Nota del editor: El presente Texto Previo para Ciudad del Cabo 2010 fue escrito por Nigel Cameron y John Wyatt como una reseña del tema a debatirse en la sesión Multiplex sobre “La ética, las tecnologías emergentes y el futuro humano”. Los comentarios a este texto realizados a través de la Conversación Global de Lausana serán remitidos al autor y a otras personas para ayudar a dar forma a su presentación final en el Congreso.
¿Qué significa ser un humano? El pensamiento tradicional siempre ha hecho una clara distinción entre seres “naturales”, derivados del orden natural, y los “artefactos”, producto de la inventiva y la fabricación humanas. Durante muchos siglos, la encarnación de nuestra naturaleza humana fue la última frontera del orden natural. Aunque los seres humanos podían modificar e instrumentalizar cada aspecto de su ambiente, no podían escapar a los “límites preestablecidos” de su condición humana.
Sin embargo, el veloz desarrollo de las tecnologías emergentes está a punto de crear un ataque nuevo y profundamente perturbador contra la identidad humana en el siglo 21. Este ataque va dirigido al corazón mismo de nuestra antropología: se centra en la relación fundamental entre nuestros artefactos y nuestra propia naturaleza, entre nuestras capacidades para manipular y nosotros mismos. Fue este reconocimiento lo que llevó a C.S. Lewis, allá durante los oscuros días de 1943, a escribir su ensayo profético sobre “La abolición del hombre”, quizá la declaración más aguda alguna vez realizada respecto de la más grande de las cuestiones que enfrentaremos en el siglo 21. La importancia fundamental de la creencia en cuanto a que somos creados a imagen de Dios es está a punto de ser puesta a prueba como nunca antes.
El punto de vista de Lewis era que mientras la tecnología parecía extender la capacidad humana para controlar y someter la naturaleza, “lo que llamamos el poder del hombre sobre la naturaleza resulta ser un poder ejercido por algunos hombres sobre otros hombres con la naturaleza como su instrumento”. No puede haber un “incremento del poder que favorezca al hombre. Cada nuevo poder adquirido por el hombre es también un poder sobre el hombre. Cada nuevo avance lo hace más débil al mismo tiempo que más fuerte. En cada victoria, además de ser el general triunfador victorioso es un prisionero que va detrás del carro triunfal. […] La naturaleza humana será la última parte de la naturaleza en someterse al hombre. Podremos […] de allí en adelante hacer de nuestra especie lo que queramos que sea. La batalla por cierto será ganada; ¿pero quién, exactamente, será el ganador? […] La conquista final por parte del hombre ha demostrado ser la abolición del hombre”.
En otras palabras, al apropiarnos del poder para determinar nuestro propio futuro, nos convertimos en criaturas diseñadas por nosotros, artefactos fabricados por nosotros mismos.
La dignidad humana y el “siglo biotecnológico”
La pregunta que enfrentamos es: ¿Qué haremos con los extraordinarios nuevos poderes de los cuales nos estamos apropiando? Los avances en genética humana, biotecnología, farmacología, neurociencia y nanomedicina elevan las esperanzas de cura de enfermedades terribles, incluidos desórdenes hereditarios, cáncer y condiciones degenerativas. Sin embargo, como advirtió C.S. Lewis, la promesa espectacular que ofrecen estas tecnologías, en parte motivada por el noble deseo de combatir las consecuencias destructivas de la enfermedad, siempre tiene un lado oscuro: la instrumentalización y manipulación de vidas humanas vulnerables.
Estamos en el proceso de adquirir un conocimiento sin paralelo del genoma humano. Se espera que este nuevo conocimiento conduzca a drogas con objetivos precisos y a nuevas y sofisticadas aplicaciones clínicas. Pero esta explosión del conocimiento genético también se aplica directamente a un nuevo y sofisticado medio para identificar y destruir en estado embrionario y fetal a seres humanos portadores de variaciones genéticas no deseadas. Esta forma de tratar con la enfermedad destruyendo a quienes la padecen ofende muchas más conciencias que sólo las de quienes se pronuncian “a favor de la vida”. Quizá no debería sorprendernos que en Alemania, donde no han olvidado lo que significa la eugenesia, la fertilización in vitro es absolutamente legal, pero los embriones deben ser implantados sin un control de calidad.
