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Cumplir el mandato del discipulado

Fundamentos de Iglesias formadoras de discípulos para cada pueblo y lugar

Dave Benson 31 May 2024

Jesús se acercó entonces a ellos y dijo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”.’
(Mateo 28:18–20)

Por qué nos reunimos

Este domingo, cientos de millones de cristianos de todo el mundo se reunirán en sus comunidades locales. “Vamos a la iglesia», decimos a menudo. Y la mera variedad de expresiones, denominaciones y liturgias es apabullante.

Tal vez, como en mi iglesia, usted disfrute de café y torta antes del culto, muchos cantos y la lectura de las Escrituras antes del sermón, y luego ser comisionado a servir a Cristo durante la semana. Reforzamos este servicio con reuniones de oración y un grupo pequeño a mitad de semana. Podría ser que su reunión se caracterice por el silencio, olores y campanas, confesión formal, Eucaristía prolongada y otros sacramentos para experimentar la presencia empoderadora de Dios. Para otros, imagine un círculo de tambores y danzas, narración de historias sobre cómo actúa Dios, estudio bíblico inductivo y, a continuación, ser enviados juntos a satisfacer las necesidades de los miembros de su comunidad más amplia.

Cualquiera que sea la forma, dondequiera que se reúna —catedral, almacén, bosque u hogar— vale la pena dar un paso atrás y preguntarse: ¿Por qué nos reunimos? ¿Qué une toda esta actividad y hace que merezca la pena, más allá de ser algún «club social» que satisface necesidades cívicas?[1] ¿De qué manera sirve la iglesia a la misión de Dios?

Un propósito mayor

Al fin y al cabo, el domingo es el día del Señor, el recuerdo de la vida, muerte y resurrección de Jesús. La palabra para “iglesia” en inglés, “church” se remonta al adjetivo griego kuriakos, que significa «perteneciente al Señor» (cf. 1 Corintios 11:20; Apocalipsis 1:10). Y la «iglesia» (ekklesia) que Cristo prometió levantar (Mateo 16:18) no era un acontecimiento ni un edificio, ni un programa ni un pasatiempo, ni mucho menos un grupo religioso. Se trataba más bien de un pueblo llamado fuera y reunido para representar a Cristo y su reino de palabra y obra, difundiendo su influencia dondequiera que fueran, en y entre todas las naciones (ethnos) como grupos culturales distintos que pueblan el planeta.[2]

La iglesia es el «reino tangible» de Cristo, por naturaleza un pueblo misional.[3] Al demostrar y declarar las gloriosas alabanzas de Dios, que los sacó de las tinieblas a la luz, preparaban el terreno para el regreso de Cristo, un testimonio anticipado del aspecto que tendrá el mundo cuando Dios lo arregle todo (1 Pedro 2:9-12).

Porque, en los términos más sencillos, «el plural de discípulo es iglesia»

Siguiendo el modelo de Jesús, el objetivo del pueblo del Señor no era conseguir que los de fuera entraran en la ecclesia. Más bien, el objetivo de este encuentro era formar personas que fueran distintivamente del Señor, todos los días de la semana, todas las horas del día: hicieran lo que hicieran, estuvieran donde estuvieran, fueran quienes fueran. Se reunían para esparcirse y servir a la gente de alrededor con el amor de Dios, anunciando el reino de Dios y llamando a todos a repensar y alinearse con esta nueva realidad (Marcos 1:14-15; Lucas 4:18-19).[4] La iglesia es el catador del banquete, el tráiler de la película, una señal de la vida venidera.[5] Así que, en resumen, toda iglesia, incluida la de usted, es el pueblo peregrino de Dios: un cuerpo de creyentes seleccionados y enviados por Dios para administrar el reino y dar a conocer a Cristo en palabra y obra. No nos señalamos a nosotros mismos, sino a nuestro Salvador y Señor.

Y este propósito tiene enormes implicaciones para la forma en que nos reunimos, cualquiera que sea la naturaleza de su comunidad y dondequiera que se reúnan. Como dijo el Reverendo Graham Cray, Obispo Auxiliar de York: «Las iglesias tienen que darse cuenta de que la esencia de su vocación es ser comunidades formadoras de discípulos, no importa qué otra cosa hagan».[6] Porque, en los términos más sencillos, «el plural de discípulo es iglesia»: no una institución, sino el cuerpo dinámico de creyentes que se asocian en la misión de Dios.[7] O, en palabras de Dietrich Bonhoeffer, «la iglesia es Cristo existiendo como comunidad… [Encarna] la nueva voluntad y el nuevo propósito de Dios para la humanidad».[8]

Discípulos de vida completa

Disciple-making churches for every people and place

Por lo tanto, es fundamental para los propósitos misionales del Movimiento de Lausana imaginar y trabajar por un mundo en el que haya iglesias formadoras de discípulos para cada pueblo y lugar.

