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Dar testimonio del amor de Cristo a personas de otras confesiones religiosas

Michael Ramsden 30 Jul 2010

Nota del editor: El presente Texto Previo para Ciudad del Cabo 2010 fue escrito por Michael Ramsden como una reseña del tema a debatirse en la sesión plenaria matutina sobre “Dar testimonio del amor de Cristo a personas de otras confesiones religiosas”. Los comentarios a este texto realizados a través de la Conversación Global de Lausana serán remitidos al autor y a otras personas para ayudar a dar forma a sus presentaciones finales en el Congreso.

“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.[1]

El amor es costoso. Por amor, algo puede ser ofrecido a un receptor a cambio de nada, pero eso no es igual que decir que no le costó nada al dador. Podría costarle todo. Sin embargo, cuando se trata del tema de testificar a personas de otras confesiones religiosas, parecemos estar buscando métodos y medios que no nos cuesten nada. La única forma de lograr esto sería sin amor, tal vez la razón por la cual mucho de lo que hacemos llega a los demás como símbolos disonantes o gongs ruidosos. El amor rechazado es doloroso; Jesús expresó su anhelo profundo frente al rechazo obstinado. Hay una urgente necesidad de que derramemos nuestras vidas para alcanzar a los perdidos así como Él derramó su vida y nos alcanzó a nosotros. Fue E. M. Bounds quien señaló que mientras el mundo busca mejores métodos, Dios busca mejores hombres, y tal vez necesitemos concentrarnos más en cambiar nuestros corazones que en trabajar en nuestros métodos.

Jesús, al preparar a sus discípulos para las pruebas de este mundo, les dijo que vendrían dificultades. Tal vez pensaron que, con Dios de su lado, no tendrían ningún sufrimiento. Sin embargo, Jesús les dijo:

“Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”.[2]

Inmediatamente antes de señalar esto, Jesús dice: “Y vosotros daréis testimonio también […]”.[3] La palabra “testigo” viene de la palabra griega mártus. Esta palabra fue traducida al latín como martyr, y su uso se desarrolló a lo largo de la historia de la iglesia, convirtiéndose en la palabra “mártir”, según la usamos y entendemos hoy. Aun en el Nuevo Testamento, sin embargo, la conexión entre ser un testigo y el sufrimiento que involucra es muy clara. Somos todos llamados a ser testigos. Al ser testigos fieles de Cristo, habrá persecución. “[…]. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán […]”.[4] Refiriéndose al mundo, Jesús dijo a sus discípulos: “[…] sepan que a mí me odió primero”;[5] así que no debemos sorprendernos del odio que atraemos hacia nosotros por causa de Su nombre.[6] Como leímos en Hebreos, la fe y la fidelidad llevan, por un lado, a grandes victorias en Su nombre: se conquistaron reinos, se implementó la justicia, se obtuvieron promesas, se cerraron bocas de leones, se apagó el poder del fuego, se evitó el filo de la espada, se pusieron a la fuga ejércitos y mujeres recibieron a sus muertos por medio de la resurrección; y por otra parte, también con un gran costo según la visión del mundo: algunos fueron torturados, otros sufrieron burlas, azotes, cadenas y prisión. Fueron apedreados, aserrados en dos y muertos por la espada. Verdaderamente, fueron personas de quienes el mundo no fue digno.

Así que dejemos de lado cualquier pensamiento que podamos tener acerca de poder testificar a los que no son de nuestra fe sin costo. Hay grandes milagros: escapar de la espada; y grandes martirios: muchos fueron muertos por la espada. No hay contradicción aquí. Sólo el conocimiento cierto de que somos llamados a dar nuestra vida en Su servicio y que un día seremos llamados a nuestro hogar.

Recordemos también que seguimos las pisadas de los martyr, los testigos, que nos precedieron. No fueron simples espectadores en busca de entretenimiento. Han ido delante de nosotros y han corrido la carrera bien. No son pocos, sino una gran nube. Las gradas en las cuales están situados no están ocupadas escasamente –sino completamente– por quienes entregaron su vida en servicio al autor de la vida misma, los que ahora tienen vida eterna a través del fundador y el perfeccionador de esa fe. Leemos en Hebreos que estamos rodeados por una “grande nube de testigos”, así que no desfallezcamos ni perdamos nuestro camino sino que, por el contario, fijando nuestros ojos en Cristo, corramos detrás de quien despreció la vergüenza de la cruz y está ahora sentado a la diestra de Dios. Fijemos la vista en las cosas de arriba.