La tecnología reproductiva ha permitido a matrimonios superar el dolor de la infertilidad, pero también ha conducido a la creación deliberada de embriones humanos para investigaciones destructivas, y la creación de embriones clonados y aun híbridos humano-animales. Como advirtió Oliver O’Donovan, hemos reemplazado “el anticuado crimen del asesinato de bebés” por “el nuevo y sutil crimen de crear bebés ambiguamente humanos, de presentarnos a miembros de nuestra propia especie que son dudosamente adecuados objetos de compasión y amor”.
Existe una tendencia entre las personas religiosas que tienen una ética conservadora, a definir estos debates con expresiones “en favor de la vida” y, en el proceso, a pesar de sus intenciones, ayudar a los que están en el ámbito de la ciencia, los negocios y las políticas, que resisten el llamado a tener en cuenta los límites éticos en estas tecnologías. Al expresar su posición respecto del aborto como el asunto más importante a tratar, marginan inconscientemente su posición y dificultan el hacer causa común con fuerzas más amplias en la sociedad que quizá comparten muchas de sus preocupaciones: en relación con aspectos específicos de las tecnologías en cuestión, acerca de la necesidad inicial de que se establezcan límites, y respecto de la profunda importancia de estas cuestiones relacionadas con las políticas.
Pero cometemos un gran error si interpretamos el debate respecto del futuro humano como centrado principalmente en las cuestiones reproductivas y embrionarias, ya que los escenarios más desafiantes están por delante y en otros sitios. En el campo de la neurociencia, las tecnologías emergentes nos están permitiendo monitorear, controlar, manipular y mejorar nuestras funciones cerebrales. Cada vez se hace más posible manipular la percepción y la memoria, ya sea a través de la neurofarmacología (incluyendo la denominada “cosmética neurológica”) o de las prótesis cognitivas.
La meta de la tecnología no es únicamente comprender el mundo sino controlarlo, y la neurociencia ofrece potentes nuevas posibilidades para el control social. Tomemos todas las formas de conducta humana que amenazan nuestro futuro: violencia, conflictos interraciales, fanatismo religioso, adicciones y derroche egoísta de los recursos mundiales. Alguien podría decir que en el fondo todo esto se debe a un mal funcionamiento del cerebro humano. Si tan sólo supiéramos cómo prevenir este defecto en el proceso cognitivo, estaríamos en condiciones anunciar el comienzo de un nuevo amanecer de la armonía social y la paz global. Al hacer de nuestro propio funcionamiento humano un objeto de estudio científico –despersonalizándonos a nosotros mismos– esperamos llegar a autocontrolarnos, alcanzar el dominio de nosotros mismos.
Debido a que el denominado “fundamentalismo religioso” es considerado una importante fuente de conflicto social y político, no es sorprendente que una activa área de la investigación en neurociencia esté dirigida a los mecanismos cerebrales detrás de las creencias y experiencias religiosas, y al proceso cognitivo de formación de las creencias morales y la resolución de conflictos y dilemas de esa índole. No se necesita demasiada imaginación para darnos una idea de las posibilidades de manipulación y coerción que proporcionará este conocimiento. Al mismo tiempo, los avances en la tecnología de células madre y medicina regenerativa nos permiten mejorar nuestro funcionamiento y prolongar el período de vida del ser humano, y crear interfaces humano-mecánicas de un poder sin paralelos.
La ciencia genética y biológica socava la distinción tradicional entre la humanidad y el mundo animal. No somos más que una especie de primates entre muchas otras. Por otra parte, las tecnologías emergentes erosionan la distinción entre el ser humano y los artefactos. Somos meras máquinas hechas de carbono en lugar de silicio. ¿Cómo podemos preservar nuestra identidad humana singular y ayudar a crear un futuro genuinamente pro-humano frente a estos desafíos tecnológicos?
