En estos albores del siglo XXI, en el que las sociedades occidentales- autoerigidas como baluartes de las libertades tanto individuales como colectivas- se debaten entre la búsqueda de una vida sin espiritualidad o bien de una espiritualidad no definida por valores previamente dados, no deja sin embargo de resonar con cierta urgencia el “bienaventurados los pacificadores” en todas las formas posibles.
Esta es quizá la demanda más clara que aún se hace al mundo religioso, sea cual sea la forma en que se haga y la cosmovisión que la formule. No se entiende una iglesia o un creyente que no busque la paz. Su dejación escandaliza en grado sumo. La paz por lo tanto no es una opción, sino un imperativo, para el cristianismo de este siglo. Así se recoge en el Compromiso de Ciudad del Cabo. Un mandato éste que el documento coloca junto al de la participación social y al de la transformación ética.
Tratar de encarnar el llamado de Ciudad del Cabo a ser pacificadores en nuestro país exige empezar, como bien hace el Compromiso, hablando de reconciliación. Y ahí la sociedad española suspende.
España es una sociedad no reconciliada, y este hecho fundamental la incapacita para el bien común.
LA SOCIEDAD ESPAÑOLA
La fractura social e ideológica, que culminó primero en una guerra civil fratricida y después en 40 años de dictadura, sigue a pesar de los más de 30 años de democracia sin haber sanado. Este sustrato de falta de reconciliación aflora en cada situación de conflicto: en cada proceso electoral, en las opuestas reivindicaciones en torno a la cuestión de la memoria histórica, en el eterno debate sobre educación, en las tertulias de los medios de comunicación, en las rencillas de los pueblos, pero sobre todo aflora sin medida en el debate político y en la adopción de medidas legislativas. La principal consecuencia de esta no reconciliación es la incapacidad para pensar en el bien común y pergeñar su diseño. El Otro ideológico sigue siendo de alguna forma el enemigo a batir, lo que evita cualquier pacto permanente, por apremiante que sea la gravedad de la situación.
Ello hace imposible un trazado político que ayude buscar soluciones conjuntas y efectivas a la crisis económica, un acuerdo en torno a una educación que defienda un modelo basado en el ser humano y en la igualdad de oportunidades; un convenio en relación con el modelo de Estado; un consentimiento mutuo que ampare a todas las víctimas de todo tipo de terrorismo en nuestro país -y una hoja de ruta consensuada y pacificadora para acabar definitivamente con él; un concierto en torno a la inmigración digno de una sociedad históricamente emigrante; un compromiso compartido que dé futuro a toda una generación de jóvenes que ya se ha definido como la generación perdida.
La reconciliación es la clave del evangelio: el mismo Dios muere en una cruz para reconciliar al mundo; asume Él mismo el castigo del enemigo, y desautoriza al hacerlo cualquier actitud que implique la muerte del Otro en cualquiera de sus formas. Reconciliados con Dios, reconciliados con nosotros mismos, reconciliados con el Otro ¿Cómo es por lo tanto la Iglesia que mana de esa invitación hecha carne? Una Iglesia reconciliada, que trabaja unida como agente comprometido con la reconciliación en cualquier situación de conflicto. ¿Cuál será por tanto la clave del testimonio cristiano en España en estos albores del siglo XXI? Una Iglesia experta en reconciliación, que ha experimentado en propia carne las dificultades del reconocimiento, del perdón y del abrazo, y las ha vencido, y es por lo tanto vivo ejemplo de pensar en el bien común.
LOS CRISTIANOS EN ESPAÑA
Sin embargo, ¿es ésta la experiencia que proyecta el cristianismo en nuestro país? Claramente no. La reconciliación está presente con intensidad en el ámbito de la pastoral privada, pero es una exigencia que no va mucho más allá del ámbito local o denominacional. Son más escasos, por el contrario, los gestos de la iglesia de reconciliación efectiva en el ámbito público, capacitadores para el bien común y que puedan servir de ejemplo en los ámbitos socio-políticos. Faltan actos relevantes y declaraciones concretas reconcilantes en muchas de las situaciones sociales y políticas descritas más arriba. Dicho de otro modo, tenemos la formación teórico-práctica, pero nos faltan las prácticas profesionalizantes.
Es urgente volver al espíritu que impulsó a Nehemías: Lejos de reprochar qué facción del pueblo de Dios había provocado la ruina de Jerusalén, asumió la situación de crisis como propia y se comprometió con ella de una nueva manera. El estilo de vida bíblico incluye la justicia, la compasión, la humildad, la integridad, la generosidad, la búsqueda de la paz, entre otros.
Nuestra actuación en los presentes retos sociopolíticos debe pasar de manera prioritaria y como un primer paso ineludible por un ejercicio interno de reconciliación, por un hacerse cargo común de la percepción distorsionada del mensaje cristiano que nuestra sociedad española ha recibido, y por una voluntad conjunta de rectificación. Este proceso de perdón y reconciliación nos capacitará, tal y como propone el Compromiso “para la expresión pública de un amor al prójimo y un respeto hacia las personas e instituciones, cuales quiera que sea su credo o ideología, incluso extendido a quienes nos odian, calumnian o persiguen; nos hará responder a la violencia con bondad, misericordia y compasión”; y nos acreditará como interlocutores válidos y deseados.
De esta manera romperemos las cadenas del mal que aprisionan nuestro futuro común como sociedad y abriremos las puertas a un derramamiento creativo que contribuya a la resolución de los retos planteados a través de un perdón de dimensión nacional, de una reparación capaz de cerrar heridas, de una sabiduría mayor que nos haga una sociedad más justa y de un consenso que garantice la sostenibilidad de cada ser humano en todos los ámbitos.
ACCIONES A TOMAR
Reconciliados, podremos actuar con pertinencia sociopolítica espiritual a través entre otras de las siguientes acciones:
a) la identificación de toda iniciativa de reconciliación en marcha en nuestro país y del compromiso con ella en la medida de nuestras posibilidades;
b) la no colaboración con todo tipo de discurso en cuyos presupuestos no subyazca la reconciliación y la búsqueda de un futuro de bien común que integre a todas las partes implicadas;
c) la propuesta creativa de espacios neutrales de diálogo donde partes en conflicto se puedan sentar a discutir con garantías de respeto y la confianza de que se busca un bien común.
La llamada a procurar la paz en la ciudad , dice Ciudad del Cabo, obedece a que “reflejamos el carácter del Dios Padre (…) así Éste recibe alabanza y gloria”. Tal es el compromiso que debiera estar en la agenda de la Iglesia española a no más tardar: una paz entendida como expresión del amor de Dios por el mundo y por todos los pueblos. Esta es la misión.