éxito el curso; y el proceso de evaluación al final del curso debe reflejar estos conocimientos, habilidades y actitudes.
La capacitación inicial debe estar vinculada a los aspectos de la capacitación en el servicio, con apoyo de seguimiento de mentores sobre la base de los mismos principios.
El camino de los líderes de iglesia, ministros y misioneros es continuo, y es espiritual y personal, con la fe cristiana y la relación del individuo con Dios en su centro. Se deben dar oportunidades en la capacitación y en la práctica para fomentar y fortalecer esto, tanto a través de actividades explícitas como a través del ejemplo y el “plan de estudios oculto” de las instituciones de capacitación.
Mientras escribo esto, soy consciente de que muchas personas, mucho más experimentadas y expertas que yo, ya están experimentando con el desarrollo de la mejor manera de capacitar líderes para la iglesia. También soy consciente de que el trabajo del ministerio en las iglesias reales en la sociedad contemporánea es extremadamente difícil. Solía pensar que el trabajo de un maestro de escuela era el más difícil, hasta que consideré el trabajo de los líderes en la iglesia. Espero que estas sugerencias provocativas desde un contexto diferente pero paralelo puedan estimular una discusión constructiva.
Notas
- Nota del editor: Ver el artículo de Ashish Chrispal “Restaurar la visión misional en la educación teológica: la necesidad de una formación pastoral transformadora en el mundo mayoritario” en este número del Análisis Mundial de Lausana.
- He escrito un documento más completo sobre esto. Ver Transformation, 2016, Vol 33(4) 249-261. Woolnough, B E (2016), Purpose, Partnership, and Integration: Insights from Teacher Education for Ministerial/Mission Training.
- Nota del editor: Ver el artículo de Ramesh Richard “Training of Pastors”, en el número de septiembre de 2015 de Lausanne Global Analysis https://lausanne.org/content/lga/2015-09/training-of-pastors.
- Soy consciente de que la palabra “estudiante” es insatisfactoria para describir a la típica personas cristiana, madura y experimentada, que realiza esta capacitación. Espero que los lectores me perdonen por usar este término en aras de la simplicidad a lo largo del artículo.