Pero ¿qué entendemos por discípulo?

Las formulaciones abundan. Más recientemente, el popular autor y pastor John Mark Comer, basándose en el llamado de Jesús a los Doce en Marcos 3:13-15, define el discipulado como practicar el camino de Jesús. Estar con Jesús. Llegar a ser como él. Hacer cosas como las hizo él.[9] Buscaría que hiciéramos preguntas como «¿Qué haría Jesús si fuera yo?”.

En London Institute for Contemporary Christianity (LICC), hablamos de ser un «discípulo de vida completa» como alguien que está aprendiendo a seguir el camino de Jesús en su lugar y en este momento. Si bien todos estamos llamados a seguir al mismo Señor, no hay dos discípulos idénticos, ya que el contexto en el que somos llamados es distinto, especialmente en los lugares donde vivimos y aprendemos, trabajamos y jugamos, compramos y servimos.

Los discípulos son aprendices de toda la vida, se mantienen cerca de su Salvador y escuchan cómo la Palabra de Dios se relaciona con el mundo en el que viven, animándose unos a otros a parecerse cada vez más a Cristo en la vida cotidiana.

Los discípulos son aprendices de toda la vida, se mantienen cerca de su Salvador y escuchan cómo la Palabra de Dios se relaciona con el mundo en el que viven, animándose unos a otros a parecerse cada vez más a Cristo en la vida cotidiana. Enseñamos y aprendemos juntos en una comunidad de práctica, convertidos en aprendices del camino de Jesús a medida que maduramos en la cabeza (sabiduría), el corazón (virtud) y las manos (habilidad), convirtiéndonos en «pacificadores sabios» que saben qué conduce al florecimiento y quieren trabajar por el shalom partiendo del lugar donde están (Mateo 5:9; 10:16).[10]

Y el llamado de los trabajadores asalariados de la iglesia no es movilizar más de nuestro tiempo para apoyar sus iniciativas misioneras utilizando nuestro tiempo libre.[11] Más bien, Cristo nos dio líderes de iglesia para «capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo” como discípulos maduros (Efesios 4:11-13). Como afirma Lesslie Newbigin: «El principal papel de la iglesia en relación con las grandes cuestiones de la justicia y la paz… consistirá en alimentar y sostener continuamente a hombres y mujeres que actúen responsablemente como creyentes en el cumplimiento de sus deberes seculares como ciudadanos».[12]

Imaginemos, entonces, la diferencia que esto supondría en la misión mundial si formar discípulos de vida completa fuera nuestra razón de ser, la máxima prioridad de cada iglesia.[13] ¿Y si nos entregáramos por completo a conformar personas en cada lugar para que sean como Jesús —en sus frentes misionales durante toda la semana— teniendo la influencia del reino en cada esfera de la sociedad?

La lógica de la iglesia

Esta es la lógica misional de la iglesia. Reunirse no es un deporte para espectadores al que acudimos para consumir un «servicio» religioso. Es más bien como una sesión de gimnasia con un entrenador personal.[14] Cada acción que realizamos cuando nos reunimos es un ejercicio para volvernos más como Cristo cuando somos enviados juntos y nos dispersamos por la oficina, la universidad, la cafetería local, el grupo de madres… «aquí para ser luz, realzando los colores de Dios en el mundo» (Mateo 5:13-16, traducción de la versión en inglés The Message).

Reunirse no es un deporte para espectadores

Toda la liturgia cuando estamos reunidos —el llamado a la adoración, el saludo, el canto, la lectura de las Escrituras, la confesión y la seguridad del perdón, el bautismo, los credos, la oración, los sermones, la comunión, la ofrenda y el envío— tiene por objeto formar nuestras mentes, dirigir nuestros corazones y fortalecer nuestras manos para desear a Cristo y su reino, viviendo para él dondequiera que vayamos.[15] Tome, por ejemplo, la mesa del Señor. Cuando nos ejercitamos bien el domingo, nos abrimos a la presencia fiel de Cristo que actúa en nuestras vidas. De modo que esta práctica se desplaza hacia el exterior a medida que somos enviados juntos, acogiendo a nuestros vecinos de maneras llenas de gracia cuando podemos poner la mesa, pero también reconociendo y alentando las expresiones de hospitalidad de personas de paz en comunidades más allá del encuentro del domingo a medida que la iglesia se dispersa (Lucas 10:1-11).[16]

¿La Gran Omisión?