Este no es un tiempo único en la historia. Siempre hay un costo en el alcanzar a las personas con las buenas nuevas acerca de Jesús. Es un costo que tal vez muchos que dicen ser de Cristo no están preparados para pagar finalmente. Pero este es el contexto en el cual el evangelio echó raíces y se extendió. Predicar un mensaje de arrepentimiento y fe siempre ha sido algo desafiante. He tenido el privilegio de hablar en algunas partes del mundo donde la seguridad personal no se puede garantizar. Siempre es decepcionante oír las preocupaciones de algunas personas que dicen que tal vez yo no debería ir a cierto lugar porque los riesgos son demasiado grandes. Pero nuestra meta no es conservar nuestra vida a toda costa sino más bien vivirla en obediencia al llamado que hemos recibido. No somos llamados a ignorar el riesgo ni a ser temerarios. Todo debe considerarse en oración. Pero rehusar el llamado de Dios por las dificultades es exigir algo que a los primeros apóstoles les costaría reconocer como auténtica obediencia cristiana.

Hay varios indicadores para nosotros en Hebreos:

1)    Viaje liviano. No se vea frenado por el peso del pecado ni por el cansancio que viene del mundo. ¿Hemos dejado que las cosas de este mundo nos sobrecarguen?

2)    Esté atento. Esté alerta al pecado que nos enreda tan fácilmente y se pega a nosotros, frenándonos y finalmente haciéndonos tropezar. ¿Estamos espiritualmente alertas y vivos?

3)    Corra. Corra la carrera con perseverancia. No se trata de una breve carrera de velocidad. Estamos corriendo una maratón. ¿Corremos peligro de desplomarnos antes del final por no pautar nuestra vida de una manera que honre a Dios?

4)    Céntrese. Fije sus ojos en Cristo. No se distraiga –lo cual lleva tan fácilmente a la desesperanza– sino mantenga su mirada fija en nuestra meta, aquél con quien estamos ahora y con quien estaremos por la eternidad. Hay un solo evangelio que tenemos que predicar; ¿estamos mirando a Dios o al hombre?

5)    Alégrese. Cristo esperaba la cruz con gozo. No porque sería una experiencia agradable. Regocíjese en el hecho de que si bien por afuera podemos estar desgastándonos, por adentro estamos siendo renovados. Si corremos bien, hay mucho por delante para esperar, aun frente a la muerte: “[…] otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección”.[7]

Este pasaje de Hebreos está repleto, de principio al fin, de la esperanza de la resurrección. Seguimos las pisadas, no de los muertos, sino de quienes tienen la esperanza de nueva vida en Cristo, una vida resucitada que Él ya ha ganado para nosotros. No temamos la muerte; si perdemos nuestra vida por Cristo terminamos conservándola.

 

Diversos textos previos en esta serie cubren otros aspectos vitales que podrían ser presentados muy legítimamente aquí. En particular, permítame destacar el texto previo de Rebecca Manley Pippert. No he hablado de la oración y la proclamación, la Biblia y el Espíritu Santo, Cristo y la cruz. Estas cosas son esenciales: el objeto de nuestro testimonio, el poder que respalda nuestro testimonio, el contenido de nuestro testimonio, la meta del testimonio y la naturaleza de nuestro testimonio. Pero a menos que entendamos que, a la luz del evangelio, debido al evangelio y por el evangelio debemos estar preparados para seguir las pisadas de quienes nos han precedido en obediencia a la misión de Dios, ni siquiera podremos comenzar a abordar el tema en cuestión.

Quisiera ofrecer dos pensamientos más. Para la iglesia primitiva, todos eran, por definición, de “otra fe”. De modo que aprendemos mucho simplemente leyendo el Nuevo Testamento. Primero, vemos cómo la Biblia usa los testigos. Como escribió A. A. Trites acerca del Evangelio de Juan:[8]

“El cuarto Evangelio brinda el entorno para la más sostenida controversia en el Nuevo Testamento. Aquí Jesús entabla una demanda judicial contra el mundo. Sus testigos incluyen a Juan el Bautista, las Escrituras, las palabras y obras de Cristo, y más tarde el testimonio de los apóstoles y del Espíritu Santo. [Yo agregaría que nosotros también estamos siendo citados como testigos.] El mundo se opone a ellos […] Juan plantea un caso, y por esta razón presenta argumentos, hace preguntas jurídicas y presenta testigos al modo de la asamblea del Antiguo Testamento. Lo mismo ocurre con el libro de Hechos, si bien Lucas desarrolla su caso de una forma algo diferente de la de Juan.