Como cristianos bíblicos, nuestro punto de partida siguen siendo los relatos de la creación en Génesis, donde leemos que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios –con un mandato para gobernar la creación y administrarla para Dios– y el Nuevo Testamento, donde leemos que Jesucristo es Dios hecho carne: Dios mismo, quien tomó nuestra forma humana. De manera que los cristianos somos llamados a tratar al cuerpo humano, con su extraño e idiosincrático diseño, con especial respeto. Esta fue la manera en la cual Dios se hizo carne. No somos animales ni máquinas: somos seres humanos creados a imagen de Dios. Él tomó esa imagen para Sí mismo al unirse a nosotros como integrante de la especie homo sapiens. Al gobernar y administrar la creación –incluidas las extraordinarias posibilidades de la ciencia y la tecnología–, lo hacemos como seres humanos que deberemos rendir cuentas y ser responsables ante Él y como administradores de lo que Él creó.
La causa “pro-humana” se presenta como la cuestión más importante del siglo 21 frente al rápido desarrollo de las tecnologías emergentes y su oferta de poderes para fortalecer o debilitar nuestra condición humana en el nivel más profundo.
Preguntas claves planteadas por las tecnologías emergentes
Debemos tener en cuenta una serie de preguntas que se plantean al analizar las políticas relacionadas con estas tecnologías. Se cruzan entre sí pero ofrecen diferentes ángulos desde los cuales ver y analizar tanto las tecnologías como los aspectos legal y práctico de su aplicación. Un futuro al mismo tiempo pro-tecnológico y pro-humano depende de la respuesta a estas preguntas.
1. Comoditización. A medida que nuestros poderes se extiendan más allá de nuestro cuerpo y de los cuerpos de los demás, y que las tecnologías conduzcan a productos y procesos, las preguntas respecto de la propiedad intelectual ocuparán el lugar central. Un caso específico: En los Estados Unidos de Norteamérica surgió recientemente un debate sobre si podrían patentarse embriones humanos. El argumento de la industria de la biotecnología, a través de su grupo comercial BIO, fue que los embriones tratados con ingeniería genética eran sujetos apropiados para ser patentados. ¿Cómo podemos proteger a seres humanos vulnerables –los equivalentes modernos de las viudas, los huérfanos y los extranjeros– de las posibilidades manipuladoras de la tecnología?
2. Eugenesia. Está aumentando la presión para el uso de la fertilización in vitro con fines eugenésicos, no simplemente para eliminar embriones con enfermedades genéticas, sino también para seleccionar el sexo y otras características hereditarias “deseables” de nuestros futuros hijos. A su vez, dentro de la sociedad también encontramos presión a favor de diversas formas de discriminación genética, especialmente en los ámbitos del empleo y los seguros. En el pensamiento cristiano, la dignidad de un ser humano no reside en nuestra función ni en nuestro potencial biológico, sino en lo que somos, por creación. Tomando literalmente las palabras del Salmo 8, cada uno de nosotros es “casi como un dios” (Salmos 8:5, DHH). Nuestra dignidad humana es intrínseca a la manera en que fuimos hechos, a la manera en que Dios se acuerda de nosotros y nos llama. ¿Cómo podemos preservar y defender la perspectiva bíblica según la cual cada vida humana tiene un valor único e incalculable debido a la imagen de Dios que habita en nosotros?
3. “Mejoramiento”. Ya sea a través de la genética, la nanotecnología o la cibernética, es probable que veamos el desarrollo del mejoramiento humano, especialmente en el área cognitiva (al combinar seres humanos y máquinas a través de medios como la implantación de chips cerebrales de memoria, de habilidades o de comunicación). La lógica de tales desarrollos es de gran alcance, dado que, aunque comenzarían incrementándose progresivamente y por medio de dispositivos duales con genuinas aplicaciones médicas (por ejemplo, en víctimas de ACV), tendrían un efecto a largo plazo al combinar la inteligencia y la riqueza de un pequeño segmento de la sociedad, conduciendo quizá a un nuevo feudalismo en el cual todos los tipos de poder queden concentrados en manos de las personas “mejoradas”.
