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Uno de mis mejores amigos me pidió oficiar en su boda. La familia de mi amigo, el novio, era del sur de Asia y de India, y estaba muy orgulloso de su herencia cultural. Había prometido que los invitados a la recepción, en particular, experimentarían una inmersión profunda en la cultura india. Ciertamente fue una experiencia culturalmente única, y una noche que siempre recordaría.

Al acercarse el evento, le dije: “Siento envidia de ti. ¡Tienes una cultura tan asombrosa! Debe ser un gran privilegio poder reflejar esa hermosa cultura durante el fin de semana de tu boda. Ojalá tuviera una cultura también”.

Mi amigo se puso muy serio y dijo: “Daniel, tal vez seas blanco, pero no dejes que eso te sosiegue para que pienses que no tienes una cultura. La cultura blanca es muy real. De hecho, cuando la cultura blanca entra en contacto con otras culturas, casi siempre gana. Así que sería una muy buena idea que aprendas acerca de tu cultura”.

Una de las razones por las que puede ser difícil para quienes somos blancos reconocer la presencia de la cultura blanca es que se ha vuelto la forma “normal” a través de la cual juzgamos a todas las demás culturas.

Difícilmente podría exagerar cuán desprevenido me tomó este comentario. Nunca había considerado siquiera la posibilidad de “lo blanco” como una cultura. Ahora él me estaba diciendo que no solo que lo blanco era una cultura sino que, cuando entraba en contacto con otras culturas, siempre ganaba. Parecía evidentemente injusto agruparme con todas las demás personas blancas que había conocido, y orillaba lo ofensivo decir que mi supuesta cultura operaba desde una mentalidad intrínsecamente superior.

Pero no podía sacarme de encima el impacto de sus palabras. De modo que emprendí una búsqueda. Reconozco que mis motivos eran variados —una parte importante de mí quería demostrar que él estaba equivocado—, pero también quería entender genuinamente esta idea de la cultura blanca. Quería saber si era real y, si lo era, entender qué significaba. Y quería determinar si la cultura blanca realmente “gana” cuando entra en contacto con otras culturas.

La búsqueda comenzó hace casi 25 años. Ha remodelado la dirección de mi vida a lo largo de ese tiempo, y ha tenido también implicaciones profundas sobre cómo entiendo la dimensión plena de la vida cristiana. Para los propósitos de este artículo, quisiera enfocarme específicamente en el impacto de la cultura blanca sobre la misión y cómo determina la forma en que damos testimonio de Cristo y su reino. En Mateo 28:19, Jesús nos comisiona a ir y hacer discípulos de todas las naciones (ethnē); de modo que, claramente, la relación entre testimonio y etnicidad es de suma importancia al considerar la misión.

Lo que mi amigo me dijo en su boda es un marco útil para encarar la relación entre la cultura blanca y la misión, y cómo podemos dar testimonio mejor de Cristo y su reino:

  1. La cultura blanca es real.
  2. Cuando entra en contacto con otras culturas, la cultura blanca gana.

La cultura blanca es real

Una de las razones por las que puede ser difícil para quienes somos blancos reconocer la presencia de la cultura blanca es que se ha vuelto la forma “normal” a través de la cual juzgamos a todas las demás culturas.

He encontrado que el trabajo del sociólogo británico Alistair Bonnet ayuda a traer mayor claridad a este fenómeno. Bonnet realizó una amplia investigación sobre la cultura blanca, tanto en EE.UU. como en el Reino Unido. Notó que había algo singular en la cultura blanca, especialmente cuando era observada con relación a culturas no blancas: en ambos países la cultura blanca es la “norma” según la cual todas las demás identidades culturales son evaluadas. Es un “lugar inmutable y no problemático, una posición desde la cual todas las demás identidades llegan a ser marcadas por su diferencia”.[1] Con la cultura blanca como base de referencia, evaluamos la cultura de todos los demás en base a las normas que asociamos con la cultura blanca.

Esta tendencia de normalizar la cultura blanca no es solo un reto secular, sino que tiene un impacto tremendo sobre la misión mundial también. Tomé una clase de seminario con un profesor blanco racialmente consciente años atrás, y él estaba convencido de esta misma hipótesis. Instaba constantemente a sus estudiantes a involucrarse en un autoexamen consciente de lo que asumíamos como culturalmente “normal” y nos desafiaba a tener un cuidado especial con las formas en que normalizábamos la teología blanca. Esta afirmación era especialmente difícil para uno de los estudiantes blancos del seminario que estaba seguro de que él era culturalmente neutro en su enfoque de la teología. Desafió al profesor a ilustrar una manera concreta en que la cultura blanca estaba normalizada en el mundo de la teología.

