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Poco después de los Juegos Olímpicos de Río, Brasil sometió a juicio político a su segundo presidente en 24 años, en circunstancias controvertidos y en medio de profundas divisiones políticas en el país. Los cristianos brasileños no se han librad de esta polarización, que afecta relaciones dentro de familias, sin mencionar iglesias y denominaciones.

Según todas las indicaciones, no es el final de la crisis política en Brasil, sino solo una etapa más en una batalla de que está lejos de terminar. Además, esta polarización cristiana en contextos políticos divisivos no está confinada a Brasil.

Por lo tanto, es importante seguir articulando principios que puedan guiar a líderes cristianos para saber cómo responder en contextos polarizados y divisivos como estos.

Primer principio: saber cómo comportarse en más importante que saber qué postura adoptar

En un momento en que la política amenaza desgarrar la comunidad cristiana brasileña (tal vez aún más que la sociedad como un todo), queremos sugerir algunos principios para el debate político. Toman en cuenta que este momento pasará y que, en unos pocos años, los cristianos ya no tendrán que tener una opinión acerca de los políticos actuales, sino que tendrán que vivir juntos como hermanos y hermanas en la fe, y dar un ejemplo de seriedad y sabiduría a la sociedad como un todo.

De ahí la importancia de cultivar el pluralismo político natural de la comunidad cristiana, de saber cómo discutir y discrepar sin excomulgarse mutuamente o torcer las motivaciones del otro. Debemos recordar que la política, si bien es algo muy serio, pertenece al mundo de lo relativo y no lo absoluto, a la esfera de las convicciones, pero no (con raras excepciones) a la esfera de las doctrinas básicas de la fe.

Segundo principio: cultivar la reticencia política cristiana

En la política, el cristianismo está caracterizado por cierta reticencia, una vacilación, una falta de dogmatismo, un amplio espacio de libertad para el legítimo desacuerdo entre creyentes. Esta reticencia surge, en parte, de los orígenes históricos de la fe.

Algunas comparaciones con el islam nos ayudan a entender lo que significa esto:

  • El fundador del islam gobernó un estado; el fundador del cristianismo fue muerto por el estado.
  • Los seguidores del primero disfrutaron de poder político desde el inicio; los seguidores del segundo pasaron 300 años sin poder político, como una comunidad voluntaria, trasnacional y transétnica. Fue durante este período que fueron redactadas sus escrituras normativas.

Ésta es la razón por la que el cristianismo por lo general tiene una menor “autoconfianza” política que el islam, por la que se siente menos libre de ejercer poder en el nombre de Dios o crear “recetas” políticas en nombre de la fe.

Además, el concepto cristiano de revelación es que Dios se reveló a lo largo del tiempo, de diversas formas y en circunstancias muy diferentes, culminando en la encarnación del Hijo de Dios. Hubo, en realidad, varios mundos bíblicos:

  • El Nuevo Testamento fue escrito para la comunidad cristiana primitiva, que era un pequeño grupo transnacional sin ningún control sobre un territorio, sin acceso al poder político y sin ninguna posibilidad de formular legislación. Cualquiera que intente formular una “política cristiana” solo a partir del Nuevo Testamento pronto se encuentra con el problema de un vacío político, especialmente en un contexto democrático donde los ciudadanos son llamados a participar en la conformación de las autoridades. Es por esto que la postura por defecto del cristianismo primitivo es la distancia de la política.
  • El Antiguo Testamento, escrito para una comunidad nacional que tuvo que tratar con cuestiones reales de territorio, ley, poder y fuerza, tiene que ser leído a la luz de la revelación final de Dios en Cristo. Ningún país moderno, por muchos cristianos que contenga, está en la misma situación que el Israel del Antiguo Testamento. Es por esto que la política cristiana siempre está menos segura de sí misma que (por ejemplo) la mayoría de los enfoques islámicos.

Otro factor es que, como suele decirse, la política es el arte de lo posible, y los fenómenos políticos de una sociedad moderna son sumamente complejos. Como resultado, dos personas que deducen los mismos principios de la Biblia igual podrán discrepar radicalmente acerca de los que es posible y aconsejable hacer ahora, en nuestro país.

