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V (2) Andar en amor, rechazando la idolatría de la sexualidad desordenada

José Luis Navajo 02 May 2013

El pecado sexual se cultiva en los recovecos de lo oculto, en los dobleces de una moralidad infectada por la falta de integridad y transparencia.

“O eres íntegro, o no eres en absoluto”, reza el terminante dicho de autoría desconocida –al menos para mí.

Será bueno recordar que  íntegro  no significa  perfecto, sino  sin doblez. Lo contrario de  integridad  no es  imperfección, sino  duplicidad. Una persona íntegra es, por tanto, aquella que no tiene doble fondo, ni diferentes “trajes”, según la ocasión, sino que es coherente. Cometerá fallos, como cualquiera, pero tendrá la honestidad de reconocerlos, levantarse, rectificar y seguir adelante. Integridad es entonces transparencia y coherencia.

¿Qué tiene que ver este asunto con el tema que señala el enunciado de este artículo? Créanme que mucho.

El pecado sexual se cultiva en los recovecos de lo oculto, en los dobleces de una moralidad infectada por la falta de integridad y transparencia. Es tan pecado –ni más ni menos- como cualquier otro, pero prefiere las sombras y los rincones apartados de la luz para su práctica. Es un fruto amargo que florece bajo la luz de la luna.

El pecado sexual, en cualquiera de sus formas (pornografía, fornicación, promiscuidad, adulterio…) odia la luz porque es barrido y fulminado por ella.

¿Cómo podemos combatirlo? 

Usando a su más feroz enemigo: Mediante una inundación de luminiscencia. Cataratas de luz y fosforescencia en todas las formas posibles, como por ejemplo:

· La luz que proporciona la conversación franca y sincera sobre la sexualidad, dentro de las iglesias. La sexualidad es un tema que puede ser abordado –debe ser abordado-, con tanta claridad como respeto y elegancia. La belleza de la sexualidad ordenada y los riesgos y el demostrado fracaso de la práctica sexual desordenada pueden ser tratados en conversaciones directas y clarificadoras.

· El resplandor que surge de la enseñanza de estos temas por parte de los pastores. No es tema que deba ser vetado del púlpito de las iglesias. La sexualidad es bendecida por Dios dentro de los parámetros diseñados por Él. Conocerlos nos ayudará a respetarlos, y respetarlos, nos ayudará a disfrutarlos.

· La poderosa luminosidad que proviene del ejemplo. Personas que, sin dejar de ser mensajeros, se convierten ellas mismas en el mensaje, mediante un verdadero ejemplo de fidelidad matrimonial y respeto a los votos realizados a su cónyuge. Si bien es cierto que hay un altísimo índice de infidelidad, aun dentro de los círculos evangélicos, no lo es menos que por cada uno que cae hay miles que se mantienen; por cada voto roto hay miles de hombres y mujeres que permanecen limpios y pueden mirar a los ojos de su cónyuge con la luminosidad de quien ha respetado y piensa seguir haciéndolo, el voto de fidelidad.

Todo lo mencionado hasta aquí, no está reñido, en absoluto, con una actitud de comprensión y perdón para quienes habiendo fallado en el pasado, quieren recomenzar y situarse en una nueva línea de salida.

Creemos en un Dios que ofrece una mano tendida y una nueva oportunidad.
Creemos que frente a un mar de culpabilidad, Él extiende cien océanos de gracia.
Creemos que nuestro pasado no tiene, obligatoriamente, que condicionar nuestro futuro.
Creemos que Dios es tan absolutamente justicia como absolutamente misericordia.
Creemos que el arrepentimiento sincero es un peldaño que nos alza a una posición de perdón y justificación.

Y porque lo creemos debemos proyectarlo, y proyectándolo nos enfocaremos en restaurar al que cayó y en atenuar las consecuencias que el pecado lleva inevitablemente aparejadas.

El SIDA-VIH es una de esas consecuencias. Promiscuidad, múltiples parejas sexuales y otras prácticas fuera del orden de Dios han dado a luz esa epidemia –por demás está decir que son varias las causas de infestación y no todas ellas llevan inherente la práctica de pecado-. En consecuencia hay millones de personas que lo sufren, y miles de ellas en las iglesias. Montones de niños que viven las consecuencias y demasiados cientos de hogares castigados por esa lacra.

La iglesia tiene la posibilidad y el deber de hacer algo. Podríamos destacar:

· Tender la mano al afectado, emulando el espíritu con el que Cristo impregnó su ministerio, siendo siempre un ejemplo de apoyo al desvalido y de cercanía con el rechazado. Se especializó en tocar al intocable y posar su mano sobre el hombro desamparado.
· Repudiar y en la medida de lo posible neutralizar, toda iniciativa discriminatoria o denigrante contra aquellos que sufren el VIH.
· Ser portavoces, y sobre todo ejemplos vivientes, de la necesaria fidelidad matrimonial. Volveré a insistir en que los púlpitos de las iglesias deben chorrear enseñanza clara y bíblica donde se predique todo el consejo de Dios, incluyendo temas tan prácticos como el que nos ocupa. Sé que nuestra prioridad máxima debe estar en enseñar el camino al cielo, pero no debemos olvidar mostrar también cómo vivir en la tierra.
· Tender puentes de misericordia para los que viven en pecado y sufren las consecuencias. Acercarles Cristo, enseñarles, guiarles al arrepentimiento, restaurarles y lanzarles de nuevo al mundo como mensajeros, y sobre todo, como mensajes vivientes del poder restaurador del Espíritu Santo.

Estoy convencido de que estas iniciativas tendrán el respaldo de Dios y dejarán huellas indelebles en la sociedad.

El mundo lleva veinte siglos escuchando el Evangelio, lo que ahora necesita es ver el Evangelio… Sin dejar de escucharlo, por supuesto. Se necesitan mensajeros de Cristo que sean también mensajes… cartas vivientes leídas por todos los hombres.

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