El profesor puso en la pantalla un catálogo de clases en línea ofrecidos por el seminario. Señaló que eran clases fundamentales y obligatorias que solo eran denominadas “teología”, pero entre las clases optativas ofrecidas había una colección de clases de teología adicionales: teología negra, teología latina, teología asiática, etc. Preguntó de manera retórica dónde estaba la categoría “teología blanca”. Por supuesto, no había ninguna. Explicó que la teología transmitida a nosotros por los antepasados blancos es considerada como el estándar normal, por defecto, para la teología. La teología de todos los demás era definida con relación a lo blanco.

Hay muchas formas en las que normalizamos la cultura blanca. Es real, y si no aprendemos a reconocerlo, la cultura blanca permanecerá como la norma incuestionada mediante la cual todas las demás culturas son evaluadas en nuestros esfuerzos misionales.

La cultura blanca gana

Sin embargo, normalizar la cultura blanca palidece en comparación con el más profundo de los problemas. Génesis 1 nos dice que el clímax del orden creado de Dios es la humanidad, que fuimos creados a la misma imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, el constructo social de la raza fue diseñado para comunicar un plan muy diferente: que el valor humano está determinado por dónde una persona cae en la jerarquía racial. Ciertas razas en EE.UU. han sido consideradas mejores que otras (léase, la blanca), permitiendo el florecimiento de males como la colonización y la esclavitud.[2]

El constructo de la raza fue edificado sobre el relato de que algunos seres humanos son más valiosos que otros, y que lo blanco ha sido el pináculo de la jerarquía racial desde su principio.

Esto es, en parte, lo que hace que sea tan difícil ver y entender la cultura blanca. Un análisis reflexivo de esta cultura sin duda revelará muchas cualidades positivas, pero también nos enfrenta con el secreto pecaminoso de su origen. El constructo de la raza fue edificado sobre el relato de que algunos seres humanos son más valiosos que otros, y que lo blanco ha sido el pináculo de la jerarquía racial desde su principio.

Todo cristiano consciente rechazará y repudiará esta idea de una jerarquía racial, ya que su existencia es una burla de Dios. La pregunta mayor es si podemos desarrollar la sabiduría para analizar los aspectos de la cultura blanca que siguen perpetuando esta jerarquía racial, aun cuando denunciemos individualmente su existencia.

A modo de ilustración, como parte de mi programa doctoral dediqué un día a visitar varias iglesias en el centro de una importante ciudad de EE.UU. Se me asignó otro pastor con el cual compartimos la tarea de experimentar el cuerpo de Cristo en sus diferentes formas y luego hacer un informe sobre lo que pudimos aprender de cada visita.

John Petts (Welsh, 1914-91), Crucifixion,

Una de las paradas fue una famosa iglesia negra que tenía un mural con un Jesús negro. Este pastor experimentó una fuerte incomodidad ante la imagen de un Jesús negro. Cuando hicimos el informe, le pregunté por qué. Me dijo que era sacrílego describir a Jesús de una forma históricamente imprecisa, y hubiera deseado no haber visitado esta iglesia.

Como parte de su tradición había visto cientos de representaciones de Jesús como un hombre blanco. Durante siglos es la forma en que Jesús ha sido descrito en el arte occidental, a menudo con rasgos europeos, como ojos azules y cabello claro. Esto es, obviamente, inexacto desde un punto de vista histórico, pero eso no nos ha impedido aceptar esa imagen.

Le pregunté si había sentido un nivel similar de incomodidad cada vez que había visto a Jesús representado como blanco. Dijo que no, y la contradicción entre las dos experiencias fue evidente inmediatamente. Pero intentó defender la diferencia. Le recordé que no solo Jesús era judío, un hombre de Oriente Próximo, sino que, como carpintero, seguramente pasaba mucho tiempo al sol. Si uno tuviera que adivinar de qué lado de espectro oscuro-claro estaría su piel, sería razonable suponer que era oscura. Si fuéramos a hacer una conjetura bien fundamentada en cuanto a qué descripción erá más precisa históricamente, sin duda sería el mural con el Jesús negro.

