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III (1) “Ama a tu prójimo como a ti mismo” incluye a personas de otras creencias religiosas

Miguel Juez 01 Mar 2013

Quisiera reflexionar sobre el título del artículo, destacando en el análisis el verbo “vivir” y la preposición “entre”.

La Iglesia desde mediados del siglo XX hasta el actual siglo XXI -especialmente en el contexto europeo- lucha entre dos extremos. Vivir y Sobrevivir. Son las dos caras de la misma moneda.

Es un verdadero reto para el Pueblo de Dios vivir el amor de Cristo entre personas de otras religiones, incluida la Iglesia Secularizada de los Santos de los Últimos Tiempos, la que más crece en el mundo, nutrida de desahuciados y desilusionados de las otras confesiones de fe -y en gran medida de la cristiana evangélica-.

Y es un reto porque implica salir y mostrarse. El “salir” es el cumplimiento de Mt 28.19 aunque la Iglesia en vez de salir, esperó que la sociedad se acercara a ella para compartirle las Buenas Noticias de Salvación. Ese principio centrífugo que caracterizó a la Iglesia del primer siglo, se transformó en una fuerza centrípeta que terminó ahogando toda iniciativa de propagación. Se volvió luz entre las cuatro paredes de un ya iluminado salón y fue sal en una comida ya de por sí salada. El resultado del cambio producido en el sentido de esas fuerzas, fue su conversión en una iglesia ghetto, uno más entre los muchos que ya existen en la actual sociedad.

Por otro lado, al volver la mirada sobre sí misma, con las limitaciones humanas que le son propias, la Iglesia profundizó aún más su temor en “mostrarse” como un referente válido a la sociedad circundante. Su voz profética se apagó y, en muchos casos, se conformó a los patrones del pensamiento social de su época.

La puerta por la que le era necesario pasar, para mostrarse como Pueblo de Dios, fue precisamente esa de la cual provenía toda su potencia para salir y ser aquello para la cual había sido llamada. Su fuerza y poder no estaba ni está en la cada vez mayor capacidad de sus miembros en pensar y teologizar la religión, y tampoco en su poder económico.

Su poder proviene de dos premisas bíblicas: “El evangelio es potencia de Dios para salvación…”, Ro 1.16, y la promesa de Aquél que antes de subir a los cielos dijo: “Todo poder me es dado en los cielos y en la tierra, por tanto id…” Mt 28.18.

VIVIR EL AMOR, ¿SENTIMIENTOS O RESPONSABILIDAD?

¿A dónde ha sido enviada la iglesia del Señor sino a los pobres y necesitados, a los enfermos y abandonados, a los despreciados y desechados? Esta es la característica de nuestra sociedad, y engloba no sólo a los numerosos carencia dos en el aspecto social sino a los necesitados del amor que transforma y cambia el vacío y la soledad en plenitud de gozo y propósitos eternos en la vida; a los enfermos por el pecado y abandonados a su suerte, a los despreciados por su situación muchas veces producto de una emigración forzada. Esta es nuestra real sociedad del siglo XXI y a esta sociedad fue enviada la Iglesia en el Poder de Aquel que la rescató.

Vivir el amor de Cristo es romper con el falso concepto que el amor al prójimo es una cuestión de sentimientos. El hombre no es por naturaleza inclinado a dar de sí, amar al otro, al cercano, al prójimo. Por naturaleza somos egoístas, aunque esta declaración pueda herir nuestras susceptibilidades y la iglesia también lo es, ya que está conformada por personas enfermas en proceso de sanidad. El Señor lo sabe y estableció que nos era necesario morir a nosotros mismos para que ello nos abra camino al amor a nuestro prójimo.

Y cuando aceptamos por fe este mandato de Jesús en 1Jn 4.21, estamos capacitados para amar, como respuesta a nuestra obediencia al Maestro. Así es. Amar es obedecer. La evidencia de nuestro amor al prójimo está en consonancia con nuestro amor al Señor. Si no amamos a quien vemos, ¿cómo podremos amar a quien no vemos? 1Jn 4.20.

Vivir el amor de Cristo es vivirlo en relación social, sin importar el trasfondo religioso, social o cultural de su gente. Es la Iglesia viviendo su fe en medio, entremezclada, al costado, junto pero no unida a la sociedad donde está inserta. Vivir el amor de Cristo es vivirlo en permanentes jornadas de puertas abiertas. Vivir el amor de Cristo es más que palabras, son hechos vivenciales. Vivir el amor de Cristo es vivirlo reflejando quién es él no nosotros. Vivir el amor de Cristo es vivirlo mirando al hombre y la mujer como objetos de la Gracia que un día nos alcanzó a nosotros.

La Iglesia en España vive en esta realidad. Lucha para vivir y se mantiene con esfuerzos denodados para sobrevivir. Muchas congregaciones están ancladas a viejas estructuras que mantienen por tradición y costumbre. Hay un oculto temor al cambio. La Iglesia mantiene sus reservas a una inmigración que podría insuflarle fuerzas y nueva vitalidad. Sigue predicando el Evangelio a las mismas personas que hace 40 años, domingo tras domingo, lo vienen escuchando. Predica un Evangelio para evangélicos. En sus huesos se ha anquilosado aquello de: “…somos un pequeño pueblo muy feliz”. Verdad porque es pequeño, pero mentira en cuanto a que es feliz.

