Sin duda el “evangelio de la prosperidad” es fabuloso, precisamente en los términos con los que la Palabra de Dios nos advierte de la multiplicación de falsas enseñanzas.
Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor ’. Ese es el título de una popular canción de los años 60, que resume certeramente el anhelo del corazón humano: la estabilidad física, económica y emocional, tres áreas generalmente aceptadas como la mejor escala para medir la satisfacción de nuestra existencia.
El llamado evangelio de la prosperidad apela a ese mismo sueño, al proclamar que todos los creyentes tienen el derecho a las bendiciones de la salud y la riqueza, y obtenerlo solo depende del convencimiento en su reclamación (las llamadas ‘confesiones positivas de fe’) y de la oportuna entrega de donativos como inversión espiritual (lo que denominan ‘siembra de semillas’)
Parece evidente que un mensaje así, que promete la bendición divina en la salud y la riqueza, será fácilmente recibido en entornos sociales de necesidad. Pero lo cierto es que ese evangelio de la prosperidad ha trascendido condiciones sociales, entornos culturales, áreas geográficas y grupos denominacionales. Ya sea porque siempre existe un ‘tercer mundo’ en medio de los países llamados del ‘primer mundo’, por el desmoronamiento económico occidental, o porque apelar a esos objetivos alimenta el sueño natural de todo ser humano, lo cierto es que el evangelio de la prosperidad está ganando terreno en medio de las iglesias evangélicas.
Pero veamos algunos de los argumentos centrales de quienes lo predican, y confrontemos bíblicamente tales enseñanzas:
¿LOS CRISTIANOS HEMOS SIDO LLAMADOS A SER RICOS EN ESTE MUNDO?
Usando la parábola del sembrador, donde se nos dice que la semilla que cayó en buena tierra ‘ llevó fruto a ciento por uno ’, se afirma que esto debe entenderse en términos de rendimiento económico-financiero en la vida de los creyentes.
El uso de la parábola es descaradamente interesado, burdamente manipulador y claramente sacado de contexto, porque se ignora la explicación que el propio Jesús facilitó al final de la misma: ‘ éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia ’.
No hay duda que ese fruto tiene relación directa con la propia palabra oída, en cuanto a la transformación integral del carácter y visión de la persona, y nada que ver con rendimientos económicos
¿LA RIQUEZA ES SIEMPRE UNA DENDICIÓN DE DIOS?
Sin duda la Biblia nos muestra multitud de ejemplos de personas, a las que la soberanía de Dios quiso rodear de riquezas. Pero también está plagada de instrucciones que nos indican claramente que el propósito final del Evangelio no es producir ese resultado: ‘ no os hagáis tesoros en la tierra ’ (Mt 6:19); ‘ raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe ’ (1Tim 6:10); ‘ que no pongan la esperanza en las riquezas ’ (1Tim 6:17)…
Por otra parte, afirmar que la bendición de Dios se manifiesta siempre por medio de la riqueza material, es negar los ejemplos bíblicos de aquellos que no la alcanzaron, pero que sin duda son paradigmas de vidas bendecidas por Dios. Casos como Moisés (que precisamente tuvo que abandonar todas sus riquezas para alcanzar una incomparable bendición), Elías, Juan el Bautista o la totalidad de los apóstoles.
Y no podemos olvidar al propio Señor Jesucristo, quien, encarnando al hombre perfecto, optó precisamente por una vida de pobreza (‘ por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico ’ 2Co 8:9). Desde la perspectiva del evangelio de la prosperidad , tendríamos que deducir que a Jesús de Nazaret le faltó fe, y por ello no alcanzó toda la bendición de Dios a la que tenía derecho (?).
El evangelio de la prosperidad afirma que la salud espiritual se manifiesta en términos de bienestar material, como una consecuencia natural. Pero eso se opone a situaciones personales que vemos en la Biblia, en las que se exalta una genuina sintonía espiritual, sin ningún enriquecimiento consecuente.
Jesús alabó la integridad espiritual de aquella sencilla viuda que ofrendó un par de monedas, sin que sepamos que su humilde condición fuese modificada (Mc 12:41-44). La fortaleza espiritual de Ana, madre del profeta Samuel, no produjo efectos materiales en la vida familiar. La fe de la viuda que hospedó a Elías le permitió ver el cuidado en la justa provisión de Dios, y el poder divino que resucitó a su hijo, pero nada se nos dice sobre cambio alguno en la justeza de sus recursos..
Y es que ese énfasis en la riqueza material como bendición divina casi automática, olvida que la Biblia enseña y denuncia que la riqueza muchas veces se obtiene por medio de la opresión, el engaño o la corrupción. Recordemos que el propio Dios, legislando directamente para su pueblo escogido, estableció claros límites a la usura, la especulación, la acaparación y el enriquecimiento a costa de las necesidades de otros.