Jesús nos advirtió que “evitemos la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mt 16:6). Si bien eran muy diferentes entre sí, ambos grupos absolutizaban lo que tendría que haber sido relativizado a la luz de Cristo. Hoy, un ejemplo de esta levadura es poner la fe cristiana al servicio de una postura política específica. Esta politización de la identidad cristiana es desastrosa para la iglesia, y es idolátrica, porque absolutiza nuestras opiniones relativas y las pone en el mismo nivel que las doctrinas centrales de la fe.

Tercer principio: distinguir las diferentes discusiones

Hoy, en Brasil, hay por lo menos cuatro preguntas que se entremezclan, y el hecho de no separarlas hace muy difícil la discusión:

  1. si la presidenta Dilma Rousseff merecía ser sometida a un impeachment;
  2. la corrupción como un problema generalizado en la política brasileña;
  3. preferencias partidarias acerca de quiénes quisiéramos que estuvieran en el poder; y
  4. cuestiones ideológicas más grandes (neoliberalismo, neoconservadurismo, socialdemocracia, socialismo, etc.)

Cuarto principio: evitar el pensamiento dicotómico y reconocer las muchas posturas posibles

No hay solo dos posturas posibles (a favor o en contra del impeachment). Preocuparse por las fallas de procedimiento (en el Congreso y en las investigaciones) no es lo mismo que defender a ésta u otra persona. Es peligroso aceptar un procedimiento altamente falible solo porque las personas afectadas están políticamente del otro lado de nosotros.

En parte, los problemas surgen entre un desajuste entre el presidencialismo y el parlamentarismo. En un sistema parlamentario, una primera ministra Rousseff caería a través de una simple moción de censura, sin la necesidad de un proceso de destitución. Dado que eso no es posible en nuestro sistema presidencial, se está usando el mecanismo constitucional del impeachment. Pero esto abre un peligroso precedente, al ser un mecanismo que ha sido ideado solo para situaciones excepcionales, y no como una forma conveniente de remover a un jefe de gobierno impopular.

Dadas las complejidades, debemos reconocer las múltiples posiciones que podrían adoptarse dentro de la comunidad cristiana y tratar de entender los mejores argumentos del otro lado, en vez de creer las caricaturas diseminadas por gran parte de los medios.

Quinto principio: ir más allá del moralismo simplista en la perspectiva cristiana sobre la corrupción

Para los cristianos que entienden poco acerca de la política, la corrupción parece ser un tema político que es fácil de entender simplemente transfiriendo valores morales personales a la esfera pública. Los políticos astutos —incluyendo los cristianos— se aprovechan de esto e intentan movilizar sus bases y justificar su propia presencia en los parlamentos. Sin embargo, la visión cristiana de la corrupción es mucho más sofisticada que esto:[1]

  • Los cristianos consideran que el carácter radical del pecado afecta no solo a individuos sino también a todos los grupos e instituciones, incluyendo a las iglesias y los partidos políticos, sin excepción. Los cristianos deberían ser mucho menos susceptibles que la mayoría a cualquier sentimiento mesiánico alrededor de cualquier persona o partido, y sorprenderse mucho menos ante las inevitables desilusiones.
  • El cristianismo ofrece una visión equilibrada entre la renovación individual e institucional. La corrupción está relacionada tanto con las instituciones como con factores culturales, y estas dos renovaciones se refuerzan mutuamente en el combate contra la corrupción. Una reducción sustancial de la corrupción lleva mucho tiempo, e involucra trabajo en varios frentes.

La “comunión” humana universal en el pecado es una de las grandes justificaciones para la democracia; nadie merece tener poderes ilimitados y no supervisados sobre sus semejantes. Es, también, uno de los principales argumentos a favor de la preocupación política por la desigualdad social. El cristianismo es realista: siempre que hay desigualdad, habrá opresores y oprimidos. Por esa razón, amar a nuestro prójimo involucra esfuerzos por debilitar las estructuras desiguales que engendran la opresión.