La propuesta es vivir a Cristo cada día. Se busca una Iglesia que cada mañana al despertar el alba, se ponga en pie y diga: Hoy vamos a vivir a Cristo. Me refiero a la Iglesia no hecha por manos de hombres, sino aquella donde habita el Rey de reyes y Señor de señores. La Iglesia caminante, peregrina, leudante activa y no estática. La Iglesia que dice: Hoy vamos a reflejar lo que Cristo es. Vamos a reflejar su amor. Vamos a reflejar su interés por las personas, no importa quién sea ni qué religión profese, y lo vamos a hacer a través de acciones prácticas. Vamos a orar por ellos. Vamos a estar por ellos. Vamos a interesarnos por ellos. Hoy me comprometo a no discriminar, a aceptar al diferente por el solo hecho que el Señor también le acepta. Hoy me comprometo a extender mi mano, en el nombre del Señor, para levantar a quien está postrado o caído.

Vivir el amor de Cristo entre personas de otras religiones es “ser y hacer la diferencia”. No mejores por nosotros mismos pero sí diferentes por la transformación que Cristo ha llevado a cabo en el interior de cada cristiano renacido. Vivir el amor de Cristo entre personas de otras religiones requerirá conocer muy bien quiénes somos, qué somos y por qué somos lo que decimos ser.

LEVADURA QUE LEUDA

El segundo análisis que quisiera expresar es respecto a la preposición “entre”. La Iglesia no podrá mostrarse Iglesia desde el confinamiento. Por definición es comunidad en libertad viva, que se expresa de manera abierta y pública. Que vive a la “intemperie” sin esconder lo que es y lo que cree. Y su característica principal es que todos sus participantes comparten un nexo que les une y que no les pertenece, sino que ha sido beneficiaria de ese Don. No sólo les une sino que les caracteriza. Es su seña de identidad particular. Este Don es su “llamado a…”.

Permitidme presentar dos expresiones del apóstol Pedro. En una de ellas, el apóstol hace referencia a Éx 19.5 y dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquél que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2.9).

Se nos resalta lo que somos y la razón del para qué somos lo que somos. Somos llamados para anunciar… pero no se nos dice quiénes son los destinatarios del mensaje que debemos anunciar. Inferimos que este mensaje es para todos aquellos que no son parte del Pueblo redimido por Jesucristo. No importa su raza ni su género; su posición social ni sus presupuestos religiosos.

La otra mención bíblica que quisiera resaltar es Hechos 10. Es precisamente Pedro quien lo escribe. Un judío que hoy sería tildado de extremista y xenófobo en su máxima expresión. Vive Pedro una situación que cambia toda su tradición y llega a quebrantar los fundamentos de su cultura. Es el comienzo de otra conversión en su vida, que le lleva a comprender que toda su riqueza cultural había sido crucificada en la cruz del Calvario y que el propósito de Dios, más allá de la conversión de Cornelio y su familia, incluía una de las enseñanzas mas duras para él. El mensaje era también para aquel que siendo culturalmente distinto y religiosamente piadoso pero gentil, también era objeto del amor de Dios.

Hay pueblos y culturas que tienen en sus genes la bacteria que lleva a ignorar al diferente cultural, más aun cuando lo cultural va unido a lo religioso. El hecho de formar parte del Pueblo de Dios no nos arranca de nuestras fibras más íntimas esta realidad. La Iglesia también manifiesta rasgos de xenofobia y rechazo a quien es cultural y religiosamente diferente. Dura tarea le representa a la Iglesia en España aceptar al diferente y si esta realidad se evidencia en su seno, con hombres y mujeres que siendo culturalmente diferentes se manifiestan hermanos, cuánto más en mostrar el amor de Cristo compartiendo el Evangelio de la Gracia con aquellos que no son parte de su pueblo.

La Iglesia vive tiempos que demandan coherencia y sabiduría en la manera de vivir la fe. Hay segmentos de la sociedad que, manifestando una creencia contraria a la esencia del mandato divino, ofrecen expresiones visibles de su fe atraíbles para muchos, y muchos son los que caen en el error de esas falsas doctrinas. En verdad que todo terreno que la Iglesia de Cristo no posee, es tomado por el enemigo, que acentúa sus reales y demanda sumisión. La Iglesia es una Iglesia declarante de las promesas de Dios y poseedora de éstas por mandato divino (Dt 11.24). La Iglesia vive en esa lucha de extremos. Vivir el amor de Cristo entre personas de otras culturas y religiosamente diferentes demanda morir a nosotros mismos para que Dios muestre su soberano poder y gracia a través nuestro.

La propuesta es vivir siendo Iglesia. Una Iglesia que se encarna y encarna un mensaje transformador. La Iglesia del día a día. La Iglesia que vive de la casa al trabajo y d el trabajo a la casa. Que está en las calles, en el colegio y en la oficina, en el mercado y también los domingos en el templo hecho de manos de hombres. Una Iglesia que tiene amigos en el mundo pero no vive como viven los del mundo.

La demanda de Dios para la Iglesia en España es que viva su espiritualidad entre las miserias de una sociedad que rechaza todo vestigio de falsa religiosidad y que busca modelos vivos encarnados en una verdad que le indique que vale la pena pagar el coste del cambio que el Evangelio propone.

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