Con profunda preocupación, los cristianos de todo el mundo son testigos de los sucesos que precedieron y siguieron a la trágica muerte de George Floyd, en mayo de 2020, bajo custodia policial. Las protestas espontáneas que estallaron en todo Estados Unidos, junto con las manifestaciones a gran escala en numerosas ciudades de todo el mundo, evidencian el profundo anhelo de la humanidad por el amor, la justicia, la reconciliación y la paz. Esta serie de acontecimientos también pone al descubierto nuestra defectuosa humanidad que abusa del poder, explota a los vulnerables, ignora a las víctimas, desata violencia y exige venganza. El desequilibrio de poder que sigue dividiendo a la iglesia y al mundo nos llama al arrepentimiento continuo y al uso responsable del poder. Estamos llamados a vivir como miembros de un solo cuerpo, plenamente conscientes de que Dios resiste a los orgullosos, Cristo acoge a los pobres y afligidos, y el poder del Espíritu se manifiesta en nuestra humildad y vulnerabilidad.
En el corazón del evangelio que une a los cristianos de todas las naciones, razas y lenguas está la demostrada afirmación de Dios de justicia y reconciliación. Por un lado, por el hecho de que su muerte ocurrió a instancias de autoridades crueles e injustas, Jesucristo puede identificarse hoy con cada víctima de injusticia sistémica en nuestro mundo. Por otro lado, por el hecho de que sus sufrimientos y muerte fueron abnegados, en obediencia a la voluntad del Padre y con el fin de eliminar la ofensa del pecado humano que se interponía en nuestra relación tanto con Dios como con los demás, Jesucristo es excepcionalmente capaz de abrir la puerta al perdón, la reconciliación y la paz, y nos ha confiado el mensaje de la reconciliación en y por medio de él. Estamos llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo, conteniendo la decadencia de nuestro tiempo y superando la oscuridad que amenaza con envolvernos.
Este evangelio de esperanza y paz ha sido confiado a la iglesia, el pueblo de Dios. Debe ser encarnado en nuestros estilos de vida, demostrado por nuestras acciones y explicado por nuestra voz. Nuestro Señor Jesucristo llama a su iglesia hoy a ser mayordomos fieles que promuevan estos valores con nuestra presencia empática, acciones valientes y solidarias, y palabras proféticas y pastorales. Debemos solidarizarnos con quienes sufren discriminación y violencia, y cooperar prontamente con quienes aspiran a cumplir su mandato de salvaguardar el bienestar de la sociedad.
Estamos en el mundo, pero no somos de él; sin embargo, reconocemos sin reparos nuestras debilidades y prejuicios inherentes que amenazan con comprometer nuestro testimonio del evangelio del reino. A través de nuestras fervientes oraciones y con la dependencia del Espíritu Santo, la comunidad cristiana mundial se une a sus hermanos y hermanas estadounidenses para hacer brillar un faro de verdad, esperanza y paz en un mundo amenazado por siniestras olas de renovada oscuridad. “Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales” (Efesios 6:12).
La diversidad étnica es el don y el plan de Dios en la creación.[62] Ha sido arruinada por el pecado y el orgullo humanos, que han producido confusión, confrontación, violencia y guerras entre naciones. Sin embargo, la diversidad étnica será preservada en la nueva creación, cuando personas de cada nación, tribu, pueblo y lengua se reunirán como el pueblo redimido de Dios.[63] Confesamos que a menudo no tomamos en serio la diversidad étnica ni la valoramos como lo hace la Biblia, en la creación y la redención. No respetamos la identidad étnica de los demás y no tomamos en cuenta las profundas heridas que causa esta falta de respeto a largo plazo.
Por el bien del evangelio, hacemos lamentación y llamamos al arrepentimiento allí donde los cristianos han participado en la violencia, injusticia u opresión étnicas. También llamamos al arrepentimiento por las muchas veces que los cristianos han sido cómplices en estos males con el silencio, con la apatía o la supuesta neutralidad, o brindando una justificación teológica defectuosa para tales actitudes.
Anhelamos el día en que la Iglesia sea el modelo de reconciliación étnica más brillante en el mundo y su defensor más activo en la resolución de conflictos.
-Extractos de El Compromiso de Ciudad del Cabo, II-B-2
Ivor Poobalan, Copresidente del Grupo de Trabajo de Teología de Lausana
Victor Nakah, Copresidente del Grupo de Trabajo de Teología de Lausana