¿LA ENFERMEDAD ES SIEMPRE SEÑAL DE MALDICIÓN DE DIOS O DE FALTA DE FE?
De nuevo simplificando y descontextualizando la narración bíblica, el evangelio de la prosperidad proclama que las curaciones y sanidades que vemos en los evangelios, son la demostración de que un cristiano puede esperar la salud como bendición de Dios. De tal modo, dicen, que la enfermedad denota una falta de fe de quien la padece, o la existencia de pecado bajo la maldición de Dios.
La historia de Job nos acerca exactamente a ese equivocado planteamiento: “Si has perdido tu familia, tus bienes y tu salud –vienen a decirle sus tres amigos- indaga sobre el pecado que te ha llevado a ello, y confiésalo”. Pero ninguno consideró la posibilidad de la integridad de Job. Algo que nosotros podemos afirmar, porque contemplamos la totalidad de la narración, en la que Dios nos ha querido desvelar algo de la realidad de las esferas celestiales, donde Dios mismo proclama su valoración sobre Job: ‘ no hay otro como él en la tierra, varón perfecto, recto, temeroso de Dios y apartado del mal’ .
También llama nuestra atención el caso del apóstol Pablo, al que no podríamos acusar de fe escasa, ni le señalaríamos bajo la maldición divina. Pero su ejemplar consagración al servicio de quien le salió al encuentro, y aún su persistencia en la oración, no le reportaron finalmente alivio a una enfermedad. Tan solo obtuvo como respuesta aquel ‘ bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en tu debilidad ’ (2Co 12:8-9)
No podemos negar que el poder del Espíritu Santo puede obrar sin limitación alguna, pues Dios no está sometido a los condicionantes físicos que a nosotros nos sujetan. Ese mismo poder que se ha manifestado a lo largo de la Historia, sigue siendo capaz de desatarse bajo la soberanía de Dios. Él puede sanar enfermos y aún resucitar muertos, y muchos de nosotros podemos dar fe de la realidad de actuaciones milagrosas de Dios en medio nuestro. Pero no existe base bíblica para afirmar que todo aquel que crea puede esperar y reclamar la sanación de forma automática.
Porque la Biblia nos habla de la normal convivencia del hombre (también del regenerado) con la enfermedad, como un testigo permanente de los efectos destructores del pecado en nuestra naturaleza humana. Vemos que Dios usó la enfermedad como instrumento para llevar la bendición del evangelio a Galacia (‘ a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio ’Gá 4:13). Y vemos como el propio Pablo entiende con normalidad la enfermedad en la existencia de Timoteo, al que no exhorta al arrepentimiento, la confesión o la asistencia a un culto de sanidades, sino que le recomienda usar ‘ un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades ’ (1Tim 5:23)
NECESIDAD DE UNA GENUINA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO
Sin duda el evangelio de la prosperidad es fabuloso, precisamente en los términos con los que la Palabra de Dios nos advierte de la multiplicación de falsas enseñanzas:‘ vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que aun teniendo comezón de oír se amontonarán maestros conforme a sus propios deseos, y apartarán de la verdad sus oídos y se volverán a las fábulas ’ (2Tim 4:3-4). Frente a ello el propio Pablo nos deja la única receta aplicable: ‘ predicar la Palabra; instar a tiempo y fuera de tiempo; redargüir, reprender, exhortar con toda paciencia y doctrina ’ (2Tim 4:2)
Como iglesia de Dios debemos redoblar nuestra combativa vigilancia de tan nefastas y antibíblicas enseñanzas.
Porque su mensaje propugna una visión mercantilista de Dios, convirtiéndole en aquel que tiene que bendecirme en respuesta a mi fidelidad y esfuerzos. Porque reduce el poder de Dios a la manipulación de las técnicas humanas.
Porque presenta una visión marcadamente terrenal de la existencia, minimizando el drama espiritual del ser humano como consecuencia del pecado.
Porque trata de forma inmisericorde a quienes sufren situaciones de pobreza o necesidad.
Porque con mucha frecuencia su proclamación se acompaña con el enriquecimiento personal de los predicadores o sus organizaciones.
Porque –en resumen- es un falso evangelio que solo sirve para alejar del genuino Evangelio del arrepentimiento.
Como pueblo de Dios hemos también de revisar la necesidad de una mayor sencillez en nuestro estilo de vida, mostrando auténtica compasión por todos los que sufren, a los que deberíamos llevar el consuelo de la intercesión, junto a nuestro compromiso activo en favor de la liberación duradera de la pobreza.
Porque esta sociedad necesita escuchar el mensaje de salvación eterna de aquel que se hizo pobre siendo rico, para que con su pobreza podamos ser enriquecidos… Pero ese mensaje debe encarnarse en nosotros mismos, estando dispuestos a empobrecer en nuestra riqueza, para que otros sean también enriquecidos.