Durante siglos la cristiandad ha recorrido una senda peligrosa. Una parte importante de la Iglesia ha ido asumiendo que existe una división entre lo que es sagrado y lo que es secular.
Debemos afirmar, por una parte, que el lugar de trabajo es un lugar privilegiado para ser una persona de buenas nuevas, como para transmitir verbalmente esas buenas nuevas con los que aún no se han identificado con ellas, y por otra parte, debemos también confesar que una parte importante del cristianismo no ha considerado el lugar de trabajo como un territorio de misión.
NUESTRA CONCEPCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD
Durante siglos la cristiandad ha recorrido una senda peligrosa. De alguna manera, una parte importante de la Iglesia ha ido asumiendo que existe una división entre lo que es sagrado y lo que es secular. Hay dos mundos, el de lo religioso, compuesto por todo aquello que ocurre en el ámbito físico del local donde se reúne la Iglesia, a lo más, de lo que ocurre en lo privado del hogar, en lo íntimo de nuestras conciencias, que le pertenece a Dios, es el mundo de lo religioso, esto es sagrado y es el ámbito al que debe de tender la vida del cristiano. Existe otro mundo, ajeno al cristiano, ajeno también a Dios, que es el mundo de lo profano. Este mundo está compuesto de aquellas áreas como el trabajo, la política, los negocios, el ocio, las artes, etc. de lo cual Dios no se preocupa y de las que un buen cristiano debería mantenerse alejado ya que no es su territorio propio. Esta mentalidad ha causado un daño terrible en el interior de la Iglesia, pero aún ha creado un panorama más desolador en el exterior de ella. Ya que los cristianos, en lugar de influir como sal y luz en su entorno, se han encerrado en la vida interior de una Iglesia que vive para sí, en lugar de vivir para hacer realidad los objetivos del Reino de Dios. La sociedad se ha quedado sin esperanza, no ha sido transformada, no puede ver ni escuchar las buenas noticias del Evangelio. Esta es la clara consecuencia de una Iglesia que ha perdido la perspectiva de que la Iglesia existe para la Misión. La Iglesia tiene sentido como la continuadora de la Misión de Jesucristo. Jesús dijo a sus apóstoles en el Evangelio de Juan que de la misma forma en la que Él había sido enviado al mundo, nosotros somos ahora enviados a ese mundo. Somos parte de una misma Misión, la Misión de Dios de rescate no acabó con Jesucristo, sino que siguió con la Iglesia, que tiene los mismos fines y la misma autoridad de Jesús para realizarla.
LA PÉRDIDA DEL LUGAR DE TRABAJO
Con dicha concepción de la espiritualidad es normal que los cristianos abandonen la idea de que el trabajo es uno de los centros de influencia más importante. Si el lugar propio de un cristiano es la Iglesia, el lugar de trabajo le pertenece al mundo. La vocación cristiana sólo se refiere al llamamiento a ministros del Evangelio que dejan sus lugares de trabajo y se concentran en lo que ocurre en el ámbito alrededor del local de la Iglesia. La vocación laboral es una vocación de segunda clase, de inferior nivel, algo sólo para aquellos que no tienen una vocación al ministerio cristiano, ya que sólo lo que hace el pastor y los obreros pagados por la Iglesia se considerará ministerio. Por lo tanto el trabajo es visto en sí como un mal necesario, como una simple forma de ganarse la vida. El trabajo pierde sentido en sí mismo. Deja de verse como parte del mandato cultural del Evangelio a transformar un mundo afectado por el pecado para que produzca cosas buenas para los seres humanos. A lo más, algunos trabajos han conservado cierta buena prensa por el aspecto de servicio que contienen, como el de los médicos, enfermeros, maestros, etc. Los trabajos más manuales se han considerado como parte de la maldición que supuestamente el trabajo es. Debemos recuperar una visión bíblica del trabajo. Jesús proclamó que hasta el día de hoy Él trabaja y su Padre también trabaja. Dios se nos presenta en el capítulo 1 de Génesis como un Dios trabajador. Los seres humanos recibieron el mandato al trabajo antes de la caída y después del pecado no se convierte en una maldición, la maldición está en el modo de trabajar y en los resultados, pero el trabajo en sí sigue siendo la forma que Dios quiere usar para que los seres humanos podamos ejercer nuestra mayordomía sobre la tierra y la hagamos un lugar en el que sea posible vivir. El trabajo es una forma de convertirnos en colaboradores del Dios trabajador para sus propósitos en la tierra. El trabajo es ministerio, es servicio, a los otros seres humanos y todos los trabajos lícitos tienen un componente de servicio a los demás seres humanos y a Dios.