La visión cristiana del mundo nos ayuda también a recordar que Brasil ya ha estado en este lugar antes (en 1992, con el impeachment del presidente Fernando Collor). La campaña anticorrupción es sumamente necesaria, pero no resolverá el problema de una vez por todas, y ciertamente será aprovechada para otros fines políticos y económicos.

Cualquier mejora será meramente temporal si no hay ninguna reforma política, especialmente en los sistemas electoral y partidario. El sistema electoral de representación proporcional con listas abiertas es responsable de una parte considerable de la corrupción política brasileña. (Es responsable también de los grandes “caucus evangélicos” en los parlamentos federal, estatales y municipales, lo cual significa que es improbable que los políticos evangélicos tengan un papel constructivo en el combate a la corrupción.)

Sexto principio: distinguir entre un ideal y el portador de ese ideal

Todos los proyectos humanos terminan por desilusionarnos. Sin embargo, la desilusión con el portador de un ideal no tiene que llevar a abandonar el ideal mismo (así como la desilusión con una iglesia específica no tiene que llevar a abandonar la fe cristiana). Debemos saber cómo criticar y, si es necesario, abandonar a un portador particular, sin rechazar necesariamente el ideal que el portador decía representar.

En círculos cristianos, la tarea de distinguir entre el ideal y el portador se dificulta por un uso tendencioso de la palabra “ideología” como una palabrota para criticar a nuestros adversarios políticos. Ellos son ideológicos; nosotros, no. Es mejor decir que todos tenemos nuestras ideologías, por el solo hecho de ser seres humanos en una ubicación social particular, con nuestras limitaciones e intereses. Ninguno de nosotros tenemos una visión de “ojo de Dios”.

Hoy enfrentamos dos tentaciones: rechazar un ideal porque el portador nos ha defraudado o aferrarnos al portador porque sentimos que la supervivencia del ideal lo exige.

Es importante no renunciar a ideales políticos que son compatibles con la Biblia y que ésta, de hecho, recomienda, como la justicia y la solidaridad, priorizar a los más débiles y necesitados para reducir la desigualdad, el valor fundamental de la democracia como un reflejo del carácter de Dios expresado en la forma que ha tratado a la humanidad desde el principio y la forma en que trata a la humanidad reconstituida en Cristo (Gá 3:28) y el rechazo de la idolatría, tanto en el estado como en el mercado (parafraseando a Mr 2:27).[2]

Ser un cristiano significa no inclinarse ante las modas. La historia ofrece muchas sorpresas, y la persona que subordina su lectura de la fe a un consenso social pasajero, a supuestas “lecciones obvias de la historia” descubrirá un día que la lectura que ha hecho se ha vuelto extrañamente anticuada. Por eso debemos afirmar la importancia del pluralismo político cristiano, en el cual algunos estarán más a la derecha, otros más a la izquierda, sin despreciar o excomulgar jamás a aquellos con los que discrepamos políticamente.

Traducido por Alejandro Field 

Notas finales

  1. Nota del editor: Ver el artículo titulado ‘The Earth is the Lord’s! How taking a stand against corruption can be gospel work’, por Dion Forster, en el número de julio de 2015 de Lausanne Global Analysis.
  2. Nota del editor: Ver el artículo titulado ‘La economía restaurativa: La pobreza, el futuro de la tierra y el papel del cristiano’, por Richard Gower, en el número de marzo de 2016 del Análisis Mundial de Lausana.

Paul Freston el presidente de CIGI en Religión y Política en el Contexto Global en Balsillie School of International Affairs y Wilfrid Laurier University, Canada. Es también profesor colaborador en el programa de posgrado en sociología en Universidade Federal de São Carlos, Brasil. Algunos de sus libros son Evangelicals and Politics in Asia, Africa and Latin America (Cambridge University Press, 2001); Protestant Political Parties: a Global Survey (Ashgate, 2004); (ed) Evangelical Christianity and Democracy in Latin America (Oxford University Press, 2008); y (coeditado) The Cambridge History of Religions in Latin America (Cambridge University Press, 2016).

Raphael Freston es un estudiante de maestría en sociología en Universidade de São Paulo, Brasil. Tiene un título en ciencias sociales de la misma universidad.