INTRODUCCIÓN
La aparición de los primeros casos de SIDA, hace ya más de treinta años, puso de manifiesto que, a pesar de los avances científicos, la vulnerabilidad del ser humano frente a la enfermedad sigue siendo una realidad siempre presente.
De acuerdo al Informe ONUSIDA 2011, el nº de personas infectadas por el VIH en el mundo ese año ascendía a 34 millones, y se produjeron 1,8 millones de fallecimientos por enfermedades asociadas a esta infección.
Aunque se ha evolucionado mucho en el desarrollo de medicamentos antirretrovirales, no se ha conseguido disminuir drásticamente el número de nuevos casos de esta enfermedad, especialmente en el África subsahariana.
Dos son los factores que condicionan esta situación.
El primero de ellos se vincula al acceso a los medicamentos de los afectados en los países del tercer mundo.
En segundo lugar, desde su inicio, la epidemia del SIDA se desveló como una enfermedad vinculada a determinadas conductas de riesgo para la salud, como la adicción a drogas por vía parenteral y la promiscuidad tanto hetero como homosexual. Este hecho condicionó una rápida estigmatización de los portadores del virus y de los enfermos, produciendo su marginación social, que en algunos países llevó, incluso, a la construcción de “sidatarios”, sanatorios donde estas personas eran ingresadas de manera más o menos permanentes.
En España, los informes de vigilancia epidemiológica a junio de 2011 ponen de manifiesto que las tasas de nuevos diagnósticos son algo superiores a la media de la Unión Europea, siendo la vía sexual la de más frecuente contagio, especialmente entre homosexuales.
Estos datos deben hacernos tomar conciencia, de que aún sin adquirir la dramática magnitud que tiene este problema en los países no desarrollados, en el nuestro no debe pasar inadvertido.
SIDA Y MARGINACIÓN
Quizá por ello, en la práctica y en la relación de proximidad se siguen dando situaciones de condenación y de rechazo.
Es por ello, que ninguna razón, ni médica, ni ética, justifica el rechazo a las personas enfermas.
EL TESTIMONIO DE UNA VIDA ORDENADA
La aceptación desprejuiciada de las personas portadoras del VIH pueden constituir una importante oportunidad para abrir la puerta a una reflexión serena sobre la importancia de vivir ordenadamente, de acuerdo a las normas que Dios ha establecido para toda la humanidad.
De hecho, el Informe ONUSIDA para el Día Mundial del SIDA de 2011 puso de manifiesto el hecho de que el descenso de nuevas infecciones por VIH en todo el mundo estaba favorecido por el cambio en las conductas, tales como reducción del número de parejas sexuales y retraso en la edad de iniciación sexual.
Lamentablemente, las campañas sanitarias que en este línea se han llevado a cabo, y España es un buen ejemplo de ellas, han estado más centradas en el uso del preservativo, sin perjuicio de su clara utilidad para la prevención de contagios, que en el fomento de una sexualidad y una afectividad saludables, no centrada en lo genital, sino en la relación humana. Esta cuestión adquiere máxima relevancia en el trabajo con chicos y chicas, ya que se encuentran sometidos a muchísimas presiones que les abocan a tener sexo precozmente, y fuera del contexto del matrimonio, como modelo natural de relación.
Desde el cristianismo evangélico es posible ofrecer otro estilo de vida que permita el disfrute de una sexualidad gozosa y sin riesgos, y que tiene su pilar fundamental en la fidelidad y en la castidad sexual.
La confianza, la seguridad y la felicidad que proporciona la unión sexual dentro de la relación matrimonial son valores que vale la pena promover, y que en lo que al SIDA se refiere, pueden salvar las vidas de las personas.
Es importante que impulsemos la transmisión de este mensaje desde los púlpitos, pero también en la plaza pública, allá donde nuestras voces de ciudadanos puedan ser escuchadas.
JUSTICIA DISTRIBUTIVA Y ACCESO A MEDICAMENTOS
En el caso de los inmigrantes la cuestión se torna bastante más difícil, porque dependen de los acuerdos y convenios establecidos entre España y sus países de origen, o con ONG’s, (por ejemplo los convenios que mantiene el Plan Nacional sobre el SIDA).
Estamos obligados a promover la justicia de modo que se ponga al alcance de todos aquellos que lo necesitan los medicamentos adecuados para controlar los síntomas de la enfermedad y prolongar la vida de las personas. Como Iglesia Universal de Cristo, también tenemos la responsabilidad de impulsar el reparto justo de los recursos de todo tipo, incluidos los terapéuticos, no pudiendo permanecer impasibles ante el sufrimiento de los que padecen esta enfermedad, especialmente cuando afectan de manera alarmante a los colectivos más vulnerables, como son los niños y las mujeres, que tan cerca estuvieron de Cristo, quien yendo contra la cultura de su época, los acogió en su corazón y les reconoció en su entero valor como personas.
COMPROMISO DE CIUDAD DEL CABO: LA ÉTICA DEL BUEN SAMARITANO
El compromiso de Ciudad del Cabo nos hace un llamamiento a luchar y apoyar de forma práctica a los seres humanos que padecen esta enfermedad, especialmente a aquellos que están a nuestro alrededor, y a los que en muchas ocasiones estigmatizamos a causa de su enfermedad.
Y de las viudas y los huérfanos no debemos olvidarnos. En este aspecto, desde las iglesias se puede prestar apoyo a las familias que han perdido a alguno de sus miembros como consecuencia del SIDA, no sólo como acción social en sentido estricto, sino también prestando el necesario apoyo emocional.