RECUPERAR EL LUGAR DE TRABAJO Y EL MINISTERIO DE LA VIDA COMPLETA
El compromiso de Ciudad del Cabo nos hace un llamamiento a recuperar el sentido del trabajo como algo bueno en sí mismo, y como una gran oportunidad de mostrar el Evangelio en acción. El lugar de trabajo es un lugar especial para el testimonio de Jesucristo porque la mayoría de creyentes se ha ganado el derecho, con sus hechos, de hablar la Palabra de Dios a sus compañeros. De alguna manera han construido estructuras de credibilidad. La manera en la que han realizado sus trabajos, con una coherencia admirable, les ha abierto las puertas a que la proclamación del Evangelio sea creíble. La tarea de la Iglesia debe ser la de capacitar a los santos para la obra del ministerio. Es decir, que debemos ocuparnos en dar herramientas y ánimos para que esos ministros que cada lunes por la mañana enviamos a entrar en contacto significativo con la sociedad, tengan lo que necesitan para realizar su ministerio de la forma más efectiva. El trabajo es el entorno en el que los cristianos pasan más tiempo en contacto significativo con los no cristianos y es para ese entorno para el que deben estar convenientemente preparados. Por ello, la enseñanza bíblica de la Iglesia debe estar suficientemente contextualizada para que los cristianos se sientan entrenados para ser agentes de transformación en ese entorno. Debe haber una tarea consciente de contextualización. La Biblia nos habla en muchas ocasiones de entornos laborales, que hemos espiritualizado en lugar de aplicado a las situaciones de los trabajadores. Los héroes de nuestras predicaciones suelen ser personas con trabajos pagados por la Iglesia y debemos retornar a convertir en héroes a los trabajadores que toman decisiones complejas en entornos complicados. Debemos aprender a orar no sólo por los ministerios del interior de la Iglesia, sino por los ministerios del exterior del local de la Iglesia. Los trabajadores son nuestra primera fuerza misionera. Si durante años la evangelización se ha ejercido por “profesionales” y en el entorno físico del local de la Iglesia, el vecindario y el barrio donde está el local; la tarea quedará muy lejos de poderse realizar si no utilizamos la energía de todo el pueblo de Dios, esos ministros de la vida entera, y si no ocupamos el lugar en el que esos ministros pasan la mayor parte de su tiempo despiertos, el lugar de trabajo. De alguna manera todos esos ministros entran en la categoría de los “hacedores de tiendas”, como Pablo que durante períodos se sostenía a sí mismo con el trabajo de sus manos. Esta estrategia no sólo es útil en el entorno de nuestros países occidentales, sino que es útil a lo largo de todas las situaciones cambiantes de nuestro planeta. Hoy en día los cristianos son el colectivo más perseguido a nivel mundial. Hay muchos lugares en los que no es posible el testimonio cristiano abierto y son nuestros profesionales la estrategia más sabia para alcanzar esos territorios. Sería interesante que las Iglesias y las organizaciones misioneras pensaran de una forma más activa en realizar la misión con esas herramientas que, tan sabiamente, nuestro Dios ha provisto. Es una estrategia tan sabia, que no precisa ni siquiera de una captación especial de fondos, ya que ellos mismos proveen su propio sostenimiento. Esto es algo que Dios está haciendo y está dotando con ello a la Iglesia para realizar su tarea. Debemos redescubrir el papel de los profesionales en la tarea de la Misión.