Desafortunadamente, parecería que hemos estado ocupados con casi todo salvo con formar discípulos cuando la iglesia se reúne en sus diversas expresiones. En la memorable frase de Dallas Willard, hacer discípulos se ha convertido en «La Gran Omisión».[17] No es exagerado decir que hay una «crisis» de discipulado en gran parte de la iglesia mundial, perdiendo nuestro enfoque principal, a menudo tratando de hacer «conversos» e integrar a personas en eventos de la iglesia, «asumiendo que los nuevos cristianos simplemente seguirán adelante”.[18]

debemos priorizar la formación de “vida en la vida” mientras aprendemos juntos a seguir a Cristo en un mundo roto, especialmente en y a través de nuestras ocupaciones.

Después de haber consultado todas las regiones y redes temáticas, entre generaciones, con miles de horas de llamadas de escucha, el Movimiento de Lausana encontró que la necesidad más comúnmente identificada por la iglesia mundial era el discipulado que va más allá de la evangelización pero a su vez alimenta la misión y el trabajo de extensión.[19] Incluso cuando hacemos «discipulado», por lo general se encuentra dentro de y centrado en reuniones de iglesia y misiones paraeclesiásticas/transculturales, en lugar de comenzar donde la mayoría de los cristianos ya están en su vida cotidiana de trabajo, descanso y juego. El auge de la tecnología digital puede ayudar a la transferencia incorpórea de conocimientos, pero debemos priorizar la formación de “vida en la vida” mientras aprendemos juntos a seguir a Cristo en un mundo roto, especialmente en y a través de nuestras ocupaciones. Debemos volver a los fundamentos, porque la formación de discípulos es el cimiento de la misión integral y la primera responsabilidad de la Iglesia.

Demostrar que Cristo tenía razón

Entonces, ¿tenía razón Cristo? ¿Es realmente la formación de discípulos el pulso de la misión mundial, el llamado de la iglesia y el vehículo para vivir y compartir el reino de Dios entre todos los pueblos y en todos los lugares? ¿Es ésta nuestra prioridad, especialmente en nuestra comunidad local? Unos sencillos cambios de un grado en la cultura de la iglesia pueden volver a centrar el motivo por el que nos reunimos: proyectar una visión de vida completa; centrarnos en la primera línea; pasar de la atención pastoral al equipamiento pastoral; compartir historias de cómo Dios actúa en la vida cotidiana… El mayor problema no es nuestra imaginación, sino nuestra voluntad. ¿Es esto lo que realmente queremos?

En nuestro viaje hacia el Cuarto Congreso de Lausana y después, oro para que, al avanzar, hagamos discípulos de todas las naciones, llevándolos a la obediencia de Cristo como un reino tangible que se experimenta dondequiera que pongamos nuestros pies.

Como Bryn Gillette plasmó tan poderosamente en su cuadro (ver al lado) que representa este pilar de Lausana, solo mediante la formación de discípulos llena del Espíritu la iglesia se convertirá en esta esposa inmaculada preparada para su esposo que regresa, Cristo. Se trata de una visión planetaria, que lleva la llama a todos los países con la belleza de la santidad, reflejando la humildad, la integridad y la sencillez de Cristo mismo,[20] que atrae a personas de todas las tribus, lenguas y naciones. Porque somos del Señor. Y solo él es digno. Oremos, entonces, para que podamos construir iglesias que hagan discípulos para cada pueblo y lugar, para que podamos demostrar y declarar a Cristo juntos: una iglesia toda que lleva todo el evangelio a todo el mundo.