Sin embargo, la precisión histórica no era de lo que trataba la incomodidad de este pastor en última instancia. El tema más profundo era uno de superioridad cultural. Por razones de las que este pastor ni siquiera estaba consciente en su interior, simplemente parecía más cómodo ver a Jesús como un hombre blanco que como un hombre negro.

Pasos siguientes

Nunca olvidaré el día que mi amigo en su boda me dijo que yo tenía una cultura, y que debía aprender acerca de ella. Mi amigo había abierto una puerta gigantesca y había dejado que yo decidiera si quería atravesarla. Creo que es donde quienes somos llamados a participar en la misión mundial estamos parados en este mismo momento.

¿Qué podemos hacer después, una vez que comenzamos a despertar a esta realidad? Aquí hay algunas esferas de interés sugeridas al avanzar en nuestra travesía:

  1. Aprender a ver la cultura blanca. Suele usarse la metáfora de que personas blancas tratando de ver la cultura blanca es como un pez tratando de analizar el agua en la que vive. Está rodeado por ella y no puede verla. El agua es la cultura blanca que nos rodea, y puede parecer difícil, y aun inquietante, dar un paso afuera. Sin embargo, debemos aprender a ver que la cultura blanca es real, y aprender a analizarla y criticarla, por el bien del evangelio.
  2. Aumentar nuestra comprensión de la intersección entre el constructo de la raza y el desarrollo de la cultura blanca: la idea de “lo blanco” es una construcción humana, atada a la creación pecaminosa de nuestra jerarquía racial moderna. Es un paso útil pero pequeño repudiar la pecaminosidad que apuntala la jerarquía racial. El trabajo más profundo es aprender a detectar formas en que los relatos detrás de este constructo racial siguen influyendo en nuestro enfoque de la misión mundial.
  3. Profundizar nuestro análisis teológico del constructo de la raza: una de las razones por las que a los misioneros blancos (en especial) les cuesta tanto detectar y criticar la presencia de relatos raciales es que no hemos recibido una teología suficientemente fuerte como para apoyar este trabajo. Hay mucha teología valiosa para aplicar a esta tarea: “imago Dei, el reino de Dios, el muro de enemistad que nos separaba, la renovación de la mente, verdad vs. mentiras”, etc. Solo tenemos que aprender a integrar estos conceptos a nuestra cosmovisión bíblica.
  4. Examinar las formas en que lo blanco ha dado forma a la misión mundial. A medida que profundicemos nuestra capacidad de ver el desarrollo histórico de la raza, podemos entonces ver más claramente las formas en que los elementos fundamentales de la misión han sido modelados por la cultura blanca. En tal sentido, debemos reexaminar constantemente nuestros supuestos y enfoques, y asegurarnos de que no se mantengan cautivos de ideologías blancas. ¿Cómo pensamos en la evangelización? ¿Y el discipulado? ¿Y la forma que debe funcionar la iglesia? Estas son todas preguntas clave, pero han sido hechas históricamente a través de una lente blanca. Debemos aprender a liberarnos de esa cautividad por el bien de dar un testimonio auténtico y poderoso de Cristo y su reino.

Notas

  1. Alistair Bonnett, ‘White Studies: The Problems and Projects of a New Research Agenda’, Theory, Culture & Society 13, no. 2 (1996): 146.
  2. Nota del editor: Ver el artículo de Paula Fuller “From Ferguson to Charleston” en el número de septiembre 2015 de Lausanne Global Analysis https://lausanne.org/content/lga/2015-09/from-ferguson-to-charleston.

Créditos fotográficos

‘Crucifixion’ by John Petts (commons.wikimedia.org).

Daniel Hill, autor de White Awake y de 10:10: Life to the Fullest, es el fundador y pastor principal de River City Community Church, en el barrio Humboldt Park al oeste de Chicago. Antes de iniciar River City, Daniel formó parte de varios inicios de empresas dot.com en la década de 1990 antes de servir cinco años en el personal de Willow Creek Community Church en los suburbios de Chicago. Daniel tiene su licenciatura en Negocios de Purdue University, su licenciatura en Teología de Moody Bible Institute, su certificado en Desarrollo Comunitario y Económico Basado en la Iglesia de Harvard Divinity School y su doctorado en Ministerio de Northern Seminary.