Todo este material es sugerente para los apologistas del siglo XX. La persona y el lugar de Jesús […] siguen siendo temas muy discutidos. Las afirmaciones de Cristo de que era el Hijo de Dios son muy cuestionadas hoy. En esta clase de entorno, es necesario presentar un escrito, argumentos y testigos por la defensa, si es que el caso cristiano ha de recibir un tratamiento jurídico adecuado. No presentar evidencias a favor de la posición cristiana equivaldría a conceder la derrota frente a sus oponentes. Esto significa que el tema de la controversia, tan evidente en el Nuevo Testamento, parece ser altamente pertinente para la tarea misionera de la iglesia hoy […].

[…] es digno de señalar que el testimonio fiel a menudo conlleva sufrimiento y persecución”.

Hay tres características de estos testigos bíblicos:

1) Los testigos participan apasionadamente en el caso que buscan presentar. Es algo que ha pasado a ser parte de ellos, por lo que tienen una compulsión interior que los lleva a sostener sus méritos frente a los demás. Como sus predecesores del primer siglo, no pueden evitar hablar de lo que han visto y oído.

2) Los testigos tienen que dar cuenta de la veracidad de su testimonio. El perjurio era, y sigue siendo, una seria ofensa sujeta a graves penalidades. Este sentido solemne de ser responsables ante Dios de hablar verazmente aparece en Pablo, que dice cuatro veces: “testigo me es Dios”.

3) Los testigos deben ser fieles no sólo a los hechos puros y simples del evento de Cristo, sino también a su significado. Esto implica presentar a Cristo y su mensaje.

Segundo, debemos dar mucha consideración a nuestra credibilidad como testigos. Alguien puede ser un excelente testigo ocular de un suceso, pero si es conocido como un ebrio su testimonio de cualquier suceso será cuestionado. Debemos ser conocidos por nuestro fruto. En Tito 2:14, hablando de Jesucristo, se nos dice que «[…] se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.[9] Estas no son la base de nuestra salvación, pero son la evidencia de ella, y las que “adornan la doctrina de Dios”.[10]

Tristemente, parece que como iglesia hemos luchado con el equilibrio entre las buenas obras y tener un pueblo ansioso por hacer buenas obras, y la palabra predicada del evangelio. Sin embargo, ambas cosas siempre van juntas. Los escritores del primer Pacto de Lausana tenían la misma lucha, y haríamos bien en reflexionar sobre el equilibrio que expresaron: “La iglesia puede evangelizar (predicar el evangelio), pero ¿escuchará el mundo su mensaje y le hará caso? No, a menos que la iglesia retenga su propia integridad, insiste el Pacto. Si esperamos ser escuchados, debemos practicar lo que predicamos […]. En particular, la cruz debe ser tan central a nuestra vida como a nuestro mensaje. ¿Predicamos a Cristo crucificado (1 Co. 1:23)? Entonces recordemos que una iglesia que predica la cruz debe estar marcada ella misma por la cruz”.[11]

Lo que predicamos debe evidenciarse en nuestra vida; en caso contrario, siempre seremos vistos como personas que ofrecen teorías y especulaciones, cuando lo que el mundo está buscando es una transformación concreta.

Hay muchos temas que podríamos abordar en este texto previo. Hay muchos modelos y enfoques útiles y eficaces, algunos de los cuales se describen y discuten dentro de este foro. Hemos aceptado también algunos supuestos generales: que estamos de acuerdo en que debemos ser testigos, que estamos de acuerdo en aquello de lo cual somos testigos y que el propósito de ese testimonio es asegurarse que se hagan discípulos entre las naciones. Hay otras personas tratando estos temas.

Sin embargo, sin la determinación de aceptar que somos llamados a entregar nuestra vida, terminamos con una gloriosa teoría y ninguna acción. El peligro opuesto de entrar impulsivamente en acción sin crecer en nuestra comprensión del evangelio también finaliza paralizando la iglesia; sin raíces profundas, la iglesia se marchita. ¿Estamos preparados para el costo?

Que todos aprendamos a ser verdaderos testigos.

 

© The Lausanne Movement 2010

 


[1] Hebreos 11:32-12:2

[2] Juan 16:1-2

[3] Juan 15:27

[4] Juan 15:20

[5] Juan 15:18

[6] Juan 15:21

[7] Hebreos 11:35

[8] “Witness, Testimony” [“testigo, testimonio”] en New International Dictionary of New Testament Theology, Vol.3, Trad. con agregados de Theolgisches Bergriffslxikon Zum Neuen Testament, A A Trite, Colin Brown, Ed. General, 1976.

[9] John Stott: Titus, Bible Speaks today, sobre Tito 3:1-8.

[10] Ibid. Tito 2:9-10.

[11] The Lausanne Covenant: An exposition and commentary by John Stott

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