También deberíamos destacar el firme crecimiento del “transhumanismo”, una red de entusiastas de la ciencia ficción y pensadores extravagantes que buscan deliberadamente provocar cambios radicales en la naturaleza humana. Recientemente han comenzado a pasar de la periferia de la sociedad a los contextos dominantes, y están procurando instalar la idea del “mejoramiento” radical en los ámbitos académico y de fijación de políticas.
En contraste, podemos ver la resurrección de Cristo en la forma de un ser humano físico, como un voto de confianza de Dios en favor de la naturaleza humana creada. No se abandona, desprecia ni marginaliza el diseño original de los seres humanos sino que, por el contrario, se lo afirma y cumple. En Jesús, el segundo Adán, vemos a un ser humano perfecto –lo que el Adán original estaba destinado a ser– y vemos al pionero, el plano de diseño de una nueva clase de persona: aquella en cuya semejanza surgirá una nueva creación, las primicias de los que vendrán (1 Corintios 15:20). Dios afirma que para el resto del futuro Él sustentará, redimirá y transformará a la humanidad que hizo originalmente.
La resurrección es el irrevocable y definitivo “Sí” de Dios a la humanidad. Si tomamos seriamente las doctrinas bíblicas de la encarnación y la resurrección, quizá debamos concluir que la estructura física de nuestros cuerpos humanos es algo que no tenemos la libertad de alterar sin antes meditarlo cuidadosamente. ¿Cómo pueden las tecnologías emergentes, con su extraordinario poder, ser utilizadas no para manipular y destruir sino para ayudarnos a una mejor realización de nuestra condición humana?
Conclusión
Los grandes temas de la ética y las políticas que enfrentamos se centran en preguntas respecto de la dignidad humana y la importancia de la naturaleza humana. Los desarrollos en tecnologías emergentes están abriendo la puerta a un gran incremento de nuestro poder sobre la naturaleza humana en sí. Mientras que las políticas deben contemplar un amplio espectro de preguntas, la cuestión central en la agenda para el siglo 21 es la necesidad de construir un marco de políticas en el cual los principios éticos sean los que sienten las bases para nuestro uso de estos nuevos poderes. Paralelamente con las intervenciones legislativas y regulatorias en áreas específicas de la tecnología (por ejemplo, en relación con el mejoramiento cognitivo o las quimeras humano-animales), debe definirse el escenario de la propiedad intelectual para preservar a la naturaleza humana de la comodificación; además, la discriminación genética, de por sí la contrapartida de la eugenesia, debe ser amplia y profundamente prohibida. Un abordaje decidido de cada una de estas cuestiones nos permitirá dar la bienvenida a las tecnologías emergentes, con su extraordinaria capacidad para mejorar no la naturaleza humana sino nuestra capacidad para ser humanos, de modo de poder llevar a una mejor realización nuestra condición humana. Al mismo tiempo, como lo ha demostrado nuestra reciente experiencia con los alimentos genéticamente modificados, los científicos y las comunidades de negocios no están interesados en desarrollar tecnologías cargadas de controversias, con lo cual los que lideren el desarrollo de políticas tecnológicas pro-humanas encontrarán aliados en muchos ámbitos.
Por supuesto, cada aplicación de cada nueva tecnología se nos presentará como otro maravilloso beneficio para la humanidad, que hará nuestra vida mejor y más fácil. La pregunta inspirada en “Un mundo feliz” (Huxley) que siempre debe formularse es: “¿A qué costo?” El ensayo de Lewis sobre “La abolición del hombre” comienza con una poderosa cita de John Bunyan en El progreso del peregrino, con la cual concluiremos: “Lo comprendí clara y dolorosamente, que no importaba lo que dijera y cuánto me lisonjeara, cuando lograra llevarme a su casa me vendería como un esclavo”.
© The Lausanne Movement 2010