Endnotes

  1. Emmanuel Ogamdi, ‘Have Churches Become Just Another Social Gathering?Medium, June 22, 2023.
  2. Ver El Compromiso de Ciudad del Cabo, sección A9, “Amamos al pueblo de Dios”: “Jesús convoca a todos sus discípulos a ser una familia entre las naciones, una comunidad reconciliada en la que todas las barreras pecaminosas han sido derribadas por medio de su gracia reconciliadora. Esta iglesia es una comunidad de gracia, obediencia y amor en la comunión del Espíritu Santo, en la cual se reflejan los gloriosos atributos de Dios y las características de la gracia de Cristo, y se exhibe la multicolor sabiduría de Dios. Como la expresión actual más vívida del reino de Dios, la iglesia es la comunidad de los reconciliados que ya no viven para sí mismos, sino para el Salvador que los amó y se entregó por ellos”.
  3. Hugh Halter and Matt Smay, The Tangible Kingdom: Creating Incarnational Community (Jossey-Bass, 2008). See also Rei Lemuel Crizaldo, ‘Missional People: A Sabbatical, Sent-out, and Sustained Community,’ Lausanne Blog, December 19, 2023; Christopher Wright, The Great Story and the Great Commission: Participating in the Biblical Drama of Mission (Baker Academic, 2024), 60–86. Inherentes a la Gran Comisión hay tres puntos de misión que la refuerzan: edificar la iglesia, servir a la sociedad y cuidar la creación. La edificación de la iglesia se realiza «mediante la evangelización y la enseñanza; llevando a pecadores individuales al arrepentimiento, la fe, el bautismo y la obediencia como discípulos de Jesucristo; y edificándolos hasta la madurez en la comunión del pueblo santo de Dios».
  4. Neil Hudson, Scattered & Gathered: Equipping Disciples for the Frontline (IVP, 2019).
  5. Lesslie Newbigin, ‘On Being the Church for the World’, in Giles Ecclestone (ed.), The Parish Church (Mowbray, 1988), 37–38. 
  6. Shared at an LICC event in London, 2011. For more, see his book, Disciples and Citizens: A Vision for Distinctive Living (IVP, 2007).
  7. Ross Hastings, ‘Vocation from Union with Christ: Overcoming Dualisms in the Calling of the Church’, The Regent World, iss. 33, no. 1 (April 20, 2021). See also Lesslie Newbigin, The Gospel in a Pluralist Society (Eerdmans, 1989), 227–228.
  8. Dietrich Bonhoeffer, Sanctorum Communio (Fortress Press, 2009), 199, 141. Ver también El Pacto de Lausana, artículo 6: “La iglesia es la comunidad del pueblo de Dios, más que una institución, y no debe ser identificada con ninguna cultura, sistema social o político, o ideología humana específicos”.
  9. John Mark Comer, Practicing the Way: Be With Jesus, Become Like Him, Do as He Did (Form, 2024).
  10. Ser una «paloma sabia» era valorado en la Iglesia antigua como el mejor testimonio ante un mundo pagano desconcertado. Por ejemplo, el manual de discipulado del siglo III Didascalia Apostolorum (La enseñanza de los Apóstoles) fue ideado para ayudar a reformar a los paganos que se habían comprometido a seguir el camino de Jesús, pero que ahora se enfrentaban a la persecución por esta costosa decisión. Nos ofrece una imagen de cristianos reales que dedicaban sus acciones cotidianas a Cristo, imitando sus enseñanzas con paciencia. Eran elogiados por ser «como palomas sabias, en paz unos con otros, esforzándose por llenar la iglesia».  See Alan Kreider, The Patient Ferment of the Early Church: The Improbable Rise of Christianity in the Roman Empire (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2016), 223–242.
  11. Mark Greene, en el Tercer Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial de 2010, criticó esta estrategia misionera primaria de la iglesia, que parecía ser: «Reclutar al pueblo de Dios para que renuncie a parte de su tiempo libre para apoyar las iniciativas misioneras de los trabajadores remunerados de la iglesia». Ver su manifiesto, ‘The Great Divide’ (La gran división) en línea aquí.
  12. Lesslie Newbigin, The Gospel in a Pluralist Society (SPCK, 1989), 139.
  13. Neil Hudson, Imagine Church: Releasing Whole Life Disciples (IVP, 2012). See also core LICC publications toward this end, such as ‘Frontline Sundays’, ‘Leading a Whole-Life disciple-making Church’, ‘Sustaining Whole-Life disciple-making Church’, and more to support whole-life disciple-making churches.  
  14. David Benson, ‘A Litany of Practices,’ Practical Theology vol. 12, iss. 3 (2019), 253–256. For examples of such practices, see here.
  15. James K. A. Smith, Desiring the Kingdom: Worship, Worldview, and Cultural Formation (Baker Academic, 2009), 155–215. Ver también El Manifiesto de Manila de Lausana, sección B8 sobre “La iglesia local”: “La iglesia es entonces una comunidad que adora y una comunidad que testifica, reunida y esparcida, llamada y enviada».
  16. See the work of David Fitch with his ‘7 Practices for the Church on Mission’, outlined in most detail in his book, Faithful Presence: Seven Disciplines that Shape the Church for Mission (IVP, 2016), explored here
  17. Dallas Willard, The Great Omission: Reclaiming Jesus’s Essential Teachings on Discipleship (Monarch Books, 2006).
  18. Lucy Peppiatt, The Disciple: On Becoming Truly Human (Cascade Books, 2012), 12.
  19. See Global Listening Team, ‘Analysis of Lausanne 4 Listening Calls,’ Lausanne Movement (2023), 5–6, 13, 32–33, 59, 66.  20. See the 2010 Lausanne Covenant, section IIE.

Biografía del autor

Dave Benson

Dave Benson es un destacado pensador e investigador sobre el papel de la fe en la cultura occidental del siglo XXI. Es el director de cultura y discipulado de London Institute for Contemporary Christianity (LICC). Su misión es cultivar discípulos con sabiduría para el camino de Cristo en una cultura postcristiandad. Dave es el editor principal de Transforming Vocation: Connecting Theology, Church, and the Workplace for a Flourishing World (Wipf & Stock 2021).