La injusticia y opresión racial sistémica es un virus que impacta no en nuestros cuerpos sino en nuestras almas. En este vídeo, Michael Oh, Director Ejecutivo Mundial / CEO del Movimiento de Lausana, reflexiona sobre las palabras de El Compromiso de Ciudad del Cabo que recuerda a la iglesia nuestra necesidad de abrazar la plenitud del poder reconciliador del evangelio, y de ser faros y portadores de esperanza a través de un estilo de vida de reconciliación.
Edited Transcript of the video message
Hermanos y hermanas de todo el mundo:
Estos son tiempos inusuales y parece que semana tras semana se vuelve más difícil encontrar aun las palabras adecuadas.
Hace unas semanas todo el mundo hablaba de COVID-19, y ahora estamos siendo testigos de los efectos de otro virus, excepto que este no impacta en nuestros cuerpos, sino en nuestras almas.
Como líderes del Movimiento de Lausana, nuestros corazones se han estado rompiendo al ser testigos de los sucesos que precedieron y siguieron a la trágica muerte de George Floyd. Las protestas espontáneas que estallaron en todo los Estados Unidos, junto con las manifestaciones a gran escala en numerosas ciudades del mundo, evidencian el profundo anhelo de la humanidad por el amor, la justicia, la reconciliación y la paz.
Personalmente, he sentido agonía al ver desarrollarse estas cosas, y he tenido conversaciones dolorosas y llorosas, pero llenas de esperanza, con mis hermanos y hermanas afroamericanos y mis hermanos y hermanas africanos.
Y mientras luchaba con lo que podía y debía decirse en un momento como éste, decidí leer una sección de El Compromiso de Ciudad del Cabo redactado por un equipo de eruditos y pastores de todo el mundo en el 3er Congreso de Lausana, celebrado en Sudáfrica. Esto fue escrito hace 10 años, pero no podría ser más pertinente hoy.
Aquí está, entonces la sección II-B-2:
La paz de Cristo en el conflicto étnico
La diversidad étnica es el don y el plan de Dios en la creación. Ha sido arruinada por el pecado y el orgullo humanos, que han producido confusión, confrontación, violencia y guerras entre naciones. Sin embargo, la diversidad étnica será preservada en la nueva creación, cuando personas de cada nación, tribu, pueblo y lengua se reunirán como el pueblo redimido de Dios.
Confesamos que a menudo no tomamos en serio la diversidad étnica ni la valoramos como lo hace la Biblia, en la creación y la redención. No respetamos la identidad étnica de los demás y no tomamos en cuenta las profundas heridas que causa esta falta de respeto a largo plazo.
Instamos a los pastores y líderes de iglesias a enseñar la verdad bíblica acerca de la diversidad étnica. Debemos afirmar positivamente la identidad étnica de todos los miembros de la iglesia. Pero debemos mostrar también cómo nuestras lealtades étnicas están viciadas por el pecado, y enseñar a los creyentes que todas nuestras identidades étnicas están subordinadas a nuestra identidad redimida como la nueva humanidad en Cristo a través de la cruz.
Reconocemos con dolor y vergüenza la complicidad de los cristianos en algunos de los contextos más destructivos de violencia y opresión étnicas, y el lamentable silencio de grandes partes de la Iglesia cuando ocurren este tipo de conflictos.
Estos contextos incluyen la historia y el legado del racismo y la esclavitud negra, el holocausto contra los judíos, el apartheid, las “limpiezas étnicas”, la violencia sectaria entre cristianos, la aniquilación de poblaciones indígenas, la violencia interreligiosa, política y étnica, el sufrimiento de los palestinos, la opresión de las castas y el genocidio tribal. Los cristianos que, por su acción o inacción, agravan la condición rota del mundo, socavan seriamente nuestro testimonio del evangelio de la paz.
Por lo tanto:
Por el bien del evangelio, hacemos lamentación y llamamos al arrepentimiento allí donde los cristianos han participado en la violencia, injusticia u opresión étnicas. También llamamos al arrepentimiento por las muchas veces que los cristianos han sido cómplices en estos males con el silencio, con la apatía o la supuesta neutralidad, o brindando una justificación teológica defectuosa para tales actitudes.
Si el evangelio no está profundamente arraigado en el contexto, desafiando y transformando las cosmovisiones subyacentes y los sistemas de injusticia, entonces, cuando llega el día malo, la lealtad cristiana es descartada como un manto indeseado y las personas revierten a lealtades y acciones no regeneradas. La evangelización sin discipulado, o el avivamiento sin una obediencia radical a los mandamientos de Cristo, no son sólo deficientes; son peligrosos.
Anhelamos el día en que la Iglesia sea el modelo de reconciliación étnica más brillante en el mundo y su defensor más activo en la resolución de conflictos. Esta aspiración, arraigada en el evangelio, nos llama a:
1. Abrazar la plenitud del poder reconciliador del evangelio y enseñarlo de manera correspondiente.
Esto incluye una plena comprensión bíblica de la expiación: que Jesús no sólo llevó nuestro pecado en la cruz para reconciliarnos con Dios, sino que destruyó nuestra enemistad, para reconciliarnos unos con otros.
2. Adoptar el estilo de vida de la reconciliación.
En términos prácticos, esto se demuestra cuando los cristianos: perdonan a sus perseguidores, mientras desafían valientemente la injusticia en defensa de los demás; dan ayuda y ofrecen hospitalidad a prójimos que están “del otro lado” de un conflicto, tomando iniciativas para cruzar barreras en busca de la reconciliación; siguen testificando de Cristo en contextos violentos; y están dispuestos a sufrir y aun a morir antes que tomar parte en acciones de destrucción o venganza; participan en el proceso de sanación de heridas a largo plazo luego de conflictos, haciendo de la Iglesia un lugar seguro de refugio y sanidad para todos, incluyendo a antiguos enemigos.
3. Ser faros y portadores de esperanza.
Damos testimonio de Dios, que estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Es exclusivamente en el nombre de Cristo, y en la victoria de su cruz y su resurrección, que tenemos autoridad para confrontar los poderes demoníacos del mal que agravan los conflictos humanos, y tenemos poder para ministrar su amor y paz reconciliadores.